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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-07-1990 página 6
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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-07-1990 página 6

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Cine AS Y LivirtQ es un interesanfe ejempJo dg lo que! ue un género al que se renunció, sin moEivos suficjentes, y que nos ha dolado perpetua nostalgia: la comedia cinemaTograiica americana, que usaba hasia el límite Fos recursos del cine, y por e) b se separaba muy creadoramenlE de sus orígenes en el teaiio o en la novela asy Uvtng es de 1937; en español sB la ha rítu ado Una chica afortunada o Vivir es íácil. La díhg ó Mitchell Leisen, famoso en su jempo, pera baslanle oJvidado después: la película suya que recuerdo con más Viveza GsSím ommecie- fa. Pero el guión de la película que comenio es de Presión Slurges; el cine dmgido por éste suele lener mas inspiración y refinamiento Hay cíenos rocesi en Easy L vng que es improbable encontrar en las pelfcuJas de Slurges; no sé si la combinación del director y el guionista tuvo la perfección deseable. E Por JULIAN MARIAS D U HEAL ACAOEhm ESPAÑOLA UNA VIEJA COMEDIA (Ray Milland) porque no sabe hacer nada de provecho, y con su mujer porque ha comprado un abrigo de piel má y no cualquiera, sino de manas cibeilínas y a un precio de 58.000 dóíares Ai final arro a el abrigo a la calle desde la altísima terraza; la mujet, enladada recoge un enorme equipaje y se marcha a Florida, el hi o, no menos indignado, declara no necesitar a su padre pata nada y se va también de la casa. En cuanto al sufituso abrigo, va a caer sobre una muchacha llamada Mary Smith (Jean AriNjr) que pasa en el piso alto descubierto de un autobús. Mary intenta devolver el abrigo al fir anciero, pero este se mega a aceptado; por el contrario, le compra un sombrero más adecuado del que había quedado malfrecho. El punto de partida es una arblTranedad seguida de un azar. V a continuación todo se precipita. La muchacha trabajaba en un rancia revista: la presencia del inexplicable abngo- aunque ni sospecha su verOadeio valorhace que pierda su empleo, porque parece evidente indicio de inmoralidad Como tiene hambre V só o unos centavos, Mary va a intentar comer en un- automático- (parece el viep y divertido Hom Hardart en la Calle 42, donde he estado tantas veces, donde a altas hora ¿de la noche coinciden elegantes lóvenes de esmoquin o traie largo con- marginales casi vagabundos) Busca, en las ventaniias, algún plato que pueda permitirse con ios pocos centavos que lleva; un camarero que la encuentra airactrva se ofrece a hacer una pequeí a trampa: abnrle- manualmenie alguna ventanila, aunque no haya depositado las monedas suficientes; lo descubre un inspector, lo despide, se organiza una espantosa conlu ón al ponerse en acción los mecanismos que permiten ei acceso a los víveres, los que estSn dentro y otros que se precipitan desde fuera desencadenan una de esas escenas disparatadas que con tanta agifidad y destreza dominaba el cine de aquellos arV) s. El camarero es el overi Ball, asi emancipado de la protección y la tuteta paiema. Los dos muchachos se encuentran en la caiie, sin trabajo y sin dinero. Esta acción se complica con los apuros del propietario de un lujoso hotel Louis, hipotecado a Es una película francamente drveitida; tiene además dos jngredJenl propios del género y la época, y que se hgn desdeñado después, con grave peijuKio; la simparía y la alegría. Pero el espectador, mientras se div. ene, a medida que va siguiendo con complacencia la 5 peripecias y los diálogos, siente contusamente que se debería estar divirtiendo todavía ntís, esta comparando la película que tiene ante los 0 os y en los oídos con un volumen de sonido muy ffecuér ie hoy, moiesio e inadecuado, como si los es ecladores fueran sordos) cor lo que pccírja haber sido si hubiese alcanzado una pedección que parece asequible. Toda verosimilitud esfS excluida de esta película, pero eso no importa riada, el pun! o de partida es que un Tinanciero mullimillonano, poderoso e intemperante, J. B Ball (Edward AnKildj, nuentras dP- í ¡ayuna, se irrita con su hí o. John Ball. Jr, Ball y a punto de quiebra, cuando se entera de ia extraAa relación entablada entre el misionario y la muchacha, que supone amorosa, olrece a ésta instalarse en una fastuosa- suite- con la esperanza de que Ball no se quedará con el hotel y que este prosperará por la escandalosa publicidad. Siguen los azaresn complicados todavía máa por enom niü üücíiav iúi Ü JO la Bolsa provocadas por caprichosas eJ presiones del joven Ball. que no sabe nada de nada, pero a quien se cree informado por su padre. Los- gags- los equívocos, fos encuentros y desencueniros, los diálogos que nadie entiende, se encadenan sin un momento de descanso. Pero todo eso va acompañado de un elemento da insatisfacción: no es lo que realmente podría ser lo que está cefca de conseguirse En ia película abunda la simpatía, que es rasgo dominante en Jean Arthur; también la pose de Ray Milland, joven entonces con un resto de sedería e inexpresrvidad que superó, por ejemplo, en wayor y a menor. con Gínger Rogers. Pero lalia la ligereza, la delicadeza que encontramos en las películas dirigida? por Preston Sturges. no digamos por Lubitsch. En Easy Dvrng se trata de una locura, pero se intenta que sea lúcida; laila lo q (je seria admisible, un abandono al disparate jocundo que renuncia a todo reslo de cordura. Hay una oscilación peligrosa que irivalida muchos aciertos Y se insiste demasiado; hay un pecado de B Cl so que íiempre se paga- la- surle del hotel es demasiado grande y se ia exhibe más de 3o justo; se alargan innecesariamente las fluctuaciones de la Bolsa. B exceíenTQ Edward Amoid se repi! e en escenas- equivalentes Una poda diestramente realizada y con buen gusto habría intensificado el poder de diversión de la película y la huh era acercado a la perfecciün, 6

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