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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-1960 página 10
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BLANCO Y NEGRO MADRID 23-07-1960 página 10

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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ción con los británicos. Realidad tanto más dolorosa cuanto más vivaces son las señales de estünación recíproca y aun de admiración q. ue torotan en las zonas profundas de los dos espíritus nacionales, pese a todas las apariencias. Asi, es sabido que nadie supera a los viajeros, y a los observadores ingleses, -cuando quieren, en la cabal y justa interpretación de nuestra España; como ningún país de Europa aiventaja al español en la slevada idea de los merecimientos británicos. La ecuación moral y social del hidalgo y el gentleman es ya clásica en, nuestras letras. ¿Cuál es, por tanto, la causa de que hasta ahora haya sido imposible el mutuo amor? El viaje del ministro Castialla a Londres, si no nos equivocamos, ha equivalido al planteamiento puro y verdadero de t a n arduo y viejo problema, porque España está convencida de que existe una solución al alcance de las dos voluntades, y de que esa solución engendraría beneficios muy altos y ricos lo mismo para ingleses que para españoles; y, por supuesto, sería para mayor gloria del mundo libre y de la paz. personalidad de la Gran Bretaña, habrá llegado Castiella a Londres; y a poco que recordemos como es, no hay duda de que se habrá expresado sin más medias tintas que las necesarias para que la diplomacia sea diplomacia, y la negociación, negociación. Es hermoso pensar que h a sido así. Después de todo, en las horas cimeras, el inglés gusta de las situaciones sin somibras; y conoce maratvillosamente el valor del patriotismo, del honor, de la idea bien meditada y de la palabra segura. Cuatro prendas que el ministro español puede presentar en nombre de nuestro pueblo a toda hora; y que no le duele ofrecer, antes se complace en mostrarlas con lealtad perfecta. V A está iniciado el diálogo. El ministro Castiella h a A dicho: Me parece oportuno decir que estamos ahora en un momento especialmente apropiado para un mejor entendimiento entre nuestros dos países. u n espectáculo muy que Inglaterra y E SEspaña han ofrecido alcurioso eldesde hace tiempo mundo en el trámite de sus diálogos. Se diría que el mecanismo de la conversación estuviera como atacado de una vieja enfermedad crónica, entumecedora y crisipante. Produce ese mecanismo la misma impresión que esas pequeñas industrias que alguna vez sorprendemos en un pueblo de montaña- ferrerías de soplete y fuego avivado a mano, carpinterías elementales, hornos primarios- supervivientes de otros tiempos, abandonadas al margen del camino que va, siguiendo, vigorosa y alegre, la industria moderna. De parecida suerte, el diáaogo diplomático entre e r Poreign Office y l a Plaza de Santa Cruz llevaba muchísimo tiempo dando vueltas y más vueltas a unos mismos temas y a unas mismas palabras, sin salir del atasco, ausente la claridad, fallida a priori la intención, frustradas de antemano todas las ocasiones y perdido el tiempo. El ministro Castiella, en nombre del Gobierno español, ha comenzado por denunciar esta situación ridicula para nuestro tiemipo e inútil ayer, hoy y mañana. Lo ha hecho con la terminante e indudable puntualización que ama el vasco, poco amigo de andar por las ramas y de rodear sin necesidad muchos caminos. Son notorias- escribió un poeta bilbaíno- -las capacidades del vasco para empresas de hacer y edificar. En donde hagan su presentación familias de sangre vasca, no hay riesgo en adelantar que tendrá lugar la apertura de vías de comunicación. Con ese espíritu de franca denuncia de un pasado sin sentido, fué Castiella a Londres, donde sabía que iba a encontrar a un ministro inglés profundamente adherido a esas mismas opiniones. ¡Hacer y edificar! ¡Vías de comunicaciones! Ha sido, a mi juicio, una fortuna que en las conversaciones de Londres no se hallara España representada por uno de esos zalameros anglofilos profesionales, que, en viniéndoles las ideas de Inglaterra, se dan automáticamente a gozar de ellas como de la palabra celeste; sino por un español muy seriamente versado en la historia del ipueblo inglés, de su maravillosa política, de las altísimas calidades que le han permitido ser durante siglo y medio el supremo rector del movimiento del mundo, y hoy le definen como una de las decisivas fuerzas de dirección y de salvación del universo. Sucede con esto lo que un francés ilustre decía de los negociadores que conviene elegir para tratar con los poderes eclesiásticos: cualquiera menos los beatos sin propia opinión. Sin beaterías anglosajonas, pero con inmensa fe en el destino y en la Sin necesidad de claudicar en mis convicciones políticas, quiero proclamar mi respeto y admiración por el Parlamento británico, esta venerable institución europea en donde se ha practicado durante sis Ios una de las mejores virtudes de nuestra común civilización: la virtud del diálog- o, solamente posible cuando hay una base mínima de entendimiento, un respeto por las reglas del jueg- o y una capacidad de escuchar al contrario. Si Mr. Selwyn Lloyd (quiere decirse el Gobierno británico) tiene la firnue intención, que nosotros compartimos, de mejorar las relaciones entre los dos países, estad seguros de que serán mejoradas. He ahí la verdad. España está lista; tiene sus portalones abiertos y su morada dispuesta. Lo que en el nuevo diálogo haya ella de poner, lo pondrá sin ratimagos ni reservas. Esto no es literatura, ni artificio verbal. Millones de españoles- -yo uno de ellos- -quieren ver llegar pronto el día de la gran amistad. Impecable será la nuestra. Millones de españoles- yo uno de ellos- que de la recta y honda amistad entre los dos pueblos aguardan días muy luminosos, quieren tener esperanzas ciertas. A la Gran Bretaña, como a España, países de henchida secularidad, escoltados por siglos, le cuesta dolor quirúrgico mudar un hábito, arrinconar una tradición. Es natural. Pero los tiempos piden luz distinta de la que veían nuestros ojos; emociones inéditas; otros modos de la men te, del corazón y del espíritu. La nueva amistad se hará- -por supuesto- -sin sombra de deshonor, porque otra cosa no aceptaría, ni propondría, ninguno de los dos interlocutores; sin humillación; sin renuncia a ninguna posición auténtica y valedera, ni a bienandanzas y oportunidades serias. Todo ha de suceder según la dignidad, la honra y el mutuo provecho. Y puesto que es hacedero, ¡pongámonos en marcha, señores británicos! En la visita y en las palabras del ministro Castiella habréis adivinado la presencia de muchedumbres españolas ofreciéndoos la amistad de oro. Si lo entendéis con toda la hondura necesaria, ¡qué maravilla será para el futuro de nuestro Occidente, tan amado y tan necesario a la venidera historia del hombre! Por España no ha de quedar. Quiera Dios que sea cierto esto de que se abre para las relaciones hispanobritánicas un nuevo cielo de esperanzas. M. A.

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