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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-2000 página 8
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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-2000 página 8

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A N IMALES DE COMPAMA VOTO ELECTRÓNICO Por Juan Manuel de Prada e imaginan unas elecciones J s i n urnas, sin papeletas. O k J s i n esa puesta en escena tan anacrónica de cabinas con cortinilla y mesas desvencijadas donde se alinean los delegados de cada facción política, a cada cual más mal- encarado y atrabiliario? ¿Se imaginan lo descansado y aséptico que tiene que ser votar desde casa, evitando el acoso de esos atorrantes que nos aguardan a la salida del colegio electoral, para que abastezcamos sus prospecciones demoscópicas? Aunque a la postre se haya desestimado el experimento, éstas de hoy podrían haber sido las primeras elecciones celebradas en el mundo que hubiesen admitido el voto electrónico a través de Internet. Los sufragios emitidos mediante este procedimiento habrían carecido de validez, pero al menos hubiesen servido para que los ciudadanos se hubiesen familiarizado con una manifestación virtual de la democracia que acabará imponiéndose. f üízá la reticencia más consístenyjte que cabría dirigir contra la definitiva entronización del voto electrónico sea su ausencia de solemnidad. El prestigio del voto como manifestación de la voluntad popular descansa, en buena medida, sobre su condición de liturgia cuidadosamente calculada en la que. además, el ciudadano desempeña un protagonismo infrecuente. Despojado de esta liturgia, el voto corre el riesgo de degenerar en un trámite trivial, demasiado expuesto a las veleidades y caprichos de nuestro carácter Sin pretender establecer conexiones malintencionadas entre el derecho de voto y las transacciones mercantiles, a nadie se le escapa que la sustitución del dinero físico por el dinero electrónico ha introducido un componente de vértigo y agilidad en las compraventas inconcebible hace tan sólo un par de décadas. El dinero poseía entonces una aureola litúrgica que lo hacía casi sagrado: cualquier operación monetaria adquiría las características de un laborioso sacramento. Cuando esas operaciones dejaron de requerir el concurso del dinero y pudieron cumplimentarse mediante meras anotaciones contables, el consumo se multiplicó hasta extremos desaforados. De este desafuero supieron aprovecharse los negociantes pioneros de Internet: al no interponerse la temerosa unción que a los hombres nos suscita la proximidad del dinero físico, gastamos con una mayor alegría e inconsciencia, sin reparar en las angosturas que nos apremiarán a fin de mes. Se ha demostrado que más de la mitad de los chismes que adquirimos a través de Internet no los hubiéramos comprado si hubiésemos tenido que salir a la calle en su búsqueda: me aventuraría a añadir que. si tampoco contásemos con tarjetas de crédito, la proporción aún sería más desigual. el mismo modo que nos dejamos arrastrar por un consumismo insensato cuando compramos a través de Internet, al no tener que enfrentarnos al súbito adelgazamiento de nuestros bolsillos, podríamos presumir que el voto, liberado de sus tradicionales servidumbres (desplazamientos más o menos engorrosos, etcétera) captaría un mayor número de electores. Pero, al mismo tiempo, se correría el riesgo de que fuese un voto más irreflexivo, más dependiente de pulsiones efímeras: del mismo modo que existe una bulimia consumista alentada desde Internet, podría aparecer un nuevo desarreglo psicológico que ocasionara adhesiones súbitas y muestras de un proselitismo instantáneo. Sólo que, mientras las victimas que han sucumbido a la bulimia consumista pueden reparar su error sometiéndose a rigurosas dietas de ahorro, el votante bulímico tendría que apechugar con las consecuencias de su impremeditada ansiedad, sin posibilidades de rectificación. entroO tros riesgos merodeanunla doncel nización del voto electrónico. Hace ya bastantes años, algo calenturiento pronunció una frase estremecedora, algo así como que el ser rotas es el más noble destino de las urnas Esta consigna falangista podría ser resucitada por los hacKers el día en que por fin se imponga el voto electrónico: si estos orfebres de la piratería informática son capaces de paralizar los portales y servidores más blhidados de Internet, ¿qué esfuerzo les iba a costar reducir a añicos las urnas virtuales y saquear su contenido? El pucherazo, aquel nostálgico recurso de tantos caciques, adquiriría pronto carta de naturaleza virtual; hasta que éste y otros peligros no estén conjurados, quizá convenga que nos resignemos a seguir peregrinando a nuestro colegio electoral. Con lo cómodo y saludable que sería votar por Internet, sin abandonar el tibio arrullo de las sábanas, en esta perezosa mañana de domingo. D l U I G I Y NEGRI B

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