BLANCO Y NEGRO MADRID 09-01-2000 página 46
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página46
- Fecha de publicación09/01/2000
- ID0005370725
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hasta la fecha más bien conservador. No hace mucho hubiera resultado insólito que un gran museo optara por ensamblar arte y antropología para iluminar nuevas facetas de la realidad situando en vitrinas contiguas vasijas griegas, esculturas africanas, miniaturas indias, cerámica precolombina, tarjetas étnicas, corsés Victorianos, tatuadoras eléctricas y fotos de cuerpos desnudos vestidos de la cabeza a los pies de intrincados y permanentes tatuajes. Arte corporal no sólo reconoce el deseo universal de gustarse y gustar sino que se pregunta por la forma en que el hombre ha reforzado jerarquías o su sentido de pertenencia a una clase o a un grupo mediante la trasposición al escenario de su propio cuerpo de sus ideas e ideales sobre la vida, la edad, los ritos de paso, el sexo y la muerte. Místico y mágico Un simbolismo genérico puede englobar tatuaje y ornamentación; ambos expresan la actividad cósmica. Pero la realización del primero sobre el cuerpo agrega otros sentidos importantes; sacrificial, místico y mágico. El primero es mecionado por E. Gobert. en Notes sur les tatouages des indigénes tunisiens quien relaciona el tatuaje con el proverbio árabe La sangre ha corrido, la desgracia ha pasado Todo sacrificio tiende a invertir una situación por la acumulación de fuerzas de canje. El motivo místico lo hallamos en el fundamento mismo de la idea de marca, como definición de propiedad. El que se marca a sí mismo desea señalar su dependencia ante aquello a lo que el signo alude. Las señales grabadas en las cortezas de los árboles, las iniciales y corazo- cial de Occidente sobre los pueblos primitivos El más antiguo libro en inglés sobre arte corporal se exhibe en la exposición. Bajo el título de Man transformed or the artificial changeling publicado en 1650 por el médico John Bulwer, califica el arte corporal de moralmente repugnante. Otros tempranos viajeros, sin embargo, observaron estas prácticas, que a fin de cuentas plantean la eterna pregunta de la percepción o malinterpretación de valores culturales (y la belleza es uno de ellos) de una manera menos reprobadora. Un viajero inglés del XIX, John Rutherford, fue un ávido coleccionista de tatuajes maoríes y polinesios y no encontró mejor lugar que su propio cuerpo para coleccionarlos y exhibirlos: el cuerpo como galería de arte. El tatuaje, al trabajar sobre la dermis, provoca un dolor indudable, al que se refería Cirlot en su reveladora entrada. Sin embargo, en el tránsito del siglo XIX al XX, el artista británico George Burchett ya hizo de su esposa Edith un monumento vivo al arte del tatuaje: la exposición neoyorquina incluye un lienzo que representa a la bien dispuesta esposa toda sonriente exhibiendo su catálogo dérmico de mariposas, escenas de la pasión de Cristo y banderas patrióticas. Burchett era conocido en su tiempo como el rey de los tatuadores y entre sus devotos se contó también un rey, Jorge V de Inglaterra, que cedió unos centímetros de su piel real para que Burchett imprimiera su huella. De igual forma que los cánones de belleza varían de una región a otra, de un hemisferio a otro, de una época a otra, de un vecindario a otro, así también los adornos corporales indican diferentes estratos sociales y culturales. A través de las sobrecogedoras foto- El cuerpo humano es una suerte de lienzo que ha sido adornad nes incididos a punta de alfiler en la piel por los enamorados son claro indicio de este significado. Ulteriormente, se subvierte la actitud y se pide a la señal que agradezca el valor sacrificial y de entrega; este es el poder mágico, el concepto del tatuaje como talismán defensivo. Aparte de estas tres causas, los etnólogos han encontrado otras dos: el tatuaje como signo que distingue sexo, tribu y rango social (Robert Lowie, Antropología cultural profanización simple del sentido místico; y como medio para aumentar la belleza La larga cita pertenece al Diccionario de símbolos el impagable legado de Juan Eduardo Cirlot, y más para adentrase en los territorios en los que Occidente a menudo se ha sentido menos a gusto, como los del cuerpo y su (religión mediante) inveterada y difícil conciliación entre la atracción y la repulsión por todo lo relacionado con la carne y la piel. No es de extrañar que durante siglos, y desde una visión del mundo etnocéntrica, se contemplaran las prácticas de tatuaje y escarificación, la mera exhibición de los cuerpos desnudos o el uso ritual de las máscaras, como un estereotipo para reafirmar la superioridad ragrafias de Sandi Fellman, con asfixiantes tatuajes que cubren cuerpos enteros con diseños vegetales y animales de una complejidad abrumadora, reconocemos cómo en Japón las clases bajas recurrían a los tatuajes como una forma de burlar la prohibición de vestir ropa decorada con los mismos motivos florales o figurativos que su piel conservará de forma indeleble. En algunas regiones de la Polinesia, los tatuajes de carácter geométrico estaban reservados a las figuras más prominentes y los personajes más poderosos eran los que portaban los tatuajes más grandes. Ejemplo de lo que Cirlot mencionaba como talismán defensivo lo ofrecen los nativos del interior de Borneo, que le servia como suerte de escudo contra las fuerzas del mal. La influencia occidental hizo que durante décadas la tradición del tatuaje casi se extinguiera en la Polinesia, mientras que ahora ha comenzado a renacer como una forma de reafirmación étnica. En Occidente, el arte corporal, desde el piercing al tatuaje, pasando por la corbata, el estilo de maquillaje o de zapatos, el uso de prendas deportivas, los colores, contribuye desde hace siglos a configurar identidades sociales. En otras cultu- BUHGO Y NEGRO 4 B