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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-09-1960 página 71
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-09-1960 página 71

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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llegó a la vez que yo al pie del ascensor. Yo abrí las portezuelas y le cedí ti paso entrando tras ella y cerrando después. Fnlminantemente, una sensación punzante de clandestinidad, de culpabilidad, se apoderó de mi. Estaba solo con una mujer en un recinto cerrado por mis propias manos, ambos habíamos buscado aquel retiro y nos habíamos refugiado en él. A causa de la poca luz una semipenumbra nos envolvía. El reflejo de los cristales era siniestro. Respirábamos una atmósfera casi impura. Sin mirar a mi compañera me dirigí hacia la tablilla de botones para marcar el correspondiente a mi piso no sin antes preguntar con voz extraña: ¿Qué piso, por favor? Su mano, que también se había adelantado para marcar, rozó un instante la mía y yo me estremecí. Ella la retiró con viveza y con un tono que a mí se me antojó angustioso susurró! (Séptimo. Yo iba al octavo. Trabajosamente, debido a mi gran nerviosismo y a la escasez de luz, busqué el botón correspondiente. Por fin lo hallé, lo oprimí y el ascensor se puso en marcha muy despacio. íbamos cada uno en un rincón sin miramos, pero viéndonos- -estoy seguro- con más precisión que sí estuviéramos frente a frente, bajo la luz del sol. Yo contemiplaba estúpidamente la vulgar lámpara del techo como si fuese una rara pieza de museo. Ella tenía lo ojos fijos en las puntas de sus zapatos. Sin mirarla había onseguido averiguar, con absoluta certeza, que sus ojos eran verdes, como los de Melibea, y su cabello dorado. Sus manos, que se aferraban al bolso, eran delicadas, con las uñas pintadas de un rosa fosforescente. Llevaba Una leve blusa florida y al respirar una rítmica brisa agitaba voluptuosamente aquel estricto jardín. De la contemplación intensa de la lámpara pasé al examen, no menos minucioso, de la tablilla de pisos que era dorada, con botones blancos como de porcelana. Y asi pude informarme de que su cuello era esbelto, sus orejas pequeñas y su boca ventilada y fragante. En el fondo yo estaba avergonzado ante aquella absurda situación creada por mi fantasía. Yo había ido a aquel lugar a resolver un asunto prosaico y no a embarcarme en exámenes improcedentes o en lifiS mos y menos aún en aventuras. Yo no era un donjuán oportunista- profesión que siempre me h o rripiló- sino un abogado con eso que llaman una familia constituida una situación social, una reputación. ¿Cuántos pisos habríamos subido ya? ¿Cuántos faltarían para llegar al séptimo? Me parecía que eran varias lai f im

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