Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
BLANCO Y NEGRO MADRID 15-10-1960 página 66
BLANCO Y NEGRO MADRID 15-10-1960 página 66
Ir a detalle de periódico

BLANCO Y NEGRO MADRID 15-10-1960 página 66

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página66
Más información

Descripción

NO QUIERO VOLVER A LA AIDEA CUENTO, por José María de QUINTÓ D ES DE la carretera vio el pueblo descolgándose hacia la vaguada. El autobús de linea renqueó en la cuesta, dejando una densa humareda a ras de tierra, Si es el Bautista- -oyó decir a la lia Engracia en el momento en que se agachaba para coger la maleta. Entonces se acercó. La tía Engracia estaba a la puerta de la venta; se secaba las manos en el delantal. Ven para aquí, hijo: le abrazó, lo besuqueó. Tu madre no te esperaba para tan pronto. Se retiró de él para observarlo. Estás delgado, pero más mozo; has crecido lo tuyo. Mientras lo besuqueaba él miró hacia la parra, rastreando, enredándose por la enjalbegada pared. -Una cerveza sí que vas a tomar- -dijo la tía Engracia. Anda, pasa, ven para aquí. Al entrar le vino un golpetazo de frescor. Crujían las tablas del entarimado. -Se está bien aquí- -dijo nada más sentarse. Después del calor del viaje se agradece. La tía Engracia había abierto la tranpilla de la cisterna. Arrodillada en el piso tiraba de la cuerda. Venía el chapoteo del agua. Al poco, asomó el cubo. -lAhora te sirvo una cerveza- -dijo mientras sacaba una botella. Va verás qué fresca está. Estaba todo en silencio. Únicamente se oía, como formando parte de él, el bordoneo de las moscas, apelmazándose en la cortina de arpillera. De vez en vez, desde el interior, allá en la cuadra, venía el pataleo de alguna bestia. -Tu madre no te esperaba hasta agosto- -dijo la tía Engracia al tiempo que llenaba el vaso, La espuma se derramó sobre la mesa de pino. Mismamente ayer dijo que antes de la Asunción no te hacía aquí. -Es que me han adelantado el permiso- -dijo él. Eohó un trago y se limpió de espuma las comisuras. Sí que está fresca; ya lo creo. La tía Engracia estaba en pie, a pocos pasos, sin quitarle ojo de encima. -lEstás delgado, pero más mozo- -dijo de nuevas. Después se sentó en la banca, a la misma mesa, y continuó mirándole. Mi Cefe así se andaría- -dijo al cabo. Mi Cefe hubiera hecho los treinta para septiembre. Quedó en silencio, sin dejar de mirarlo. Sacó un pañuelo y anduvo hurgándose en los ojos. Entonces él acabó la cerveza de un sorbo. Bueno, con Dios- -dijo levantándose. Voy a ver a la ieja. Se alzó también la tía Engracia. -Bien venido. Al retirar la cortina creció, se espesó, el hervor de las moscas, Bien hallada. El camino bajaba prieto y torcido entre eras y bancales. Quemaba cardos y rastrojos el sol. Había un cielo inmóvil, azul, sobre los grises tejados. Allá en la torre revolaba una cigüeña. Se alzaba al paso un polvo blanquecino y espeso. Era la hora de la siesta, rumoreada por el abejorro. Venía, desde las parideras, Tin potente olor a estiércol fermentado. A las puertas picoteaban las gallinas. Se oían a veces sus alborotados cloqueos. Dejó la maleta en el zaguán. La casa estaba fresca, en penumbra. ¿Quién va? -Soy yo, madre. Cuando traspuso la puerta del cuarto ella estaba ya sentada en la cama. ¿Quién me iba a decir? Se restregaba los ojos, todavía ahita de sueño. No te esperábamos. Desde el ventano hasta el piso hormigueaba un caminito de luz. Se alzó de la cama tambaleándose. Le abrazó, lo besó. Luego salieron a la penumbra del zaguán. ¿Y padre? -Al algarrobo. Había tomado asiento uno frente a otro. Mientras hablaban, ella se componía el pelo. Se cogía las crenchas e iba llevándolas hasta el moño. -Podré echarle una mano- -dijo él. Bien lo necesita; el pobre anda corto. Se había quitado una horquilla y la sujeto entre los dientes. Los años no pasan en balde y el trabajo de la tierra es duro. Lo sé, madre- -dijo entonces él. Se retrepó en el asiento y montó una pierna sobre otra. ¿Y Amelia? Al río a lavar. Guardó un silencio, mientras pinchaba una horquilla en el moño. ¿Cómo te va? -preguntó. En ese preciso momento se alzó la cortina y vino un poco de viento. Con el viento entró una vaharada de calor. ¡No puedo quejarme- -dijo él. Han suprimido las horas extras y hay paro, pero yo no puedo quejarme. Al encargado le enviamos un jamón. Ahora hará el mes. Lo sé, madre. -Había sacado un celta y se lo llevó a los labios- No deben hacer ustedes eso. ¿Por qué? Así te aseguras el puesto. 1 t X S T K 4 C (o N B S J M o N T A L B A N Encendió el cigarro. Dio la primera chupada. -No está bien que para tener trabajo haya que hacer regalos. EI humo le nublaba la frente, se le enredabsi por el pelo- Digo yo que no está bien. Me pongo a pensar en los compañeros y me da lacha. La madre se había levantado. Se apo ó en la mesa. ¿Quieres a s e a r t e? ¿Te preparo agua? -No se moleste. A lo mejor quieres echarte un poco- -dijo- Vendrás cansado del viaje. Se alzó entonces él del asiento. -No. déjelo. -El humo le hacía entornar los párpados- Voy a llegarme al río y así veo a Amelia. -Está por donde La Morenila- -dijo la madre mientras le acompañaba hasta la puerta- Guárdate del sol, hijo. Nada más salir ¡e dio un golpetazo de calor. La ralle descendía basta el puntal. Junto a un portalón, a la fre. sca, había varias mujeres. Estaban sentadas, cosiendo. Al verlo llegar, dejaron todas la labor. Una de ellas se separó del grupo. ¿Cuándo haí venido? -Lu besuqueó una y otra vez- Si tu madre no te esperaba hasta agosto, i Ay, qup hombre éste! -Se sujetaba el negro pañolón- Has crecido, ya lo creo que si. Te has hecho un hombre de pies a cabeza. vSe detuvo de pronto y quedó mirándolo ¿Te acuerdas tú de mi Ensebio? Tu edad tendría ahora. ¿Te acuerdas aún? Cuando reanudó sa camino oyó a su espaldas el cuchicheo de las mujeres. Alcanzó ei puntal. Se sentó en la cruz de granito. Desde allí anduvo mirando al fondo de la vaguada. El caminillo bajaba culebreando la ladera hasta e 1 mismo regato. Espejeaba el agua, verdeaban las huertas. Las hojas de los álamos plateaban a la ¡uz. Se enjugó el sudor e hizo visera con la mano. Jlistamente en La Morenita, tendiendo sobre el césped, divisó la figura de, Amelia. Se alzó de la cruz. Tomó c! caminillo. La ladera estaba crei ida de girasoles y cardos. Al final de la cuesta vio venir al hombre. Subía espoleando a! burro, dándole en las ancas con el talón. ¿Qué? ¿De permiso? -Se había parado y se ech. iba hacia atrás el sombrero de paja- Tu hermana anda ahí abajo. A buscarla voy- -dijo él. El burro ramoneaba un matojo.

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.