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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-02-2000 página 18
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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-02-2000 página 18

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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sitio en sitio, y esa parte literaria me encanta. Pero tiene un inconveniente físico: que nunca acabas de aposentarte en un lugar. Además, tú sabes que a mi me gusta escribir, y no es lo mismo escribir en la habitación de un hotel que en tu casa. En ese sentido digo que las giras están bien y están mal. -Sobre todo ti- as diecisiete años sin actuar en teatro, y cuando ahora lleva diez meses sin parar. -Estoy desentrenado. Se me había olvidado este trasiego, y sobre todo algo que es lo que más me preocupa en este oficio. Yo dejé de ser actor por una razón; me aburrí; la palabra no es fatiga, sino aburrimiento. Me aburrí de hacer todos los días el mismo personaje; que todos los días a la misma hora saliesen los mismos actores por las mismas puertas, se marchasen por las mismas o parecidas, dijesen el mismo texto... Eso se ha aliviado, porque en aqueUa época se daban dos representaciones diarias, con lo que el asunto se agravaba. Pero así y todo, esa posible mecanización del oficio me angustia. Yo no quiero convertirme en un portador de palabras, ni de emociones. La palabra está escrita, pero quiero ser yo el que provoque la manera de decirla, y también las emociones que pueda inspirar. Yo salgo todos los días a escena haciendo un ejercicio nada fácil. Otios actores hacen ejercicios de concentración, o de calentamiento de voz, de cuerpo... Yo no. Yo intento autoconvencerme de que no conozco la obra, de que es la primera vez que voy a hacer el personaje y que tengo la obligación de sorprenderme ante lo que ocurra en escena y ante los diálogos que se produzcan con mis antagonistas. Eso es complicado y produce cierta fatiga mental. En defensa del teatro -Ha terminado hablando de fatiga pero ha comenzado con el aburrimiento, y hace un par de semanas publicó un artículo donde se mostraba crítico con la opinión de Fernán- Gómez de que el teatro le aburría. -Son dos tipos de aburrimiento distintos. El del intérprete sería el mismo aburrimiento que le produciría a un pintor estar seis meses pintando el mismo cuadro, o a un escritor escribiendo durante otros seis meses el mismo artículo o el mismo relato. Ese es un aburrimiento del creador. Esa columna que autocalificaba de dolorida y que algunas personas han dicho que era contra Fernando, no era contra Fernando, persona a la que admiro y quiero; era a favor del teatro. Lo que quería decir era que no terminaba de comprender cómo se podía asegurar de esa forma tan axiomática que el teatro es el espectáculo más aburrido que conoce, cuando es una persona que empezó en el teatro, hizo teatro durante mucho tiempo, sigue haciendo teatro y está a punto de estrenar una obra, hace versiones de teatro y encima es Premio Nacional de en el supuesto de que el pobre todavía viviese. No escribí ese artículo con mala intención hacia Fernando; quise puntualizar que me sorprendía, me parecía una portador de boutade, y como tal boutade r n Irrh quise decir. paiaOJ aS -con Virginia Woolf co mo además de intérprete es director, no sólo puede abuemOClOneS rrlrse de salir a escena sino además de mirarse constantemente. Imagino que su visión crítica es mayor. -Eso no es posible. En escena ya no soy el director, porque no podría compatibilizar las dos ocupaciones, y por lo tanto las dos preocupaciones. No puedo evitar que con el rabillo del ojo, o con el rabUlo del oído me fije en lo que ocurre en escena, pero yo salgo a hacer mi personaje, que en ese momento es lo que más me preocupa. ¿Qué puedo hacer para vigilar el espectáculo y además autovigilarme? Grabo. Lo grabé muchas veces en los ensayos y continúo grabándolo. Lo estudio y luego doy notas a los actores y a mí mismo. Yo he sido y soy una persona en cierta medida polémica, y he recibido a lo largo de mi vida críticas buenas y críticas malas, pero las críticas naalas que he recibido nunca han sido tan malas como las que yo mismo me adjudico, porque soy muy severo con mi trabajo, afortunadamente. Así y todo, no evito el error, pero no me quiero nada como actor. Me quiero en la medida en que, sí no, no saldría al escenario. Hay un narcisismo inevitable en todos los artistas, pero no siento gi- an auto complacencia; hay cosas de mí trabajo de las que me siento satisfecho y otras que no me gustan. Hay zonas de Virginia Woolf que tengo la convicción de que todavía no las he resuelto bien, y cada día intento encontrar soluciones distintas. Naturalmente, esto es secreto del sumario y no voy a decir cuáles son esas zonas, pero yo las noto, y Nuria también. Es muy difícil que un actor no tenga dudas sobre su interpretación. Eso no es malo. Si eso desaparece, ¿en qué medida nos distinguiríamos de un señor que está trabajando en un banco, una industria o unos grandes almacenes? Lo que nos distingue es el riesgo, el peligro, el dudar continuamente y al mismo tiempo tener confianza para afrontar esa duda. -En el caso de esta obra, que lleva diez meses trabajándola, ¿esas dudas han generado cambios en tu trabajo como director? Virginia Woolf es lo mismo que cuando se estrenó La posible mecanización del oficio teatral me angustia. No V quiero convertiime en un r Teatro. Pues me parece una incongruencia, la diga Fer- P ÍIMGO Y IfGRO M

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