BLANCO Y NEGRO MADRID 07-05-2000 página 108

l hablar de Turquía, es fácil imaginar un Mar Negro de orillas rugosas y austeras; pero la sorpresa surge al descubrir un inmenso y exuberante jardín. Una interminable sucesión de vergeles y montanas cubiertas de hayas, abetos y heléchos. La calma serena de las plantaciones de té y de los cerezos, junto a la grandeza salvaje de las montañas que dominan un mar más azul que negro, salvo en sus m o mentos de cólera desatada, que es cuando bien merece el nombre por el que se le conoce. A Al final de la carretera, está Trapisonda, hoy Trabzon. Una ciudad mítica que reina en medio de un verdadero edén al pie de los Montes Pónticos. Toda la región es cuna de leyendas. Se pueden seguir las huellas de Hércules y las de las Amazonas, esas misteriosas guerreras que se cortaban un seno para blandir mejor su arco. Se atraviesa la ruta de Jasón, cuando fue a la Cólquide en busca del Vellocino de Oro. Sesenta y nueve años antes de Cristo, el general Lucilio. hábil estratega, pero sobre codo fino gourmet, se adueñó de Giresun, que entonces se llamaba Cerasos. Como apreciaba mucho los pequeños frutos rojos de un árbol local, hizo que transportaran uno a R o ma y lo bautizó con el nombre de Cerasos naturalmente. Era el primer cerezo de Europa... Salgan de Ankara y vayan primero hacia esa maravilla de la arquitectura otomana que es Safranbolu. Después suban hacia el norte para alcanzar esas orillas verdes, t o davía poco frecuentadas, que dominan el Mar Negro, que aquí llaman Karadeniz para distinguirlo de Akdeniz, el Mar Blanco que es nuestro Mediterráneo. Ankara es una ciudad moderna atravesada por largas avenidas. Pero es también una ciudad antigua que se extiende sobre dos colinas, con sus viejos barrios agrupados alrededor de la ciudadela, y sus comerciantes que cantan al ofrecer sus bidones de leche y que marcan el lento ritmo con que allí discurre el tiempo. Estos barrios son un anuncio lo que vamos a encontrar más al norte, en Safranbolu, la que fue ciudad del azafrán Es una joya del arte otomano. Una maravilla de elegancia. U n o de los últimos refugios de la nostalgia. En el siglo XVII vivió un periodo de gran prosperidad gracias a la gran ruta del comercio que unía la Anatolia occidental y el Mar Negro. Aquí se pueden descubrir las casas más pintorescas de la región. Paseen por las estrechas callejas jalonadas de edificios otomanos de madera y ladrillo, de caravasares y de mezquitas, de mercados y de baños turcos coronados de cúpulas. Una maravilla a cada instante. En Amasra, se encontrarán con el Mar Negro. Esta antigua colonia griega del Ponto Euxino tiene una bien merecida reputación de ser el más bello pueblecito costero. De Amsara a Trapisonda, el camino serpentea al principio ByN 108 por las alturas, entre bosques. Después las caletas, los pueblos, los pequeños puertos se multiplican. N o faltan las playas, unas de arena dorada; de arena negra o de cantos rodados, otras. Hay también ciudades como Sinop y Samsun. La primera goza de un microclima que hace de ella una estación balnearia muy reputada. Samsun es el puerto turco más importante del Mar Negro, donde van a atracar los grandes cruceros procedentes de Estambul