BLANCO Y NEGRO MADRID 19-11-1960 página 61
- EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
- Página61
- Fecha de publicación19/11/1960
- ID0005258725
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v l fK i. Sjí fcyi V á -No veo nada, Aranies. -Cómo vas a ver, ¡si tiene los ojos cerrados! Abrí los ojos, y lentamente, cómo ai se tratara de una aparición, vi a nna muchacha rjue estaba recostada sobre u diván rojo, envuelta por nna luz lívida. 1 resto de la sala estaba totalmente a oscuras. Tuve una sensarión muy extraña. Ella, estando distante, la sentía tan cerca que podía palparla. Por eso, cuando Aranies me dijo que me acercara a ella, yo, al aproximarme, sentí algo inefable en la medula de los huesos. Aranies se había quedado tumbado en el pequeño escenario. Llegué ante la muchacha y il cogí una mano. Ella dijo: Te estaba esperando. Siempre te he estado esperando. He sufrido tanto n esta inicrminaMc espera... Yo no supe qué decirte. Ella continuó: -Quiero que permanezcas asi, mudo, qne me dejes deciite todo l v que tengo que contarte. ¡Ttíngo tantas cosas que contarte... Yo, sin desclavar los ojos ie sus ojos, me senté a su lado. Ella susurró: -Ha sido tan larga la espera, que desesperaba tu llegada. Mi esperanza era igual a mi desesperanza. Mi único consuelo era saber que podría seguir esperándote en la muerte... Quise íiablar, repetir todo lo que ella decía, pero no pude. Y con mis brazos agónicos la estr ch ¿contra la oquedad de mi pecho... No sé el tiempo que así estuvimos. No había segundo ni eternidad que pudiera medirlo. Aranies, temblando, gritó desde el pequeño escenario: ¡Esta noche me voy a morir! Y ella y yo salimos de nuestro embeleso. L. i mnchacha dijo: -Pobre Aranies, también él es feliz. ¿Por qué no está con nosotros? Fui por el muñeco. Le encontré temblando con mi propio temblor. Lo alcé en mis brazos y el temblor de ambos se hizo mucho mayor. Di media vuelta y quedé rígido y yerto: ella ya no estaba. Sin íaber cómo, llegué ante el diván. Arahíes, al iguat que yo, estaba rígido y yerto. Lo tendí sobre el rojo diván. Aranies ya no ra un hombre pequeñito. Era un muñeco rígido, con los ojos vidriosos y la nariz afilada como los muertos. Grité: ¡Aranies, mi pequeño Aranies! ¡Escucha, Aranies! ¿Ñó me oyes, mi peque ño Aranies? M. B.