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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-06-2000 página 45
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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-06-2000 página 45

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Por Mónica Fernández- Acevtuno El dátil que deshace las rocas uando la Luna llena sale por el mar anochecido y se acerca, grande y anaranjada, al castillo de Peñíscola, se diría que aquella mezcla de mar. Luna y castillo, acabara de emerger de una de esas postales que venden en los kioskos veraniegos, entre cubos y palas de colores. a primera vez que vi esta imagen no tendría más de quince años y salía, el pelo empapado, de las duchas de ese camping que hay, ¿o hubo? frence al castillo y la playa. Al ver aquella Luna, y ver a los que me rodeaban, cenando, mirando al plato, o a un televisor dentro de una caravana o. simplemente, andando o hablando sin parar; me dieron ganas de saber todos los idiomas y decirles en holandés, en alemán, en sueco: pero, ¿no han visco qué Luna? Por un momento, tuve la impresión de que sólo yo veía todo aquello: el mar, el cielo, la Luna grande y anaranjada acercándose en silencio al castillo como una postal que, de noche, hubiera escapado del kiosko. e esas postales, están llenos los días y la cierra y los mares, pero hace falta que alguien nos diga: mira, fíjate, ihas visto? para que veamos lo que salta a la visu. La divulgación de la naturaleza no es más que eso: un ver las cosas a través de lo que alguien dice, y así vimos el oso y el lobo y el águila, pero así también nos quedamos sin ver el mar encero. Como esos marineros que creyeron que más allá del mar no había más que abismos, lo mismo ha sucedido con la divulgación de la naturaleza en España que, al llegar a la orilla del agua, dejó de decir: mira, fíjate, ihas visto? y quizá por eso, está hoy el mar fuera del medio ambiente, como si en el medio del mar no viviéramos. C L oy quiero, por si sirviera de algo, escribir que, en las rocas que hay sumergidas bajo ese castillo de Peñíscola donde murió, hasta los nombres se acercan, Pedro Luna, el antipapa Luna, cuyo cráneo creo recordar que robaron hace unos días en una localidad zaragozana; pues bien, en esas rocas calizas de un gris muy claro, un poco amarillentas, se pueden ver unos orificios que son la entrada de unos pequeños cúneles excavados como si la roca fuera masa de harina donde un hombre de manos muy grandes hubiera hundido sus dedos. Al final de cada agujero vive, hasta ochenta años, un molusco que recuerda al mejillón por la forma, y al dátil de palmera por su color: dátil de mar, lo llaman, aunque su nombre en latín habla mucho mejor de su vida: Lithophaga lithophaga, el comedor de rocas. o come las rocas a mordiscos, sino que las disuelve hasta quedarse incrustado como un diamante que se hubiera hundido en su anillo. De ahí que, para servir un aperitivo de dátiles marinos, haya que usar explosivos o martillos neumáticos, y romper en pedazos las rocas. Por eso, la Sociedad Española de Malacología pretende que la protección del dátil de mar se haga efectiva, y que no sea objeto de pesca, para que alguien tenga tiempo de hacemos ver, antes de que se destruyan, las maravillas del medio marino rocoso calcáreo. H D N S é que esta roca de los caprichos del estómago, es la más dura, pero se irá deshaciendo el día que, como extranjeros en nuestras propias cierras y nuestros propios mares, dejemos de cenar mirando al plato, mientras la Luna se acerca al castillo. BXN 4 S

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