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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-03-2000 página 62
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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-03-2000 página 62

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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R ELATO NESTÍTOR Por Francisco José Jurado González llustradones: Montesol El nacimiento de un niño con cuernos siembra la desazón en un pueblecito estítor Priorato fue nacido entre grande tumulto y estruendo, alharaca de postín más que comprensible en el perdedero aquel en el que fue a ver su primera luz tan tremendo enigma, por hacer ya más años de los debidos que no nacía niño alguno en Perdido, pueblo olvidado hasta por el olvido que bostezaba sus extrañezas desde ni se sabía cuándo, allá por lo lejos, lejísimos, por los adentros del pedregal. Hijo extraviado de los años maduros de don Néstor Priorato, parientes, amigos y convecinos se dieron cita ante tan magno acontecimiento, quedando extrañados y sin saber qué decir, pero sí qué pensar, ante lo inaudito de la situación. Y es que el hijo de don Néstor Priorato, Nestítor desde que se supo su concepción, presentaba inequívocas formas en la parte delantera de su cabecita linda por formar, a modo de protuberancias carnosas de blanda desazón: bulbitos rechonchos y pilosos, redondeados como colinas, le añoraban en la frente al niño aquel. Normal, claro, que la congoja se apoderase de los habitantes de Perdido, y es que para un niño que les nacía, les nacía cornalón. Precioso estaba en su capazo, todo ajeno a la expectación. Precioso y un poquito raro; eso sí. Por el hueco que había entre el capazo y la cama donde su madre descansaba de la batalla contra la naturaleza, empezaron a brotar las posibles explicaciones ante tan extravagante acontecimiento. Lo primero en que pensaron los que allí estaban, que es lo mismo que decir todo Perdido, fue en lo que pensaron cuando se enteraron de que, por fin, don Néstor se había decidido a dejar de compartir su soledad consigo mismo. Manseó su vida don Néstor en el pueblo, sin salir nunca de él. administrando a la baja lo poco que sus deudos le habían dejado. Aún así, era su menguada hacienda mucho más de lo que podía aspirar a tener cualquiera otro de esos perdidos que continuamente le pululaban los afectos en las arduas tardes de verano y casino. Acostumbrados como tenía, pues, a sus paisanos a que seria el último de los Priorato que este mundo viera, a todos desmadejó el viraje repentino de sus rumbos. Y es que, entonces, no se sabe de dónde, apareció ella. Venteando hermosura apareció la muy hembra. Y fue verla y su corazón trastocado le pasó justificada N venganza por el tormento de varios años arrastrando, día sí. día también, la pesada carga de abiurimiento que impone la melancolía. A ella, según dijo ella, la cobijaron desde pequeña bajo la advocación mariana de O, no se sabe si para conjurar los Orgasmos futuros que aquella maravilla selvática iba a provocar- con su sola presencia y sin pretenderlo siquiera- en su futuro de mujer o, simplemente, O de asombro. El caso es que don Néstor Priorato sintió como se le enseñoreó el corazón nada más ver a aquel poder caminando por el centro de la calle principal. Se le enamoraron de O hasta los años pasados en melancolía y aburrimiento. A partir de ese partir, siempre pensando en ella; pensando en el olor de sus pasos que la alejaban de él poco a poco con ritmo de cadencia, callecita arriba, callecita abajo; siempre queriéndola querer desde que la vio, viéndola constantemente de frente y del revés, sabiendo don Néstor que quería quererla, que esto no era un porque sí, asi como asi; ansiando continuamente tenerla delante de él, estar él continuamente detrás de ella, detrás de su detrás. Así, de tan bárbara manera, le viró los rumbos la fortuna a aquel hombre conformado. Y anduvo tan a la pesadumbre don Néstor, tan ensimismado en lo mismo, que al fin y al cabo era la misma, que no pudo el último de los Priorato aceptarse en su propia vida hasta que, no sin grandes esfuerzos, hizo de O su legítima. de O hasta el con nunca los y certezas de engaño más E namorado recelos, dudas siempre, desechabaentre el o menos temprano que aquella relación tardía el ocaso visible y el infinito esplendoroso sembró en la maledíciencia del pueblo. Uno es esclavo de sus convicciones y desvelos y no de las seguridades de los demás ahondaba para sí, aún más, sus certezas de amor don Néstor. Sólo le faltaba un hijo, por muy difícil que a él le resultaran a estas alturas los juegos de altura con O, para completar su felicidad desaforada de hombre en permanente estado de espiritusanto. Y en estas estaba cuando llegó Nestítor para reafirmarle que hay veces en la vida que uno se da cuenta que merece la pena ser vivida. Y en esas elucubraba cuando vio lo que no hubiera querido ver en la frente de su vastago. Vencida la inicial incredulidad, cada uno de los per- l U K C B T lEGRO B l

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