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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-03-2000 página 64
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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-03-2000 página 64

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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R ELATO T E N E R QUE ELEGIR For Amonio Tontcuw llustraciÓJi: Alian de Otemi A veces no liay nada peor que la libertad, la seguridad de que una elección es también una renuncia A mi abuela, mi memoria. unca supimos cómo se llamaba: para nosotros, los del pueblo y los pueblos de alrededor, siempre fue la extranjera. Vivia para sus perros, sus cinco o seis perros. Perros con nombres estúpidos: Negro. Curro, Pepito... los nombres que los extranjeros les ponen a los animales. ¿O no son ganas de jorobar ponerle a un perro Pepito? Que en su boca, en boca de la extranjera, no sonaba Pepito sino Pepito Menudos nombres: Negro, Ciuro, Pepito: sus tusos, como ella los llamaba; chuchos que habia ido recogiendo de la calle, uno con la cuenca de un ojo vacía, otro ciego de los dos ojos, un tercero con una pata rota. Si no me ocupo yo, ¿quién se ocupará de ellos? decía la extranjera, que de repente anuncia que se va, que ya puede regresar a su país porque la guerra, a Dios gracias, ha terminado, aunque ella, claro, no dice a Dios gracias en realidad dice algo impronunciable, que hay que ver cómo hablan estos extranjeros, y las cosas que dirán en cuanto les demos la espalda. Pues eso: que se va; que dice que se va y que la guerra ha terminado; no nuestra guerra, sino la suya: ¿qué país que se precie no ha tenido a lo largo de su historia al menos una guerra exclusiva, en propiedad? La extranjera, diciendo me voy cierro la casa han sido muchos años pero debo volver Diciendo mi patria mi tierra mi hogar que ni su patria ni su tierra ni su hogar se le caen de la boca últimamente. Me voy- insiste- Cierro la casa Y al veterinario: Duérmame a los perros Así, por las buenas. Y, ante la extrañeza del hombre: Que los duerma. A todos como si fuera eso lo que de verdad quiere: dormirlos. Y el veterinario que no sale de su asombro. Y ella, firme: Duérmame a los perros Y él: ¿Está segura? Y ella: Claro que estoy segura. Llevármelos no me los puedo llevar, qué más quisiera mientras sus ojos tropiezan con los ojos, ciegos o no, de sus perros: de su Negro, de su Curro, de su Pepito; de sus tusos, como ella los llama. La extranjera, que al decir no me los puedo llevar, qué más quisiera flaquea. Y con un resto de convicción añade: Prefiero dormirlos que verlos en manos de los bestias de este pueblo que hay que tener valor: ¿cómo se atreve a insultar a las gentes del pueblo al que vino a refugiarse de su maldita guerra? Total, por unas cuantas piedras que les habrán tirado los niños a esos perros escuchimizados, que de alguna mane- N ra tendrán que entretenerse los crios, ¿no? ¡Ay, estos extranjeros! Tan finos, tan tiquismiquis; pendientes de sus piquislabis y de esas cosas tan raras que se toman; siempre empeñados en sacarle punta a todo, venga a sentar cátedra... Llevármelos no me los puedo llevar repite la extranjera. E inmediatamente, dudando: Si acaso a uno. sólo a uno, pero, ¿a cuál? Eso, ¿a cuál? ¿A cuál de los cinco o seis perros podría salvar? ¿Al del ojo saUado? ¿Al ciego? ¿Al de la pata rota, que la mira con adoración, con arrobo, casi con fe... Incapaz de decidir, la mujer los deja allí, en el jardincillo del veterinario. Incapaz de decidir, suspende la orden y vuelve sobre sus pasos: el camino de regreso a casa, un vía crucis: el camino de regreso, un amargo calvario. A partir de entonces deambulará absorta calle arriba y calle abajo, los ojos entornados- una rendija los ojos- escrutando muy lejos, muy dentro, muy hondo; en sus labios un murmullo: Si acaso a uno. a uno nada más, sólo a uno... pero, ¿a cuál? En sus labios una duda, una oración, una pregunta: ¿A cuál? Lo peor es decidir. Lo peor es tener que decidir; tener que elegir. Entretanto, en el jardincillo de la casa del veterinario, los cinco o seis perros- Negro. Curro. Pepito- ladran y aullan inquietos: cuánto tarda su ama. Su ama, que aún piensa; Si no me ocupo yo. ¿quién se ocupará? Pero también: Prefiero dormirlos que verlos en manos de los bestias de este pueblo Y los días pasan. Y cada dia es un día menos. Hasta que los días se acaban y ya no hay más días: la extranjera debe partir; la extranjera debe tomar una decisión. Y la toma. Muy a su pesar, la toma. Y la decisión es no llevarse consigo a ninguno de los perros: ni a Negro, ni a Curro, ni a Pepito. La decisión es no salvar a ninguno. No preferir a ninguno. Porque no sabe, porque no puede, porque no quiere elegir; tener que elegir: verse obligada a elegir entre su Negro, su Curro, su Pepito. La extranjera. Marchándose. Líquidos los ojos. Sus cinco o seis perros- Negro, el de la cuenca vacía; Curro, el ciego; Pepito, el de la pata rota- arañando intranquilos la cerca al oírla alejarse. Pero ya no aullando; ya no ladrando en el jardincillo de la casa del veterinario: simplemente gimiendo. Cada vez más bajito. Cada vez con menos fuerzas. Como si a Negro, y a Curro, y a Pepito, los fuera venciendo despacio el sueño. -Iníonio Fontana (Málaga, 1964) es peñodisía. Ha publicado noi ela De hombre a hombre- (Anaya ác Mario Mudinick, 1997) 1

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