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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-04-2000 página 60
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-04-2000 página 60

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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RELATO L A LIEBRE Por José Cuenca I Ilustraciones: Tüio Gatagán Un pastor consigue atrapar una liebre en un lugar donde ¡os cazadores bien equipados han fracasado, un rasgo de suerte cuya repetición ñeñe características de hazaña V icente era un hombre de mediana edad, solitario y taciturno, que vivía para sus ovejas. Se alojaba en una cocinilla, junto al ganado. Dormía sobre un poyo de yeso, a la vera de la candela, en un jergón de tela fuerte, bien relleno de lana nueva y mal mullida. Dos sillas paticortas, una mesa pintada de marrón- con su cajoncillo para las cucharas- la imprescindible cantarera y una zafa componían todo su modesto ajuar A uno y otro lado de la chimenea, en el vasar y los chineros, se enseñaba un azafate desportillado, con seis platos de juegos y tamaños desiguales, cuatro tazas de loza y algún vaso. En los bajos, cubiertas por unas cortinillas de tela azul y blanca, dos modestas alacenas albergaban los avíos de guisar: sartenes, cacerolas y pucheros. Una sólida puerta de madera, que le había hecho el Tío Diego con tablones de pinos arteseros. daba paso a la tinada: un ancho espacio cerrado a piedra y barro, con paredes rematadas por bardales de hiniestas y retamas, que Vicente renovaba en los otoños, sujetando los cogollos recién puestos con ripios y argamasa, para que aguantasen los apretones del cierzo. En el lado del tiempo, hacia poniente, había construido un largo porche de cañizo y tejavana, apoyado en soportes de madera. Allí se cobijaban las ovejas en las noches de lluvia y zarzagán; y allí tenía los ganchos para colgarles el ramón, la red que separaba las cabras de ordeño y la ancha tornajera. tendida a lo largo de la pared más abrigada, donde ponía la ricia de habichuelas, el pienso y los apures del hortal. La tinada se abría hacia los quiñones, en las afueras del pueblo, por detrás de la citara. Vicente venía todas las tardes con su punta de ganado y unas cabrillas churreteras, que ordeñaba al pintar el día. para vender leche a las vecinas y arrimar unos cuertejos. Después de recoger los animales, se metía en su cocinilla, despabilaba los candiles y salía a comprar el pan y alguna cosa para la cena, que él mismo preparaba. No iba al bar. Tenía pocos amigos. Anduvo detrás de una moza de servicio, cuando joven: pero la muchacha no le hizo mayor caso, y acabó casándose con un mulero de pisar recio, tabaco negro, hablar farruco y gestos altaneros. En fin: una vieja historia ya olvidada. No era rico ni pobre: vivía de lo suyo: y encontraba compaña suficiente en su perro y sus ovejas. Nada más necesitaba. En un lugar seguro retenía unos dineros pa cuando llegue la vejez comentaba) porque las lanas entonces tenían precio, los corderos se los quitaban de las manos y las cabrillas le dejaban unas pesetas. En el pueblo decían que era medio tontucio: pero él no echaba cuenta de esos envidiosos lenguaraces, para qué. -Ellos van por ahí. tan flamencos, con su escopeta y su pájaro perdiz, como unos señoritos. Luego se tiran el rentoy en los bares, presumiendo de esto y de lo otro; pero no son más que unos gandules, que ya quisieran. O S lo miraban por I del cazadoresel- esossiinútiles- alma, sentía una encima hombro, como pertenecieran a una casta superior Y él, en fondo de su mezcla de desdén y admiración por aquellos furtivos sin oficio conocido, que recorrían los barbechos detrás de las perdices, libres y andariegos, sin tener que estar pegados a la tierra o ai ganado. -Qué, Vicente, ¿se ven liebres por esas labores? -Pos angunilla he visto, pero están más claras que los padres santos. Antes, se arrancaban de los lentiscos y las toleagas. en los canteros de los pizorros: ahora, hace tiempo que no doy con ninguna. Una tarde sí se tropezó con ella. Las ovejas se arremolinaron alrededor de una aulaga medio seca y Vicente se acercó, temiendo que pudiera tratarse de algún bicho. Pero no: era una liebre, con sus grandes i i m i Y K í t R i ei

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