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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-04-2000 página 68
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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-04-2000 página 68

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SOMBRAS DE NUEVA YORK EL TEATRO POLACO NO TIENE MIEDO Por Alonso Armada C uando Wielopole, Wielopole desembarcó en Madrid hace media vida, Tadeusz Kantor y su teatro de la muerte y de la memoria eran apenas una intuición poderosa en un campo de patatas llamado escenario. No habia nadie a las puertas del teatro María Guerrero a las seis de la madrugada. El segundo espectador llegó a la cola dos horas después. Creo que no abrían la taquilla hasta las diez. Poco antes pasó Tadeusz Kantor camino del teatro e hizo una gentil inclinación de cabeza a los seis o siete que esperábamos pacientemente. Nunca me arrepentí. Wielopole, Wielopole la aldea polaca en la que nació Kantor, tenía todos los ingredientes que han hecho de este pintor, escritor, director y dramaturgo expresionista polaco uno de los más destemidos hombres de teatro de la segunda mitad del siglo XX. El teatro es una experiencia instalada en el tiempo, y el teatro de Kantor, que utilizaba para sus decorados esas maderas que los albañiles emplean para encofrar, para hacer que el hormigón y el cemento blandos adopten una forma para siempre cuando fragüen, no se puede contar. Las palabras son aproximaciones que creo tienen que ver con algo tan intangible como el lugar de la experiencia. Las palabras que tienen tratos con las sombras logran a veces que veamos. Kantor lograba que a través del teatro viéramos. Gracias a Wielopole y a La clase muerta y a ¡Que revienten los artistas! sentí como si volviera a recorrer mi propia infancia y adolescencia, pero con otra linterna y otra inteligencia: con una luz adobada por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, los intentos de los artistas de darle un sentido al tiempo, los hallazgos de los surrealistas para reproducir el funcionamiento real de la mente, las fotografías en blanco y negro de la his- toria de nuestra era y de nuestro propio envejecimiento, los sueños y el tiempo. El tiempo en el que transcurre el teatro: ese tiempo en el que, a veces por un instante, nos damos cuenta del sentido de la vida. Como si asistiéramos al fenómeno de los sentidos descargando en una mesa del cerebro, construida y cepillada por el carpintero de la memoria, luces, sombras, hechos, ideas, olores, sabores, recuerdos de la realidad, y viéramos cómo mediante el juego del teatro, con los actores actuando sobre el espacio acotado del escenario, reprodujeran el funcionamiento de la experiencia: lo que misteriosa e inaprehensiblemente ocurre en nuestra cabeza continuamente (palabras y fogonazos convertidos en otra cosa gracias a reacciones electroquímicas, porque en el cerebro ocurren esas cosas) y que nos convierte en lo que somos, seres cambiantes, desnaciendo sin cesan Dos compañías polacas, Teatr Provisorium y Kompania Teatr, acaban de soliviantar la escena off- offú. e Broadway con una recreación brutal de Ferdydurke la novela de uno de los más virulentos, osados y desgarradores autores de teatro de este siglo que 5 n MI Tadeusz Kantor HH H huye, Witold Gombrowicz, cuya influencia se ha dejado sentir en Jerzy Grotowski, el padre del teatro pobre, y Kantor. cuya Clase muerta es también una recreación de ese Ferdydurke que estas dos compañías polacas se han atrevido a escenificar en un pobre escenario de las afueras de Broadway. Son cuatro actores tan poderosos, tan conscientes de su fisicidad, tan entregados con la carne y la garganta a la demostración de qué umbrales puede atravesar el teatro que dan miedo. Dan miedo a unos amantes del teatro como los de Nueva York aparentemente acostumbrados a todo menos a esto: a la verdad de la actuación que sin dejar de ser teatro es ima indagación pasmosa en cómo la escuela y la religión han embrutecido hasta tal pimto la memoria que el resultado es tan parecido a las partes de nosotros mismos que nos empeñamos en ocultar cotidianamente con la civilización de las ropas, las maneras, la sintaxis, los trabajos y los días, que la risa es casi el único antídoto para que esa olla a presión de la identidad no estalle en mil pedazos. No. no es corriente ver semejante teatro, ni en la jugosa cartelera de Nueva York ni en la más reducida y muchas veces timorata cartelera española. Cuatro actores (Jaroslaw Tomica, Jacek Brzezinski, Witold Mazurkiewicz y Michal Zgiet) que incluso vestidos de ropa de calle, sentados en sillas plegables después de la función, duchados, eran como una fuerza de la naturaleza: la demostración de que la fiereza y la ternura de nuestra condición son nuestro Jano particular. El teatro, que revela en contadas ocasiones cómo es el lugar de la experiencia, tiene esa prerrogativa que buscamos y buscamos cada vez que nos atrevemos a atravesar el umbral del miedo y mirar en el cuarto oscuro: del teatro y de nosotros. BLIRGD y IIÍBID 68

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