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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-01-2000 página 54
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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-01-2000 página 54

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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dico se dio cuenta de que ella también se ruborizaba. Su relación había sido un capricho del médico, un mal pensamiento- se había dicho- Luego el doctor Valle no la había vuelto a ver. Como si el marido le sirviese de escudo, frente a la ira de Margarita o los nuevos ataques del doctor Valle, se presentaba siempre de visita con su incauto esposo. Parecía olvidar que había sido ella, ella sola, la que había buscado y perseguido al doctor. El mismo doctor que observando ahora la complicidad cursi y torpe del matrimonio se preguntaba si el marido adormecido estaba al corriente de todo. alle era un hombre Vgioso, nolas visitas. Tras relipero rezó por que terminasen esa primera tarde, disminuyó el desfile. La caída de Margarita se complicó y las visitas ya no llegaban sino con cuentagotas. Al médico no le hicieron falta más. En silencio, mientras su mujer miraba a la nada, al tiempo que esperaba a la hora de la cena, la llegada de su hijo, alguna otra visita o sabe Dios qué esperaba, el doctor Valle pasó revista de todas y cada una de las amantes que pudo recordar Eran varias. Con todas había tratado de ser generoso, todo lo desprendido y respetuoso que se puede ser en estos casos. Recordó cómo muchas de las mujeres habían ido llegando solas a la consulta, cómo había tropezado con otras casualmente en la calle, junto a su casa, no lejos de la oficina. Revivió el momento en el que. frente a su marido, Rosa Más habla fingido un desmayo para que Valle la cogiera en sus brazos. Todo eso lo supo después, cuando ella le descubrió su pasión. En realidad él sabía, únicamente, lo que ellas habían querido contarle. Tan ocupado estaba entre su profesión y sus amantes que, nunca, hasta ese momento, se había preguntado si sus amantes, las amigas de su mujer, habrían hablado entre ellas. En el sofá- cama del hospital recordó su noviazgo con Margarita Balcells y vislumbró, como recuperando un recuerdo hermoso, a algunas de las amigas de su mujer con las que jamás había, ni siquiera, conseguido hablar. ¿Qué habría sido de Blanca Gomis? ¿De aquella tan tímida que sonreía sin enseñar los dientes? A las mujeres que no había seducido, a las que nunca habían llamado a la puerta de su consulta, Valle las evocaba jóvenes, congeladas en el tiempo del desconocimiento. No recordaba haberlas vuelto a ver Pensando en ellas, hubiera querido saber cómo habían sido sus vidas, qué había sido de cada una de ellas, pero no se le ocurrió preguntárselo a su convaleciente mujer. Hacía ya muchos años que no se le ocurría preguntarle nada. Cada tarde, Modesto Valle cogía un taxi hasta el hospital en que estaba internada su esposa. A las cinco en punto le acercaba la merienda. A las cinco y cuarto se la retiraba. Le ofrecía puntualmente agua, le media la temperatura y le servía la cena cuando regresaba la enfermera. Cada noche, a las nueve, le preguntaba si quería ver las noticias. Su mujer levantaba los hombros y mantenía la media sonrisa apretada que se había quedado adherida a sus labios. El doctor Valle veía las noticias. Comentaba algunas de ellas en voz alta y, cuanto terminaban, apagaba el televisor, le daba a su mujer un beso de buenas noches, se ponía el abrigo y esperaba sentado en el borde de una butaca al hijo de ambos que debía pasar la noche con su madre. Una tarde, Margarita pareció no sentirse bien. No probó el zumo de la merienda y en su rostro pareció desdibujarse la sonrisa perenne de todos los días. Se le empezaban a cerrar los ojos cuando Modesto Valle le preguntó- encendiendo el televisor- si le aptecía ver las noticias. -Modesto- dijo ella- ¿Siempre me fuiste fiel? ¿Qué? -Que si siempre me fuiste fiel- quiso saber. ¿Quién? ¿Yo? -preguntó él. -Sí, tú- respondió ella. -Siempre, cariño. Claro que sí. Siempre fiel- le dijo él tomándola de la mano. Luego se sentó en el sofá- cama y, hacia la mitad del informativo, haciendo caso omiso a las noticias que comentaba la locutora, sin apenas mirar a su mujer, preguntó. ¿Y tú? -Hmmm. ¿Siempre me fuiste fiel? ¿Quién? ¿Yo? -preguntó ella. -Claro, tú- atajó él algo inquieto. -Siempre, cariño- dijo ella. Claro que sí. Siempre fiel, días después, Margarita Valle moría en silencio, había vivido, sin que rostro perdiese Pocoscomomedia sonrisa. El doctorsuValle regresó soentonces la lo a su casa y, a los pocos días comenzó a sentir un silencio extraño. Despidió una a una, con cajas destempladas, a las amigas de Margarita que acudían a darle el pésame. Tachó de hipócritas a la mayoría de las mujeres que conocía. No encontró motivos para continuar con sus estudios, y con el tiempo, le habló a su hermano Félix de la voz de Margarita, del amor, de la complicidad y de las magníficas conversaciones que habían acompañado su matrimonio. Anaíxu Zabalbeaíicoa (Barcelona. 1966) es periodista e historiadora del arte. Ha publicado, entre otron títulos, la novela En otros ojos- (1995) el libro de relatos Lo que piensan los perros (1999) y í ldas construidas (1998) una colección biograjias de arquitectos escritas con Javier Rodríguez Marcos BUICI T Km 54

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