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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-11-1960 página 8
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BLANCO Y NEGRO MADRID 05-11-1960 página 8

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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ENTRE LA GUERRA Y LA PAZ puerto tiene un nombre muy a tiUanor Caimanera. El caimán reinó allí más de una vez. Ahora estará un ipoco domesticado o más retraí J do por la técnica y los tratados. H H H B H M V Hará, sin embargo, lo que pueda de cuando en cuando, y sacará a relucir su ferocidad, en sl no de yenganzas antiguas e Inexorables. Al norte del puerto, o un punto al nordeste, está tendida la ciudad de GuantáJiamo. EA los caminos que van desde Santiago de Cuba toada los vericuetos y andurriales de la Sierra Maestra, Guantánamo es como un guardláii de los secretos serranosr Vive rodeado de campos de caña, verdes, cruzados de reflejos y de irisaciones. No son como el trigo verde; ni diversos y cambiantes, como los verdes tonos de las lomas de Tucumán y de Oatamaroa. Diría yo que aquel verde guantanameño es marino, transparente, translúcido. H H H JB B B H H H L donar la empresa y disponer el reembarque, porque cada metro de terreno le estaba costando un torrente de sangre. Pero se hallaba cerca Teodoro Roosevelt para no consentir retiradas. Su voluntad de hierro pudo más que la ¡pasajera flaqueza de Shafter. lyro me he habituado Jamás a que la bahía de Ouantánamo se llame Guantánamo Bay según aparece en las mejores cartas marinas y en muchos epítomes geográficos. Algunas veces he llegado hasta allí, casi únicamente para decir a pleno pulmón: ¡Bahía de Guantánamo! ¡Babia de Guantái amo! tJn español, un cubano, un norteamerloano- -cada uno Por sus razones propias- -interpreta aquel paisaje a la manera romancesca. Hace años hice pof los parajes a que aludo una peregrinación que me conmsovió mucho. Primero, el montécillo del Caney, y en él, la sombra del general Vara de ¡Bey, barba gris y fluvial, sombrero guajiro, prlncioe entre los insignes barbudos de la Historia. Desde m colina se tomaba el oaminejo por donde llevaron al general en camilla, muy herido, después de haber resistido como un león, como un verdadero león, las cargas de íos tempestuosos jinetes de Teodoro Roosevelt. Balas de rifles mataron a Vara de Bey len la parihuela. escuadra de Cervera. Con los ojos puestos en aquellas aguas, de un profimdo azul oscuro, se batieron los soldados de iElspaña por última vez en América, en nuestra América descubierta, bautizada y coionizada por almas españolas. Poco después de que se apagara el estruendo de las últimas descargas en San Juan, sallan, uno a imo, siguiendo el canal, esquivando al Merrimao hundido, a perderse en el mar y a resucitar en la gloria de los sacrificios, los pobres navios españoles, víctimas seguras, símbolos de tantas y tantas cosas increíbles... una visita al cementerio de Santiago nos alecciona. Hay que acercarse con emoción al sepulcro en donde los héroes de España descansan con su inmortal ensueño. Detengámonos también ante la tumba de José Martí, el poeta de vida y de muerte puras, ¿Fué Jiménez de iSandoval, nuestro coronel, quien recogió el cadáver de Martí en el campo de Dos Ríos, Je rindió honores y le dio sepultura en sagrada tierra santiaguefia? Creo recordar que sí. A HORA una excursión hacia Dalquirl, playa tostada de ardientes soles. En Dalquirl desembarcaron los soldados del general Shafter. Y la caballería de Roosevelt desembarcó también allí. No había por aquel horizonte un soldado español. ¿Por. qué? A estas alturas de los tiempos, ¿qué importa ese por qué? Es, a lo sxmío, curiosidad de historiador. Bien. El caso es que no había xm soldado español ¡para oponerse al desembarco. Hacía un calor atroz. Todo estaba envuelto en reverberaciones. Y Shafter- según cuentan- -se ahogaba de sed. Su abundante humanidad pedía un poco de alcohol fresco. Quizá fué Calixto García, o alguno de sus ayudantes, quien dijo: Podemos ofrecerle ron con agua; y con lima y Hmón. Así fué. Y a Shafter le iparecló de perlas la mixturaj Se abonó a ella. BTrecuentemenite pedííi: Denme el refresco de Daiqulri. ¿Fué ésta la primera versión, la originaria, de uno de los cóckteles más tentadores que jnoce el paladar de los sedientos? Siantiago, D ESDE San Juan haylaque bajar abahía; la detras haber contemplado histórica la r E S r ü E S subí a la Loma de San Juan, donde había una ceiba enorme. A su sombra hoibiera podido acampar entera una compañía. Evoqué la figura del general linares, y más aún la de algunos marinos de nuestra escuadra, desembarcados para defender la ciudad de Santiago. Frente a la Loma de San Juan y al Caney, el general Shafter, jefe supremo de las tropas norteamericanas, pensó por unos momentos en aban-

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