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BLANCO Y NEGRO MADRID 08-10-1960 página 33
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BLANCO Y NEGRO MADRID 08-10-1960 página 33

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Entre la guerra y la paz NIGERIA: EL GIGANTE DE ÁFRICA Por Manuel Aznar V AMOS i dejar a un lado Dor hoy el tema de Kruschef, entregado al divertimiento de destrozar, como suele decirse, la loza y la porcelana de las Naciones Unidas, esoandallzando al mundo entero con sus Incalculables groserías, e intentando ahogar la existencia de la poderosa Organización Internacional en fuerza de producirse sobre ella mediante escándalos, agresiones, Insolencias, procacidades y tarascadas. Hasta sus amigos de Asia y de África se miran estupefactos, como si quisieran dar a entender que las técnicas y caminos elegidos por el primer ministro soviético no pueden acabar sino en malaventuras de la peor especie. Hace unos días, en la lista de las licencias y los agravios de Kruschef, vino el turno del Jefe del Estado Español. Los insultos lanzados soBre el palacio de El Pardo no alcanzaron ni las orillas gallegas del mar Atlántico. Uegará un día en que si üñ- hombre público importante, calificado por la ¡honestidad y elevación de sus virtudes, no hubiera recibido una injuria del dictador del Ki- emlin, se dirá simplemente: JPobre hombre! porque le faltará la gran credencial de honor que supone haber sido fclaiico de la siniestra cólera kruschef lana, Olvidemios hoy, repito, las intrigas moscovitas; y hagamos lo mismo con las elecciones norteamericanas: ocupe esta página un tema que merece atención: Nigeria, la vasta colonia británica, la obra maestra, según parece, de Inglaterra en África, acaba de nacer a la soberanía de su personalidad como Estado indel endiente. El acontecimiento es considerable y entiendo que merece un comentarlo. ungüentos, mezclas mágicas de planta yerta, de reptil cazado en día de luna llena, de pájaro muerto antes de la salida del sol y de entraña de animal salvaje macerada entre cánticos religiosos o redobles de tambores sordos. Seku Turé, jefe de Guinea, es ni más ni menos que un comunista revestido de supuestos liberalismos. Kwame Nkruma, el hombre fuerte de Ghana, educado en las disciplinas y en los gustos del más característico de los izquierdlsmos británicos. Juega a la victoria del neutralismo cimentado sobre una política francamente orientada hacia la izquierda, por donde llega constantemente a los confines del mundo comunista, al cual no pertenece, pero con el que aspira á vivir en i- elación de convivencia y de cordial colaboración. Kasavubu, Chombés y Lumumba, los congoleses que mandan en la cruel trifulca de su país anegado en sangré, ya sabemos lo que desean y sueñan. Unos adoptan la posición de Nkruma, otros de la Seku Turé. La batalla se libra entre ios partidarios de la solución mai- xistá, y los que defienden programas de evolución aprendidos en Londres. A la par de estos asplrajites a la suprema jefatura moral de África hay otros lideres de diversa condición que no podemos olvidar. Así, por ejemplo, Sylvanus Olimpio, discreto gobernante del que fué Togo francés, hombre moderado y capaz de negociación, pai- a mí uno de los gobernantes negros que puede parecerse a un gobernante blanco; Félix Mumié, defensor de una desembocadura oomunlsta en el Oamenin y en el resto de las ex colonias; Ahidjo, primer ministro camerunés, todavía inclinado a la obediencia fi- ancesa dentro de la Comunidad; Houphouet Boigny, negro Inteligente, ministro más de una vez eii el Gobierno de París, reducido hoy al mando de la Costa de Marfil, sin posibilidades de influencia fuera de allí, iporqu los dettiás Estados africanos no le perdonan su disciplina parisiense y sus pactos con el general De Gaulle. No hablaré de Mobido Keiba ni de Mamadú Dia porque aún no sabemos a ciencia cierta en dónde acabarán las independencias del iSenegal y del enorme Sudán, que hasta hace poco obedecían órdenes de un gobernador general blanco nombrado en París. Junto a Seku Turé, Nütruma y Kasavubu o Lumumba tenemos, por supuesto, en la línea de las fuertes personalidades ajfricanas, a Gamal Abdel Nasser, presidente de la República Árabe Unida; al rey Mohamed V, de Manniecos; a Hábil Burguiba, de Túnez; pero aun cuando estos tres jefes de Estado desplazan en el Continente una positiva autoridad moral y su voz es oída con reverencia, ninguno de ellos puede f OS lectores que siguen con atención el proceso de la vida internacional habrán observado que en la gran subversión de los pueblos de África, en el punto menos que alucinante alzamiento de las tierras africanas por su independencia iwlítioa, dos o tres de las nuevas naciones libres aspiran a la jefatura continental: una es Guinea, la antigua Guinea francesa, que dijo rotundamente no cuando De Qaulle abrió el plebiscito de las colonias de Francia y les preguntó si querían formar parte de una Comunidad creada en París; otra es Ghana, venida a la libertad hace más de dos años por decisión de la Gran Bretaña, a cuyo protectorado estaba sujeta; la tercera el Gongo, tierra de promisión de la economía belga hasta fecha muy reciente, y hoy peleadero sangriento de Ohombés, Motubu, Lumumba y Kasavubu. Cada uno de estos tres países aspira a ser el primero y principal; para ello ofrecen al Continente negro sus respectivas fórmulas de felicidad, igual que los magos de las tribus alaban las excelencias de sus extraños

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