BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-1960 página 94

dfeíkí 4 c Ambas tienen la misma edad, pero en el mundo la señora está muy lejos de ila pobre enferma. Sólo la caridad es capaz de reunir s estas dos mujeres, ayudándolas a perfeccionarse mutuamente ante Dios. paisando ipor grandes puertas abiertas de par en par. Aquí sólo viven mujeres y niños. En una gran sala está reunida la comunidad con los enfermos adultos. Ün señor de aípeoto distinguido ihabla llanamente de Dios; de lo bella Que es la vida cuando las personas están unidas por la caridad, empeñadas en la tarea de ayudarse a ser mejores, utilizando el dolor como un medio de santificación. De cuando en cuando intercala alguna frase humorística, coreada inmediatamente por las risas más fáciles y generosas Que he escuchado en mi vida. Me explican oue el conferenciante es un ingeniero pertenecients a la asociación Por un mundo mejor Frecuenta el Cottolengo y es amigo de los pobres. Lss hace compañía y se interesa por sus problemas. -Los pobres agradecen infinitamente esta clase dg ayuda- dice una monjita que se nos ha unido por eso nuestros salones -sonríe- -están siempre abiertos para las visitas... Luego ms enseñan los iplancheros y la salita de costura, donde trabajan varias señoras y señoritas: ¿Ve usted? Aquí siempre tenemos faena preparada para las voluntarias. Cuando nuestras bienhechoras tiensn un rato libre, no tienen más aue venir y mirar en los cestos. Eii sus casas tienen quien las sirva, pero ellas Quieren servir a Dios en las personas de sus pobres... Repentinamente l o s pasillos se animan. La conferencia ha tenninatio y pronto- empezará la comida. Una anciamta de pelo blanco y ojos muy azules avanza trabajosamente, ayudándose con u n bastón y una silla. Choca su aire distinguido y la exquisita amabilidad con que sonríe al acercarnos a ella. Es la princesa rusa Natacha Turbüi, nacida hace ochenta y cinco años en una vastísima propiedad aue poseían sus padres entre San PetersbUrgo y Moscú. Al cumplir diecinueve años, y volviendo de un viaje a Tierra Santa, conoció en Port- Said a un joven diplomático español, y se casó con él, pasando a vivir a España. Pero en il9 14 fué con sus hijos a pasar una te ¡mporada en Rusia, siendo sorprendida ñor la primera guerra mundial y después por la Revoluci n. Es maravilloso el gracejo con que cuenta como estuvo a punto de ser nuamada viva en su palacio y cí- mo fué salvada por un avance del Ejército alemán. Hoy podría vivir con un hijo, pero prefiere el Cottclengo porque, como ella dice: ¿Qué va a hacer en el mundo una anciana experma del corazón y medio naralííica? ¿Leer? ¿Hablar con la! íente? Muy aburrido. Mi espíritu quiere más. Aquí vivo muy feliz, cerquita de Úios. Viendo acercarse la muerte, pai- a tomarla tranquila, cuando El quiera... Otra paralítica de edad madura se acerca en una camilla, empujada por una señora. Al pasar junto a mí guiña un ojo con picardía. En menos de una hora acumulo anécdotas capaces de formar un libro. Una esferma, muy inteligente y culta, míe lee ima poesía francamente buena y me habla de sus lecturas y de lo comprendida que se siente en el Cottolengo -Dios está debajo de esas tocas- me dice, señalando a las religiosas- Nos hacen la vida amena, interesante y llena de sentido. Por fin me presentan a la superiora, y nos sentam; Os a charlar. Es una monja rubia, madrileña, de expresión serena y rebosante de espirijualidad. -Nuestro le ma- me dice- -está sacado cel Evangelio- Buscad el Reino de Dios, y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Hablamos del origen de la obra, que fué fundada en Italia por San José Cottolengo en 1828. Y en España por el jesuíta Padre Alegre, cuya causa de Beatificación h a sido recientemente incoada. La obra española es completamente independíente de la italiana, y en la actualidad cuenta con cinco casas; en Barce-