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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-10-1960 página 94
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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-10-1960 página 94

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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se trata de una cosa de la que siempre nos quejamos de vez en cuando, no vayamos a salir con un achaque nuevo y que suene a falso. Luego, en el segundo plato de la comida del mediodía, que es cuando suelen dirimirse hoy día los grandes problemas familiares, ya que durante el resto de la jornada todo el mundo está en la calle, nos llevaremos una mano al costado con cara de angustia: -Vaya, ya me está dando la lata el dichoso hígado, cada año me encuentro un poco peor. Tendría que hater Una cura en el Balneario Tal, pero es tan aburrido... Además tú nunca me dejarías ir sola... Mejor no pensar en ello. Rechazamos la comida con gesto de asco y nos pasamos la mano por la frente. Quince días después estamos solas en el Balneario. El marido, padre, hijo o hermano, ante la idea de tenernos que acompañar a nuestra imprescindible cura de salud, en pleno campo, sin cines ni cafés tan imprescindibles como el comer para la mayoría de los hombres, se ha apresurado a comprarnos el billete y a facturarnos lo más rápido posible en el primer tren con un beso de despedida en la estación cargado de remordimientos: -Cuídate, chiquita, te echaré de menos, y vuelve pronto con un hígado como nuevo. Vaya suerte que tienes de descansar unos días en ese paisaje tan bonito, lástima que yo tenga demasiado trabajo para poderte acompañar. Los estrategas deberían ser siempre mujeres. Ya stamos en nuestro balneario, es decir, estamos al cabo de un par de días de trabajoso viaje, porque en España se llega siempre a las curas de aguas mucho más enfermo de lo que se salió de casa, luego de un montón de horas pasadas en trenes, autobuses y coches antidiluvianos que mandan del hotel a buscar al cliente á la estación que siempre dista más de cuarenta kilómetros de nuestra meta. Pero Una vez allí caemos en un mundo de maravilla. La enferme- dad de nuestra moderna existencia es sin duda alguna la uniformidad. Tenemos demasiado poco íiempo para frecuentar a gentes de ideas diferentes y clases sociales distintas, como sería de desear durante estos tan pocos años que pasamos en el mundo. Invariablemente nos juntamos sólo con amigos que opinan igual que nosotros de política, tienen la misma categoría de automóvil, pertenecen a idéntico club y cuyas mujeres se visten en modistas similares y sustentan parecidas y poco interesantes opiniones sobre las cosas. Sólo los escritores, los médicos y los artistas consiguen alguna que otra vez atravesar esa terrible barrera de indiferencia y prejuicios; una de las mejores novelas de Simenon trata magistralmenté ese tema. Pues bien, cuando llegamos al Balneario, todos somos por unos días escritores o artistas, médicos, gentes que por su profesión tienen la inmensa suerte de poder levantar un poquito el velo que recubre las individualidades que no se mueven en su estrecho círculo, Una pequeña enfermedad de hígado es la única cosa capaz de unir estrechamente, durante unos días y en franca camaradería, al conde y al comerciante, al ganadero y al oficinista, al granjero francés y a la profesora de lenguas muertas de la Universidad de Friburgo. Resulta la más apasionante de las experiencias para una persona acostumbrada a moverse siempre en el mismo grupo de amigos, a comprar cada día en la tienda de ultramarinos de la esquina y a veranear durante toda la vida en esa casa que hicieron en Zarauz nuestros suegros. En el Balneario hay invariablemente lina solterona más que madura, muy teñida de rubio y siempre vestida de tira bordada como las niñas, que chilla más que nadie, está repleta de vitalidad y aunque pasa de los cincuenta años y ha sido horrorosa desde pequeñita no tiene ni pizca de complejo y está pero que segurísima de que al fin este verano encontrará un hombre para casarse. También una señora gorda, rica y satisfecha, que luce joyas carísimas sobre los vestidos de percal y tiene un marido, que es el enfermo, con una fábrica de tejidos en alguna parte. Y el inefable matrimonio de snobs ya mayores, que no se juntan con nadie y se aburren como caballos porque no pueden hablar de lo amigo que era de los reyes el abuelo de ninguno de los presentes, ni averiguar, para qué, de quién es hija esa chica tan mona de la mesa de la izquierda, como hacen en los hoteles de lujo donde pasan el resto dej verano. En el Balneario todo el mundo hace gala de excelente humor y hasta los señores más ancianos y serios se vuelven chistosos y piropean a las muchachitas del hotel, que tienen siempre más de cuarenta años, porque las jóvenes están todas haciendo auto- stop por Alemania con un hígado de maravilla: -Martita, que viene usted hoy hetíha un brazo de mar, digo, quién fuera mozo para no dejar escapar semejante bombón... -Vaya, y qué galante se ha levantado usted hoy, don Narciso. Porque la cortesía decimonónica, como las señoras gordas, satisfechas y enjoyadas, igual que el señor mayor con barbita, bastón de caña y botines, sobreviven únicamente en algunos balnearios privilegiados. Y es uñ gusto cuando se viene de nuestro mundo de boy, donde todos nos tuteamos al minuto de conocernos, los caballeros ancianos obligan a las niuchaclias a llamarles por su diminutivo familiar, y la persona que hemos conocido en un tren nos invita al final del viaje a pasar en su casa las vacaciones; escuchar a señores que llevan treinta años haciendo j la misma cura de aguas en cuartos! contiguos de un hotel, seguirse Ua mando don Narciso y don Modei to, además de tratarse de ustec como se hacía antes cuando la vic era menos complicada y h a b tiempo de pensar en esas cosas. En el Balneario, uno se sier vivir despacio, notando cómo

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