BLANCO Y NEGRO MADRID 19-11-1960 página 64
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página64
- Fecha de publicación19/11/1960
- ID0005258728
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pedestal ¿e tt opulencia, Iba apktUr todos sus snefios. A través de las lágrimas tercamente retenidas n tis ojos, Nati contemplaba en silencio, desconsolada, el endebk racimo despojado que yacía sobre sv plato. Y se entia como él, desnuda, mezquina y miserable. A partir dt aquella determinaciáa, todo marchó rápido. Cifra fechas y demás detalles ftteron fijados con urgente premura. Don Honorio, espoleado fot sn deseo, superé los obstáculos que se oponían, pocos y de escasa importanciia. La familia de Nati colaboró activa y ficazmente en la misma labor. Total, ae en seguida la ceremonia del enlace quedó señalada con la misma (ría precisión con que e prepara una operación de guerra: día D, hora H. Objetivo: Nati. Esta no participaba en el general ajetreo familiar; dejaba que los domis actuasen por ella. A! acceder a d sposarse con don tonorío era como si hubiera otorgado tt total voluntad. ICoit le daba igual: que la iglesia ekigid: fuera de capucihinos o dominicos, qu estuviera adornada o no, que el traje de novia lo confeccionara Florennio o Ernesto- -modistas en boga- ípj. e el luniíh fuera en Hontanar o en fíneva Escocia- -salonet de moda- que il viaje de novios se proyectara a la Costa Azul o a la Costa Brava... Y sí, entre preparativos minuciosos or parte de los amillares, llegó la víspera de la boda de Nati. La man bien humilde casa efa en aquella fecíba un revoltijo de telas, cajas, plancb ts humeantes, cintas, flores, ropas... Los regalos e acumulaban por doquier; abundaban, -sobre todo, los juegos de té, los quinqués, los jarroncitos, los ctnicefos y una serie de objetos indefinidos de utilidad difícil de precisar. Caía la tarde li medio de aquella barabúnda, y NaÜ veía tras los cristales del balcón ponerse el so! de sa óltimo día de soltera. Sin palabras, Nati le decía adiós y pensslba que co aquella lux mortecina muchas cosas iban a expirar en su vida. Sonó el timbre. Era n la puerta de la calle. Con el desorden reininte nadie debió de oírlo, porque volvió a sonar de nuevo, en llamada más larga e insistente. Nati S 9II Ó a abrir. Lo primero qtte Vio fué Un enorme ramo de rosas, que la envol ñó en una oleada fragante. Después, dt eiitre las flores, surgió unA voz pregiintanáio: ¿Está doga Balbina? Nati contestó que en aquel piso no vivía ninguna dofia Balbina, -íOue no vive qní ñoña Balbina iaor a? Las floreí descendieron de repente para dejar paso la efigio de un joven no mal parecido, moreno, con bigote y una dosis considerable de ironía en los ojos... No, no vive aquí. -Bueno, pues yo no la busco más. He estado ya en dos casas y cuatro pisos buscando a esta efiora, la que no conozco, para entregarle estas flores en nombre de un amigo que me ha pedido éste favor. No é por qué querrá entregárselas, ni me interesa... A h o r a bien; creo que la amistad tiene un límite, al que yo he llegado ya: no estoy dispuesto a seguir buscando más a dona Balbina. Nati hizo ademán de cerrar la puerta, annqne aquello la divertía. ¿Va usted a cerrar, señorita? No, espere. El hecho de que doña Balbina no viva aquí no importa para que usted y yo continuemos h a l a n d o ¿Usted no podría orientarme sobre dónde viva la señora ésta? -N o... Yo no sé. Conozco poco a los vecinos. Pregunte abajo, en la portería. Pero si en la portería no hay nadie! En ninguna portería suele haber nadie. Yo creo que los porteros e van por ahí de bureo y dejan a los inquilinos y visitantes que e las arreglen como puedan. Nati sonrió. Le resultaba chocante imaginar a Gregorio, el