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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-04-2000 página 8
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-04-2000 página 8

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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AN IMALES DE COMPANLA. BAJITAS Por Juan Manuel de Frada S e quejaba una señora hace un par de semanas, en la sección de cartas al director de este periódico, del desprestigio que padecen las mujeres bajitas en nuestra sociedad. Quiero sumarme hoy a este lamento recordando a nuestro Arcipreste de Hita, aquel jocundo amante, quien en su Libro de Buen Amor hizo un hermoso elogio De las propiedades que las dueñas chicas tienen frente al desabrimiento de la mujer encaramada en su altura: De las chicas, que bien diga, el amor me fizo ruego que diga de sus noblezas e las quiero dezir luego: os diré de dueñas chicas, que lo tendréis por juego son frías como la nieve e arden más que el fuego: son frías por fuera; en el amor ardientes, en cama solaz, trebejo, plazenteras e rrientes. En casa cuerdas, donosas, sosegadas, bienfazientes: muchas otras cosas hallaréis, do bien paréis mientes El buen Arcipreste se habría espantado de nuestra contemporánea exaltación de la altura como virtud estética. Esta veneración fanática a los centímetros nos ha conducido, incluso, a la abolición de los cánones estéticos clásicos, que cifraban la belleza en la delicada proporción de las formas. Así, entre el gremio de las top- models, esas jamelgas escuálidas que se pasean sin gracia por las pasarelas, se valora sobremanera la longitud de las piernas. No importa que esas piernas resulten desproporcionadas respecto al resto de su cuerpo; de estos adefesios zancudos lo único que parece importar es que sobrepujen a sus compañeras en unos pocos centímetros. Para mí que estamos confimdiendo la belleza con el alpinismo. Anda por ahí una pobre chica descoyuntada, de nombre indiscernible o eslavo, que ostenta el dudoso honor de poseer las piernas más largas del gremio de las jamelgas escuálidas. Algunos analfabetos entusiastas- la ignorancia, amén de osada, es entusiasta- han proferido que la pobre chica descoyuntada se ha convertido en la sucesora de Marlene Dietrich. ¡Cómo se nota que nadie ha reparado en las piernas mórbidas e irrepetibles de Marlene, de pantorrülas como husos, rodillas apenas perceptibles y muslos mansamente blandos! Las piernas de la pobre chica descoyuntada, como las de casi todas sus compañeras de gremio, resultan birriosas. grimosas, inquietantemente parecidas al palitroque de una fregona. Las tibias le asoman, como mástiles de decrepitud; las rodillas parecen abolladuras; los muslos ni siquiera merecen esta designación, de tan huidizos y entecos. ¡Y pretenden que nos traguemos que esas piernas disuasorias de la lujuria constituyen el arquetipo de la belleza! En cambio... ¡ah, las piernas de las mujeres bajitas, cómo se remansan en el muslo y reclaman la caricia! Recordaré otra vez al Arcipreste: Es pequeño el grano de la buena pimienta; pero más que la nuez conforta e más calienta: así dueña pequeña, si todo amor consienta non hay placer del mundo que en ella non se sienta Yo, que soy alto y un poco desmedrado, he encontrado siempre en la mujer bajita el contraste que nos completa, la sensación gratifí cante y vivida que produce la diferencia. Pero no es el propósito de este artículo delatar mis preferencias, sino rebelarme contra la imposición de ese ideal absurdo de la mujer alta, tras el que quizá se encubra un mísero afán de emulación masculina. Se ha extendido el infundio de que la altura constituye un síntoma de elegancia y aristocracia espiritual; se ha extendido también la dictadiu a de unos cánones estéticos que contrarían la naturaleza humana y aspiran a convertir a la mujer en un artefacto andrógino. Contra estas mentecateces debe alzarse la mujer bajita, cada vez más acomplejada y recluida en los arrabales de la marginación. Somos muchos los que refrendaríamos las palabras del Arcipreste: Como rubí pequeño tiene mucha bondad, color, virtud e precio, nobleza e claridad: así dueña pequeña tiene mucha beldad, fermosura e donaire, amor e lealtad. En la muger pequeña non hay comparación: terrenal paraíso es e consolación, solaz e alegría, plazer e bendigión, ¡mejor es en la prueba que en la salutación! Mucho mejor en la prueba, desde luego. A las mujeres bajitas, camafeos de belleza, sólo me queda suplicarles que no se dejen amedrentar por la dictadura mediática de esas jamelgas escuálidas que se contonean sin gracia por las pasarelas. Hay que ser muy envarado y estreñido para elegir a esos palos de escoba. Los muchachos dúctiles y galantes como yo siempre preferiremos agacharnos un poco, para estampar un beso en la frente de una mujer bajita. Como el Arcipreste, siempre quise muger chica, más que grande nin mayor k BLklGOTIEERS t

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