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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-08-1965 página 93
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-08-1965 página 93

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mirante quedó muy impresionado ante la ¡dea propuesta por el comandante. El pian, que se sometía a su consideración, había sido bien estudiado y examinado por la administración central de nuestras fuerzas navales. Todo estaba, pues, dispuesto para que la epopeya de los Kamikaze pudiese empezar. Lo importante era una muerte útil y honrosa para los soldados del aire Los ataques especiales tal como los llamamos al principio, no iban a ser meros asaltos realizados por voluntarios que tenían ciertas probabilidades de salir indemnes de la más arriesgada aventura. Por el contrario, para los piltos sacrificados, la muerte e r a ineluctable. Normalmente, cuando un jefe expone sus hombres al peligro más extremo, siempre prevé para ellos una posibilidad de regreso. Así, durante el bloqueo de Port- Art hur durante la guerra rusojaponesa de 1905, el almirante Togo no consintió en dejar que saliesen navios voluntarios para el primer ataque sino con la condición expresa de que aquellos buques fuesen equipados con botes de salvamento. Igualmente, el almirante Yamamoto no dio su consentimiento para que partiesen los submarinos de bolsillo, con ocasión del ataque a Pearl Harbour, antes de comprobar que aquellos navios iban provistos de unos equipos que permitiesen a las tripulaciones sobrevivir en caso de avería o de destrucción por el enernigo. En verdad, la priimera preocupación de cada jefe fue la seguridad de sus hombres. No obstante, para los japoneses de 1944, de improviso se hizo más importante defender a su patria que salvar su vida individual. Efectivamente, en adelante, la existencia misma del Japón estaba en peligro. Además, desde la infancia se nos había inculcado esta máxima admira ble: La vida individual es tan leve como una pluma y la causa de la patria tan pesada como una montaña. Por tanto, nos resultó completamente natural el hecho de tener que sacrificarnos para tratar de enderezar nuestra situación militar. Así se explica, por consiguiente, la decisión que se atrevió a tomar el almirante Onis hi: la de enviar sus pilotos a una muerte cierta. La fe en la patria le enardecía magníficamente. Combatir de una manera clásica, sería lanzar inútilmente mis jóvenes a la voracidad de un enenrigo superior en número y en armamento. Lo que importa a un comandante es encontrar una muerte útil y honrosa para sus soldados. Estoy convencido de que las operaciones de sacrificio no son sino un acto de amor grandísimo dijo el almirante Onishi en la primera nota en que preconizaba abierta y oficialmente el recurso a las misiones de sacrificio. En razón de la gran consideración de que gozaba el almirante, su petición fue aceptada por el gran Estado Mayor. A partir de este momento, Onishi estuvo siempre y en todas partes junto a sus jóvenes voluntarios Kamikaze El nombre de padre de los Kamikaze que se le dio más tarde me parece, pues, completamente justificado. La situación militar en las Filipinas se fue agravando cada vez más, y el 5 de octubre de 1944, e! almirante Onishi fue designado para el mando de la fiota del Suroeste. Salió de Tokio el 9 hacia Filipinas. Sin embargo, las incursiones enemigas por entonces hacían difícil todo viaje y el almirante no llegó a Manila hasta el 17 de octubre. La víspera, había tenido lugar una gran batalla aérea en las proximidades de Formosa y nuestras fuerzas se encontraban agotadas en extremo. Esperábamos para días sucesivos el comienzo de un enfrentamiento decisivo. Estábamos seguros de que iba a ser necesario apelar a métodos revolucionarios: el (srimero de todos ellos era, natural- mente, el lanzamiento en picado a muerte sobre los buques de guerra enemigos. Un avión para cada barco tal era la teoría que el almirante alimentaba desde hacía meses y fue en Filipinas donde consiguió tener la primera ocasión de aplicarla. Ningún otro habría podido llevar a la práctica aquella operación como él lo hizo. Su traslado a las Filipinas bastó para levantar la moral de los soldados que lo recibieron como se recibe la lluvia en medio del desierto. El vicealmirante Onishi me sucedió el 18 de octubre en el puesto de comandante en jefe de la primera escuadra en Manila. Ante todo, le pedí que me disculpase por haber reorganizado tan mal las fuerzas aéreas en Filipinas y por tener tan pocos aparatos que confiarle, justo la víspera de una batalla decisiva. Me consoló de todo corazón, dándome las gracias por las molestias que me había tomado. Me juró que obraría lo mejor que pudiese y, estrechándonos largamente las manos, lloramos juntos. El almirante me dio a conocer sus proyectos y los estuvimos discutiendo. En definitiva, quedamos de acuerdo en que no había otro medio, para salvar a la patria, que el recurso generalizado a los aviones- suicidas. Inmediatamente se decidió formar una flotilla especial de voluntarios. Al día siguiente, el almirante se trasladó a la base de Clark para visitar la 20 escuadra aérea y constituir en ella, con los mejores pilotos, una formación en Kamikaze Ante las tripulaciones, el almirante justificó su demanda de voluntarios por la situación especialmente grave que atravesaba el país. El capitán de navio, Tamai, jefe adjunto de la escuadra, se levantó cuando Onishi hubo acabado de hablar. Almirante, h e m o s comprendido perfectamente su idea le dijo. Le pido el favor de encomendarme esa misión. En seguida empezaron a afluir los

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