viejo portero, de bureo por ahí. Bueno, entonces pregunte en el piso de arriba. Creo que ahí vive una señora viuda... ¡Estupendo! Esa viuda que usted dice era seguramente doña Balbina. Parecía que el joven iba a marcharse, pero de pronto se volvió hacia la muchacha y preguntót- Vsted ¿cómo se llama? Nati quedó sorprendida. ¿Por qué aquel desconocido se permitía tal atrevimiento? ¿Qué le importaba n nombre? Sin embargo, respondió: Me llamo Nati. Nati- -respondió el joven, y un silencio denso siguió a esta palabra. Estaba el descansillo del piso en penumbra. Nadie bajaba ni subía, y el ascensor, quieto en lo más profundo del hueco de la escalera, era como un navio varado en el fondo de un oscuro mar. Apenas veía Nati a sn interlocutor, pero sabia que sus ojos la miraban. No podia explicarse por qué se estaba allí quieta ante tan extraño visitante, escuchando el silencio que los envolvía, que ios acercaba. Un temblor inflexible que la ahogaba le ascendía del pecho a la fargaota y una creciente luz se encendía en lo más remoto de u alma. Vera usted, Nati... El caso es que no tengo ninguna gana de llevar estas flores a doña Balbina... Preferiría regalárselas a usted. ¿Me las aceptaría? S! ¿verdad? Yo ya me justificaré con Benigno... Coc nii amigó, quiero decir... Tómelas, Nati; es para mi un honor que usted las acepte... Y le tendió el ramo d rosas con uüa sonrisa ÍD iinuante. Una fuerza desconocida hizo que Nati, sin palabras, alargara los brazos hacia él regalo que se le ofrecía y lo cogiera sin remilgos. ¡Cómo le favorecen las flores, Nati I ¡Es usted mtiy hermosa I Como en tas novelas, Nati se rubori zó. No, como en las novelas, no. Como en la vida se ruborizan las muchachas cuando sienten la turbadora presencia del amor. Sí, así fué. Se turbó y escondió su rostro entre las rosas, lEl joven siguió hablando como para sí mismo: Es raro todo esto que me sucede í esta búsqueda infructuosa de una señora a la que no conozco. Estas florea que el destino trajo a mis manos. Esta escalera recogida, sin ruido ni luz. Me parece, Nati, que algo nuevo está empezando aquí ahora... ¿No siente usted en B contorno o en usted misma algo U diferente, algo poderoso? Si. Nati sentía lo mismo. Las palabras de aquel hombre llegaban hasta su alma, hiriéndola apasionadamente. Una voz del interior de la casa resonó bruscamente, volviéndola a la realidad: ¡Nati... ¿eres tú quien ha abierto? ¿Quién 8? ¿Qué quiere? Y de nuevo la voz discreta de él, ya retirándose: -Mañana, a esta misma hora, vendré a verla. ¿Quiere? Y la voz de Nati, contestando antes de cerrar, en un susurro: -Bueno. Fué una noche agitada la última de soltera de Niati. Un insoportable calor ceñía sus sienes como una corona de fiebre. En sus sueños desconectados se mezclaba el rostro congestionado de don Honorio con un penetrante perfume dé rosas. El sol cayendo tras los tejados y la mirada un poco cínica de unos oj ¡os fosforescentes en la oscuridad y una anciana de cabellos blancos y sonrisa entrañable: doña Balbina Elorza, probablemente. Y luego, don Honorio otra ve con u talonario de cheques entre los dientes, co io uno de esos perros que llevan el periódico 1 amo. Con el alba se despertó y se dispuso a prepararse para la ceremonia. ¡Sueños y sueños; todo eran inquier tantes sueños, locos sueños que la luz del nuevo día disipaba con sn cruda claridad! Lo único cierto ra aquel traje blanco que sobre un diván la esperaba. Lo único cierto, don Honorio, enfundado en su chaqué, deseoso de llevarla al altar en brevísimo plazo. ¡Su atroz melancolía y su cautividad inmi, nente, lo único cierto! Lloraba con angustia al embadurnarse la tara de crema para el cutis, al aplicarse 1 rouge en los- labios trémulos,