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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-01-2000 página 65
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-01-2000 página 65

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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FUNDACIÓN CACIQUE el peso añadido del equipo, la llegada de la intensa lluvia no facilita precisamente las cosas. La montaña no da tregua. Humboldt ríe fuerte en lo alto de sus dominios pero decide hacer un guiño. El sol se abre camino entre las nubes y tras atravesar un desfiladero aparece la Lagima Verde. Brilla con rabia y a sus pies se alza el majestuoso objetivo de la expedición. 4.992 m. Portilla. Oiarzábal y Antxón esperan ya en la explanada donde se montará el campamento base; ríen divertidos, probablemente sean los recuerdos de sus primeras expediciones los que, mezclados con los gestos desencajados de los que van Uegando, animan la mueca. Arriba, casi rozando las nubes, alguien ríe también. PRESENTADA oficialmente el 27 de Mayo de 1999, la Fundación Cacique nace con el propósito de estimular entre los jóvenes el contacto con el entorno natural y con todas las cuestiones relacionadas con el medio ambiente. Para propiciar el conocimiento, nada mejor que la acción. Éste es el objetivo de acciones como la expedición Cacique Orinoco Trasandina 99. donde objetivos como fomentar la sensación de equipo y compañerismo, unido al entorno en el que se desarrollan las actividades seleccionadas prima sobre otros conceptos, como puede ser la competitividad. La Fundación cuenta además con una serie de programas de becas, dotados con 250.000 pesetas cada uno, para el respaldo de proyectos relacionados con la mejora en el conocimiento y exploración de las riquezas naturales de Suramérica y España. La aproximación El día transcurre montando tiendas, preparando la comida, revisando el material: cuerdas, crampones, piolets, arneses... arriba no habrá tiempo de rectificar. Con la llegada de la noche se supone que llega el momento de reposar. Pero sólo se supone. Ahora el mal de altura es una realidad demasiado palpable. Si caminar se convertía en una pesadilla, dormir es una ilusión; la noche transcurre en una especie de duermevela en el que con el alba no queda claro si uno llegó a dormirse o permaneció atontado todo el tiempo. Es hora de salir de las tiendas. Y Humboldt vuelve a reír. Llueve a cántaros y la niebla al pie de la montaña espesa por momentos. El grupo duda. Para montañeros de la talla de los integrantes del equipo Cacique, las inclemencias no son insuperables, ni mucho menos, pero desde luego, menos aún. despreciables. Comienza la aproximación. El terreno es endiabladamente escarpado y la tierra, castigada por la lluvia, no perdona los descuidos. Se asciende en grupos de cinco a siete personas. Hay tramos en ios que la verticalidad y mal estado del terreno obligan a gatear con manos y pies, y lo peor aún está por llegar. La roca se vislumbra, cerca, a trescientos metros, pero muy lejos realmente. La respiración se fuerza al máximo y en una hora se alcanza el objetivo. No ha dejado de llover un instante. El ataque final Ha llegado el momento de medir fuerzas. El señor Humboldt decide dar un poco de vidilla al grupo y, por lo menos, el molesto viento deja de batir; la Uuvia también amaina ligeramente. Los pasos de roca son lentos pero no complicados. Es más difícil respirar que avanzar. El tiempo pasa y la distancia real que se avanza es ridicula, pero verticalmente... Dos pasos y la nieve cruje bajo las botas, es el inicio del glaciar. Ahora vuelve la niebla y viene con saña. Es el asalto definitivo. El grupo se coloca los crampones, se encorda e inicia la ascensión. Las piernas se hunden hasta la rodilla, los pulmones son incapaces de conseguir el aire indispensable y el corazón se dispara. La sangre golpea las sienes y los ojos son incapaces de distinguir al compañero de cordada. Quedan cuarenta metros para llegar al hombro y desde allí otros cincuenta hasta la cima, pero ni ritmo, ni sabios consejos, ni mieles de conquista, ni motivación que valga. La cuerda se tensa y el resto del grupo para. No hay resuello para continuar. ¡Al carajo con todo! Un vistazo atrás y la realidad se impone, descender suelto de la cordada anuncia catástrofe, así que, amigo... adelante y arriba. Uno piensa en su jefe, en el último compañero jodiendo la marrana- ¡perdón! es la excitación- en la última novia que te levantó tu mejor amigo, en la lotería que nunca toca... y llegas al último tramo. Diez minutos de tregua para que bajen las pulsaciones desbocadas y se desencadena el asalto, aquí no hay prisioneros; ahora se llega ¡y punto! La roca se esconde afilada bajo la nieve traicionera y las fisuras ocultas amenazan con no se sabe qué. Es inútil, el señor Humboldt se resiste pero ya está vencido, quedan quince metros... diez... no se ve apenas, pero se intuye el final. Niebla y más niebla. ¡Arriba! ya está, coronado. Pero... ¡joder, joder y joder... Creo que ya no hay perdón, ¿verdad? La niebla se cierra definitavemente y no se vé nada. Un espeso manto lechoso impide ver más allá de las narices. Es la pequeña venganza del conquistado. Llegarás pero no verás, susurra. Hay que bajar, y rápido. Pequeño detalle el del descenso, suele olvidarse demasiado a menudo. ¡Que te den Humboldt, estás vencido! El descenso permite recuperar el aliento, y la proximidad, al cabo de las horas, del campamento base y las hogueras, en las que se imagina el té hirviendo, transforma las piernas en alas. Llega la noche y el grupo se reúne. Todos cuentan su historia y Portilla, Oiarzábal y Antxón escuchan sonriendo; las sienten más cercanas de lo que quieren reconocer, pero las sienten. Alguien mira hacia la cumbre que ¡ahora! se muestra despejada y rodeada de un apacible halo rosado. Apenas es un cinco mil y se ha dejado sufrir como pocas cosas en esta vida. ¿Cómo será un Everest, un Cho Oyu, un K 2, un Nanga Parbat... piensa uno, y entonces mirando a los jefes de expedición, a Portilla, a Antxón, a Oiarzábal. baja los ojos, al margen de todo lo demás. I BUNGO Y MEGRO i b

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