Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
BLANCO Y NEGRO MADRID 19-11-1960 página 85
BLANCO Y NEGRO MADRID 19-11-1960 página 85
Ir a detalle de periódico

BLANCO Y NEGRO MADRID 19-11-1960 página 85

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página85
Más información

Descripción

las ruedas, Iradas hacia la deretíha n el arranque de la curva. m policía s 8 volvió hacia el sargento Orini! que tiritaba enfimdado en una ligera gabardina. Asesinato- -dijo- Que procucen no borrar ninguna huella cuando extraigan el autonwivil con la grúa. Vamonos. Ambos treparon laáera aiTiba hasta la carretera, donde les esperaba un coche de la Jefatura, y emprendieren inmediatamente el regreso a la capital. Marita contemiplaba la escena que se deeaproUatoa en 1 despacho del inspector, conteniendo a duras penas las l rrimas que asomaban ya junto al iris ddáíano de sus ojos, amenazando rodar de un miranento a otro por sus mejillas. La m adtre tíe B tty, una mujer de cuarenta y cinco años, elegantemente vestida, permanecía en an sillón con una expresión de an- gustla desesperada, mientras el padre, un hombre de pelo gris y rostro tostado, contestaba con voz ronca a las preguntas de Delar. -Tai vez la mimamos deimasiado- -deoia- pero, de cualquier forma, desde muy pequeña demostró un Carácter Ind ependiente y huraño. Pareóla pertenecer a otro mundo. No le divertía estar en casa. Cuando cumiplió vieintiún años y le compram. 03 el coche, pasaba largas temporadas en Francia. No abemos apenas nada de su vida intima, inspector. Nos hemos quedado solos, pero, en realidad, ya lo estábatoos desde hace vaílos años. No digas eso. Betty era muy buena en el fondo- -lie inteiTumpió su mujer- descuidamos su educación. Tú siempre con tus viajes... y tus negocios... Algo se quebró en la garganta de la madre, y un penoso silencio reinó en el desipacbo. Ea inspector se levantó y; acompañó a la pareja hasta la salida, regresando seguidamente a la habitación. No hubiese sido necesajrio citarlos- le reprochó Marita. -Era posible que supieran, algo relacionado con el asesinato- -contestó el policía- En fin, dentro de un momento haré pasar a Jean Dubré para interrogarle. ILa mu (diacha se puso en pie y paseó por el úespatího de un lado a otro. EEtas jovencitas perteneeientes a la nueva generación son incomprensibles- -afironó- con veintidós años, bonita y milíonarla, ¿para qué se metería en todos esos líos? -Se trata de la nueva ola respondió Delar- son gentes vacías, que buscan sin descanso nuevas sensacionss en la velocidad, en el alcohol, en los vicios, en el amor... y, posiblem snte, la miayor cu Jpa de tal situación la tienen los padres. Pero el caso es difioü. Es indudable que el asesino coloca 61 mecanismo en la barra de la dirección sabiendo que ella, al descender con el automóvil por la carretera, habría de girar el volante hacia la izcjuierd a, de tal forma que las ruedas quedarían blocadas y el accidente sería inevitable. Era alguien que conocía su manera de conducir y que deseaba su muerta. En la colonia de la erra sólo tíos hombres reunían estos requisitos: Jean Dubré y Felipe Dargo. Hemos reconsifcruído todos los movimientos de la muchacha durante las dos horas que precedieron al siniestro. A la. s cinco y media llegó pro ed! ente de la ciudad y estacionó su automóvil frente al bar Damasco eutrp un Cadillac y un Fiat No cabe error respecto a p- e nuíiio. pues el guarda- coches la ayudó en la m aniobra. realmente difícil por el escaso espacio existente entre ios xiós vehículos. Dentro del bar se reunió con t elípe Dargo. El joven la eneraba Sentado a una da las mesar del fondo. Había bebido dos copas de aguardientii. Ks hijo del director de un Banco, tiene veintiún años, alto, moreno, con el pelo siempre desordenado, un grueso jersey y unos pantalones ceñidos. Ya puedes figurante el estilo. Permanecieron juiítos en el bar durante una hora. Luego él salió y estuvo quince minutos ausente. La chica le esperó fumando un pitillo tras otro. Cuando volvió Dargo hablaron muy poco. Ella se despidió y cogió el automóvil. Rcconió el tramo de caiTetera recta que hay entre el toar y la estación, en dirección al valle, y se detuvo unos diez miniítos para entrevistarse con Jean Dubré, sujeto de malos antecedentes qué había cumplido xma condena por tenencia ilícita, de drogas. Al parecer preguntó por él en la cantina da la estación, y la camarera Je transmdtió el recado de que Uegarta en seguida. Esto ocurría alrediedor de las siete de aquella tarde. En efecto, al cabo de unos minutos apareció el francés y ambos mantuvieron una conservación en voz baja. Seguidamente Betty subió al automóvil, estrellándose contra el acantilado que bolsea la primera curva de la carretera. Un hombre dé unos veintitrés años, delgado, con el pelo rubio rizado, ojos pardos, huidizos, hundidos en las ói- bitas y nariz afilada, hizo su entrada en des 1 pacho, acompañado, por el sargento Grim. Una sonrisa cortante, mezcla, de desprecio y de suficiencia, bailaba constantemente por sus labios que dejaban a la vista unos dientes sorprendentemente blancos. Después de las primeras preguntas de mera rutina, Delar entró, a fondo en el interrogatorio. I- ¿Por cuá sabía usted que la víctima iría a verle a la cantina alrededor de las siete de la tarde? La sonrisa- de Dubré se acentuó. -Ciencia infusa- -contestó con acento sarcástlco. El inspector, en una alarde de paciencia, pasó por alto el tono y el significado de agüella respuesta. ¿Por qué motivó se habían citado allí? El joven alzó las cejas. Parecía muy divertido. ¿Por qué? ¿Por qué va a ser? Ella me gustaba y yo a ella. Nos vetamos tíe cuando en cuando, ¿está claro? e r o en aquella ocasión sólo hablaron unos minutos... ¿De qué? -iBahl, quedamos citados para él diá siguiente. -No parece usted muy apenado por la desaparición de su amiga- -No. Creo que ha sido mejor así. Betty ei a una mujer desplazada. Ahoi- a descansa. Dubré cerró la boca y durante unos segundos sus facciones ss ensombrecieron, dándole un aspecto triste de abandono. Delar prolongó el interrogatorio sin que las respuestas ael testigo arrojasen nueva luz sobre los hechos. Des ucs dio orden al sargento para que el detenido fuese conducido a su celda y pasase Felipe Dárg o al despacho. -Deseo que ma haga usted un relato preciso de sus actividades entre las cinco y las siete y cuarto de la tarde del día en que Betty Drable perdió la viü a- -ordenó 1 inspectcr. El hombre desvió sus ojos negros y los fijó en el suelo. Sus manos temblaban ligeramente, pero la voz era firme y bien modulada. -sBetty y yo lo pasábamos bien- -afirmó- íbamos jiuntos a veces. Nos gustaba bai ar. Estuvimos en el bar charlando de cc as sin impoTtancia. ¿Por qué la dejó ujíted durante un cuarto de hora eola? Dargo no pareció desconcertado. -Habla escrito unas cuartillas la noche antes y fui a la residencia d! e la montaña. Quería leérselas, ¿Le vio alguien al ir a su domicilio? No lo sé. No me fijé.

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.