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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-01-2000 página 52
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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-01-2000 página 52

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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R ELATO VIGILIAS Y SUEÑOS DE ALICIA Y EDGARDO Por Antonio Ilustraciones: Fernández Molina Tino Gatagán En esta historia llena de puntos suspensivos, que transcurre en un extraño territorio onírico un hombre busca una ciudad cuyo nombre ignora y encuentra a una mujer cuyo nombre adivina EN UNA auDAD DE PASO Casi son las tres de la tarde. La luz y los ecos inundan el comedor. En la mesa de al lado abren una botella grande. Al levantar la vista descubro una grieta en la pared. Veo como se desliza ligeramente hacia la derecha En la mesa del fondo hay una muchacha enfundada en im abrigo de pieles. Come deprisa la sopa, como un remedio urgente contra el frío El eco del eco se desvanece. Aprovecho las favorables condiciones acústicas y pregunto a la muchacha: ¿Puede prestarme el paraguas? ¿Por qué le hago la pregunta antes de ver el paraguas entre sus pies? Ella dice sí con un gesto. Me levanto y lo recojo. Son las tres en un reloj de bolsillo. Dios mío- me digo- he de apresurarme Salgo decidido con el paraguas en la mano. Una dificultad interior me obliga a detenerme. Me siento en un banco. Tengo postura incómoda y cierro los ojos De buena gana me quedaría acostado dentro de un escaparate, pero he de seguir. Con gran esfuerzo, me levanto. El paraguas es una buena ayuda. Quiero llegar Pero antes podría volver, dar fin a mi almuerzo y reemprender la marcha. Con el estómago casi vacio no me va a ser posible seguir adelante por mucho tiempo Retrocedo hasta el comedor. La muchacha no está en su sitio pero nadie ha ocupado mi puesto en la mesa y no ha retirado el plato. Me siento otra vez y termino mi comida con gran satisfacción Hasta el comedor llegan señales del ambiente tranquilo y de los gestos reposados de esta pequeña ciudad. El tiempo transcurre lento y el que yo tenga prisa, en general, es una excepción Tengo la cuenta sobre la mesa. He de marcharme. Dejo el dinero y el paraguas y me voy Afortunadamente ahora el caballo me espera ante la puerta. Si no estuviera relativamente cansado acudiría a la carrera y lo montaría de un salto, como en los buenos tiempos En aquel momento sintió posarse una mano sobre su espalda. -Señor, señor, no ha recogido la vuelta- le decía la camarera mostrándosela en un pequeño plato. Esa muchacha comunicaba la impresión de pasar la mayor parte de su tiempo Ubre arreglándose la ropa, cepillando su pelo y sacándole el lustre a los zapatos. Sus ojos parecían expresar el asombro de haberse abierto al mundo por primera vez. ¿Te llamas Alicia, verdad? -Si, ¿cómo lo has sabido? ¿Y tú? -Me llamo Edgardo. -Tenemos bonitos nombres. Con una risita simpática encogió sus hombros. Era como si se hubieran conocido hacía tiempo. Ella le ofrecía el dinero de la vuelta. -Lo he dejado de propina. Me marchaba porque tengo prisa, pero puedo quedarme un poco más. Quisiera hablar contigo. -Si tienes prisa no podremos hablar tranquilos pues también yo he de volver a mi trabajo. Termino a las seis. Entonces estará oscureciendo. Edgardo quería verla de nuevo. Se mantuvo pensativo durante un instante y después le dijo: -Si pudiera encontrar un sitio para dormir hasta esa hora, luego recuperaría el tiempo, pero ¿dónde puedo dormir? La muchacha señaló al portero. -Si quieres dormir él te lo arreglará. Luego espérame a la puerta y daremos un paseo. Ahora no puedo estar más tiempo contigo. Edgardo se dirigió hacia la portería. En cuanto llegó, sin esperar a que hablara, el portero le dijo: ¿Quieres dormir, muchacho? Ven conmigo. Eso te lo arreglo ahora mismo. Vamos deprisa pues he de volver enseguida a ocupar mi puesto. Entraron a un pasillo sin luz y el portero encendió un fósforo. Bajo el hueco de la escalera había un jergón. -Aquí dormirás tranquilo. No hace frío ni calor. No llega el ruido de la calle. ¿A qué hora quieres despertar? -Un poco antes de las seis. Tome. Le alargó unas monedas. -Gracias. Te dejo a oscuras porque así estarás mejor. Yo me ocupo de que nadie te moleste. BLIklieO Y lltBRO S 2

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