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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-06-2000 página 27
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BLANCO Y NEGRO MADRID 04-06-2000 página 27

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SOMBRAS DE NUEVA YORK Yard gal de Rebecca Prichard, ha saltado el charco con sus dos intérpretes británicas para recalar en el off off Broadway ALFONSO ARMA MARCUS malestar ard gal es, en la jerga del este de Londres, una mujer vinculada a un narcotraficante jamaicano. Es también el título de la pieza de teatro escrita por Rebecca Prichard que ha saltado el charco con sus dos intérpretes británicas para recalar en una sala del off off Broadway. Yard gals encabeza el nutrido glosario de términos que el teatro MCC entrega al público que abarrota la sala un sábado por la tarde y que recuerda las dificultades que el público estadounidense tiene con algunas variables de la lengua inglesa, hasta el punto de que películas del francotirador Ken Loach han tenido que ser subtituladas a este lado del mar para que el puñetazo político se entendiera en toda su formidable magnitud. Caryl Churchill, una de las escritoras británicas más deslumbrantes de su generación, ya demostró el año pasado en un escenario de Brookiyn con Blue heart lo lejos que se puede llevar todavía el teatro, no sólo dejando al descubierto las falacias que el lenguaje (aparentemente funcional y sin dobles sentidos) esconde cada día, sino sobre los mecanismos que pautan nuestras relaciones afectivas, cómo recordamos y manipulamos, cómo reconstruimos nuestra especie de vida y con qué recursos nos acercamos a los otros y a nosotros mismos (espejos tan frecuentes y tan mentirosos) y cómo la espera nos devora, una espera de que ocurra algo que no va a ocurrir porque esa cifra de la espera es parte de nuestro miedo, de nuestro indescifrable conservadurismo, atados a las convenciones de cada día y rodeados de una invisible empalizada de puntas de lanza oxidada que hacemos como que no vemos aunque a menudo nos hacen sangrar y nos provocan el escorbuto mental, la meningitis moral, la rabia y otras enfermedades sociales. Pero Caryl Churchill es tan hábil como para dejar la puerta abierta y que súbitamente del armario debajo del fregadero y otros trasteros de nuestra mente brote un chaparrón de niños que dinamita la escena antes de desaparecer dejándonos tan fascinados como perplejos. Rebecca Prichard, al menos a juzgar por Yard gal una pieza aclamada tras su estreno en Londres en 1998, planta en un escenario desnudo y metálico (obra de Ed Devlin) a dos jóvenes bandidas, dos integrantes de una banda juvenil en el Londres de nuestros días, que han sido trasladadas al teatro alternativo neoyorquino sin alterar una coma, de ahi que a menudo su jerga resulte ininteligible, aunque las dos actrices que triunfaron en la capital británica, Sharon DuncanBrewster y Amelia LodweII, sean como mano y guante para el texto de Prichard, que no quiere ser sólo estratigrafía sociológica, con su encadenamiento de drogodependencia, abusos, penurias a manos de la policía, violentos encontronazos con bandas rivales, cárcel, sangre y muerte. Apelan directamente al público para mostrar lo ocurrido y lo que son, y para ello despliegan una elocuencia verbal y carnal apabullantes. Pero a Prichard le falta elevar su ambición dramática para hacer que este dúo que con tanta eficacia ha dirigido Gemma Bodinetz no se quede en un caso pese a lo ejemplarizantes que a veces resulten los casos Yard gal es otro ejemplo del fluido acceso del teatro británico a los escenarios neoyorquinos, una complicidad de sombras. Mano de hierro Giuliani el alcalde neoyorquino, ha hecho de la tolerancia cero sus tablas de la ley frente al crimen. De Nueva York no han desaparecido las bandas juveniles, pero están bajo vigilancia, en zona de sombra, fuera de los focos publicitarios y mediáticos que tantas fáciles mitologías fabrican. Estas dos mujeres desgraciadas y violentas nos obligan a volvernos a mirar y a indagar por las razones de un profundo, invisible y creciente malestar. ébecca chard anta en un cenarío- snudo y itálico a s jóvenes ndidas, dos legrantes de ina banda uvenii en el mdres de jestros días, ue encarnan r (en imagen)

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