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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-03-2000 página 48
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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-03-2000 página 48

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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colgándole innumerables sambenitos y etiquetas, y le endosaron infinidad de parentescos contradictorios y desatinados. Para unos, sus poemas bebían del influjo de los simbolistas y malditos franceses; para otros, de los líricos ingleses, con Shelley y lord Byron a la cabeza; no faltaron quienes declararon a Edgar Alian Poe y Walt Whitman sus padrinos de bautismo; los castizos sacaban en procesión a Góngora y Bécquer. en un batiburrillo que ni siquiera el estómago más ecléctico hubiese logrado digerir. Cuando el jaleo de filiaciones e influencias aun no había remitido, Sinfonía en rojo fue retirado de las librerías, por mandato expreso de su autora, sin que nadie se explicara las causas. ¿Qué la podía haber arrastrado a adoptar una decisión tan tajante? Capdevila y los demás redactores de Las Noticias seguían braceando desnortados en aquel océano impenetrable de misterios, extraviados en un laberinto de suposiciones falsas e hipótesis estrafalarias. Sólo yo sabia. verdad que todavía no se podía pronimciar en voz alta. Elisabeth Mulder casi había llegado a hacerlo, pero el pudor que le suscitaba el riesgo de resultar inteligible la había impulsado a retirar el libro de la venta. Pocos meses después, me animaba yo a publicar mí primer poemario. Caminos. Durante varias semanas, aceché en la redacción de Las Noticias una visita de la secretaria de Elisabeth Mulder. para abordarla y rogarle que hiciera llegar a su señora aquella primicia donde, aunque el rojo sangrante del desgarro estuviese mitigado por el blanco desvaido de la ensoñación, se susurraba la misma verdad, el mismo sueño asediado de angustias y vacilaciones. La secretaria aceptó la encomienda. Y esperé. Esperé con impaciencia y temblor una respuesta. A las pocas semanas, Elisabeth Mulder firmaba una crónica en La Noche titulada Una mujer que canta que, asombrosamente, pulsaba los resortes secretos de mi poesía, sin llegar a desvelarlos, con esa delicada levedad de Como Elisabeth los seres superiores. Me atreví a tesmí a la autora Mulder no sabía en timoniarle que gratitud entregar a en una carta volví a su Versos candentes secretaría, resignada al oficio de efiqué lumbre se Fui una de las pocas personas que caz recadera. Elisabeth Mulder me pudieron hacerse con un ejemplar de abrasarían contestó con una invitación para Ir a Sinfonía en rojo, antes de que Elisaverla en su casa del paseo de la Bobeth Mulder ordenara el secuestro de finalmente mis nanova. la edición (pero yo sospechaba que dudas, si en la luz alguien la habia obligado a secuesLa inminencia de ese encuentro trarla) Fui seguramente la única me obligó a convivir con la agitación del cielo o en el que lo leyó y releyó hasta memorizar y el insomnio, también con esa suercada verso, hasta conseguir que cada de torturada aflige fulgor apremiante tequienes por finexultación que afronpoema hablara por mis labios. La a se disponen a del infierno convicción (al principio nacida de un tar su destino. Por supuesto, me impulso instintivo) de que Elisabeth guardé de informar a mis colegas del Mulder era mi alma gemela se afianperiódico de aquella Inopinada victozaba a medida que esos poemas que ria que terminaba con los infundios recitaba a todas horas, como una especie de letanía y el incesante acarreo de mistificaciones que rodeaprofana, se incorporaban a mi organismo, transforban la neblinosa figura de Elisabeth Mulder. Por fin mados ya en células vivas, en el aire que alimentaba iba a conocerla, pero no deseaba que nadie compartiemis pulmones, en el carburante de mi inteligencia. se conmigo un misterio que sólo yo merecía atisbar. Como Elisabeth Mulder, yo también anhelaba simulDurante los días que precedieron mi visita, me expritáneamente el abismo y la cumbre. Como Elisabeth mí la mollera preparando una serie de preguntas y obMulder, no sabia en qué lumbre se abrasarían finalservaciones presuntamente originales con las que dimente mis dudas, si en la luz del cielo o en el fulgor simular mi nerviosismo. En mi subconsciente, esboapremiante del infierno, si es que como infierno acepzaba el retrato físico y psicológico de la mujer que iba tamos designar los sentimientos prohibidos. Como a aconocer: de origen extranjero, quizá perjudicada por Elisabeth Mulder, me abrasaba una sed de infinito, un una pizca de altivez o resentimiento y, desde luego, a anhelo de ascender sobre el barro de las convenciones juzgar por las atribuladas experiencias interiores que para alcanzar un imposible ideal que quizá me valiese se traslucían en sus poemas y por el acervo cultural el calificativo de reproba. Como Elisabeth Mulder, yo que ilustraba sus artículos, de unos cincuenta años también perseguía un ideal soñado y jamás vivido, y por lo menos. A estas conclusiones habia llegado, como ella, caminaba en pos de una sutil silueta escuando golpeé la aldaba de su mansión, después de fumada que surge, que vaga, que vuela, que deja cruzar por un sendero de grava el tupido jai dín perfuuna estela de luz y alborada mado de magnolios. Una doncella muy obsequiosa me condujo hasta la Y era aquel fuego en ei que ambas nos consumíabiblioteca de techo artesonado y se marchó para anunmos lo que asomaba en los poemas de Sinfonía en rojo ciar mi llegada. Las paredes de aquel espacioso salón y los convertía en declaraciones vergonzantes de una BLIIGO y NEGRO 48

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