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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-11-1960 página 90
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BLANCO Y NEGRO MADRID 19-11-1960 página 90

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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hormi i A mI HORA que se nos lia ecliado encima noviembre con sus tardes vestidas de gasa gris, como viuda qne se aliviasen el lato por primera vez, y nos sentimo prisioneras durante n u e ve largo mese de nuestra faja, abrigo y falda estrecha, medias y zapatos puntiagndoü; cuando nos quedamos en casa al anochecer, un poco tristes en la luz que declina, solemos recordar las vacaciones que ya empiezan a quedar lejos. Excursiones al campo en nuestra alpargatas azules, las piernas desnudas, cómodas y a gusto con aquel traje de percal que ostó ouatro perras y nos favorecía tanto. Echamos de menos el campo, ese campo español árido y demasiado serio, en el que hemos sido sin embargo tan felices durante cuatro gloriosas semanas de veraneo. Pero llegó la vuelta al hogar y con ella todas nuestras preocupaciones, grandes y pequeñas, que estaban en el descansillo de la escalera para darnos la bienvenida cuando llegamos todavía optimistas, todavía tostadas, todavía llenas de proyectos: -La cocinera dice que se marcha porque ha encontrado unos americanos que la dan mil pesetas y tiene un cuarto para ella sola con terraza y aiparato de televisión. El traje de lana blanca que costó un dineral el invierno pasado está lleno de agujeros de polillas. Se ha roto la cañería del baño, los nuevos vecinos son unos chismosos. Otra vez tengo mi crisis de asma. La piel se me ha hecho polvo con el sol. Aquel chiío que me perseguía tanto en la playa, al volver a su ca a, no me ha puesto siquiera una postal. La tía Carmen, que es soltera y vive con nosotros, se está poniendo cada día más ínsoportaMe... Nos sentamos agobiadas sobre la cama. El mundo es un lugar hostil y lleno de enemigos que se pasan las horas muertas discurriendo cuál es la mejor manera de fastidiarnos. La humanidad gira alrededor de una sola cosa importante- -nosotras miasmas- -y en c a d a vuelta nos clava un alfiler envenenado. Krüschef y la terrible amenaza del comunismo no es nada comparado con el escape de gas de nuestra cocina nueva; esas madres que lloran en el Congo sus hijos desaparecidos carecen de relieve al lado del sarampión de nuestro sobrino que ha hecho refugiarse en ca sa a sus cuatro venenosos hermanitos, que nos están dando una lata tremenda. El autobús de viajeros que se ha precipitado en un barranco cuando toma ba una curva abierta en ana de las peligrosas carreteras italianas resulta una pequenez si se piensa que estamos en noviembre y que durante una larguísima procesión de, días iguales tendremos que aguantar a nuestro jefe en la oficina y cobrar cada fin de mes un neldo irrisorio, teniendo en cuenta lo inteligentísimas, guapas y eficientes que somos. Acabamos lloriqueando, la cara hundida en la almohada, liberadas al fin los pies de esos zapatos del otoño pasado que ahora salen, sin venir a cuento, liaciéndonos un daño espantoso. Ojalá no hubiera vuelto nunca; ¡quién pudiera quedarse en el campo toda la vida, sin trabajo, sin problemas, sin angustia. Quién pudiera. Tendríamos, por ejemplo, horas y horas libres para sentarnos en el suelo y observar a las hormigas. Es una ocupación apasionante. Las h o r migas van y vienen, siempre atareadas, siempre preocupadas, siempre nerviosas. Se pelean las anas con las otras por una brizna de paja, salen y entran de su casa a cada momento, discuten en el camino cuando se dan de narices con una vecina, dan vueltas y vueltas alrededor del mismo sitio. Puede venir un niño cruel botando su pelota enorme, un hombre calzado con grandes botas o tal vez una muchacha llevando en la mano un cubo de agua, y entonces ¡adiós hormiguero y adiós vida, adiós todo! Pero esas cosas tan grandes y tan peligrosas no parecen preocupar a los bichitos negros; allí siguen discutiendo por su hierba, peleando con la vecina, angustiándose infinitamente por las cosas más nimias. Si viviésemos siempre en el campo, sin nada que hacer, lejos de nuestra cuñada que es un rollo, a mil kilómetros de ese- compañero oficina que ni nos mira y nos da tanta rabia, fuera de la órbita maligna de esa amiga que asegura adorarnos y en cuanto volvemos la espalda nos pone verdes, seguro que acabaríamos riéndonos de las pequeñas preocupaciones de las hormigas. Cada una de ellas se cree el centro del mundo, camino de wu agujero con la carga a cuestas, y parece decirnos con su nervioso andar que su carga es mayor que las otras, y su caso distinto, y ella el i?

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