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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-01-2000 página 52
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BLANCO Y NEGRO MADRID 30-01-2000 página 52

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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RELATO FIDELIDAD Por Anatxu Zabalbeascoa llustradones: Tino Gatagán Al hilo del ingreso de su esposa en un hospital, un anciano médico repasa la temperatura emocional de su matrimonio y evoca a sus antiguas amantes legado a un punto, uno no sabe si arrepentirse de! o que ha hecho o de lo que ha dejado de hacer. El doctor Modesto Valle hablaba con su hermano Félix, un hombre entristecido y algo parco en palabras, octogenario como él. El médico estaba acostumbrado a los silencios de su hermano mayor y permanecía quieto en la tarde, abrazado a una urna de concha, sentado en un banco de la plaza que los había visto crecen- Entregas a tu mujer, bien peinada, maquillada, vestida con sus mejores galas, adornada con pendientes y collares, metida en un hermoso ataúd de roble y luego te devuelven esto. Solo ésto- decía apretando la urna- Te devuelven esto- decía sin mirar a su hermano- ¿Y ella dónde está? -Esto es todo lo que te devuelven- se lamentaba tras un silencio médico- La vida pasa muy deprisa, muy deprisa. Desde que se jubilara hacía doce años, el doctor Valle vivía dedicado al estudio. Había conservado como secretaria a la enfermera que había atendido a sus pacientes durante años. Eulalia había decidido jubilarse con él. El médico mantenía la consulta que tenía alquilada en el centro de Barcelona como lugar de estudio, como despacho de trabajo, pero, como si nada hubiera cambiado, hasta la puerta del consultorio llegaba cada día algún antiguo paciente despistado. El médico y su enfermera lo atendían como si la consulta todavía estuviera abierta y, cuando el cliente parecía por fin satisfecho, decidían la cuantía de la factura a capricho de su complicidad. Una sonrisa de la enfermera servía para regalar la visita, el ceño fruncido aumentaba el precio y un suspiro conseguía que el médico declarase la enfermedad demasiado complicada para un jubilado. El enfermo, confundido, los miraba entonces a los dos, pedía disculpas y abandonaba la consulta. Mientras esperaba el ascensor escuchaba las caracajadas impacientes e infantiles en las que ambos estallaban. Una tarde, cuando el médico se había encerrado a leer las últimas revistas que le habían llegado desde Boston, la enfermera llamó a su puerta. ¿Qué es, Eulalia? -dijo levantando la vista de un L cuaderno- Si no es muy grave dígale que ya no trabajo. -Es el teléfono, doctor Valle. Es Margarita, su mujer- informó la enfermera con aire tímido. ¿Qué quiere? -La han ingresado. Se cayó mientras paseaba con la portera. ¿Caída? ¿Qué se ha hecho? -preguntó el médico dirigiéndose con agilidad hacia el teléfono. -Ya colgó. Era su hijo. Está en el Hospital de Barcelona. Se tenía que ir, su mujer ha entrado en el quirófano. ¿Margarita? ¿Quirófano? Estos médicos modernos abren las tripas con cualquier pretexto. Llame un taxi- ordenó al tiempo que recogía su maletín y su abrigo. taxi tardaba en llegar y doctor Valle se impadesde E lcientaba. Llamó tres veceselque el el interfonodepara que su enfermera comprobara taxi estaba camino. Todos los que veía estaban ocupados. Pensó en caminar, pero decidió a tiempo que llegaría demasiado tarde. Se le ocurrió recurrir al portero, pero sólo encontró a la portera, que no conducía. Por fin, un taxi descargó a un pasajero que se dirigía precisamente a su consulta, y el doctor Valle entró por la otra puerta antes de que aquél hubiera descendido. Cuando finalmente llegó junto a su mujer, su hijo le besó. Le aseguró que regresaría más tarde y salió de la habitación. A fumar, a comer, qué sabía el doctor Valle. El médico esperó en la estancia vacía sin pensar en nada, sin llamar a nadie, con la vista fija en la puerta. Por el escaso tiempo que tardó en regresar. Valle decidió que aquello sólo podía ser muy leve o muy grave. Miró a su mujer Estaba ya despierta, pálida y callada. Apoyada sobre la almohada, la habían vestido con un camisón estampado. Para curarle un golpe de la cabeza, le habían deshecho el peinado abultado que tanto se esmeraba en cuidar. El hombre se levantó con la mano extendida, como si rozándola pudiera curar la cabeza de su mujer. En el último instante apartó la mano y se la metió en el bolsillo del pantalón. Margarita no dijo nada cuando vio a su marido, apenas sonrió, levemente. Él se sentó a su lado. La miró, le cogió un momento el brazo para tomarle el pulso y movió la cabeza de arriba a abajo y BLINCO Y NEGRO 3 1

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