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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-07-1960 página 70
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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-07-1960 página 70

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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HUMOR habitaciones vecinas. Todas estas facilidades me reafirmaron en U idea de que yo era aquel joven inteligente Que buscaban. Sin emibargo, al entrar en la sala cié conferencias mi desilusión fué grande Había allí varia. s docenas de jóranes inteligentes y de buena presencia ¿De dónde ihabían salido? No sé, pero siempre me había imaginado que en Madrid sólo estábamos unos cEuantos de este género. Un señor, con acento catalán, pulcrc. de bigote mefistofélico, hablaba al auditorio: Por la mañana sale uno de casa a eso de las nueve o las diez, o las once (en este trabajó, señores, no hay patrón que le mtarqüe a uno un horario) sale uno, digo, llevando un paquetito. de quince o veinte prospectos, que se echan por debajo de las puertas. Luego se va uno a otro asunto o a tomar el aperitivo, y vuelve poco antes de la hora de la comida, cuando llega el dueño de la sasa. Señor, se le dice, soy el representante de la editoria l Belloc, de Barcelona. ¿Ha recibido nuestro ¡p rospecto informativo? Ciertamente, señor representante, contestará el; sus títulos son muy interesantes. Pero pase, pase, por favor, que le voy a hacer un pedido... Alguno de ustedes pensará: ¡Qué fácil nos lo pinta este señor... Queridos amigos, llevo treinta años de representante y sé lo que es un artículo popular y lo que no lo es... Para que ustedes crmprendan: nosotros sólo v Sindemos libros de gran presentación y peso, libros que pesan de medio kilo a dos y más kilos; libros voluminosos de historia, biografías, diccionarios, etc. Nuestros libres están TÍreparados por eminentes eruditos del extranjei- o. Y, aunque así no fuera, nuestros libros se venderían por su propio peso. Nadie da más que nosotros por el miismc dinero; ninguna otra, editorial da el mismo peso y volumen de libro que nosotros por el mismo precio. El cliente, ya se sabe, va siempre a por la mayor cantidad que pueda sacar con el dinero que está dispuesto a gastar. Nosotros le damos ese máximo. Nosotros comK 3 rciamos honradamente, teniendo en cuenta una ley tan antigua como el hombre. Es la ley que el cliente obedece siemipre al comprar: la ley del dame más y te doy menos. Mas no vayan a creer ustedes que nuestros libres se venden a precio de papel. Muy al orntrario; nuestros libros llevan marcados un precio suficiente para asegurar a nuestros representantes su inviolable comisión del diez por ciento; comisión que se paga en el acto, aunque el cliente se acoja a la venta a plazos. iSiguió la conferencia aún una hora más, para terminar con estas palabras: Este, en fin, es un empleo para gente desenvuelta, con don de palabra y con deseo de ganar un dinero. Me hizo gracia aquello de un dinero que adopté en seguida. Vi a Pepe aquel mismo día a la hora de la comida. ¿Qué tal. qué tal? -me preguntó ansioso. Magnífico, hay p: sibilidad de ganar un dinero ¿Pero de qué se trata? -iVenta de libros a comisión, -fiBah, de represéntente! ¡Sin sueldo fijo! -No me hace falta sueldo fijo; con las comisiones me basta, Pues has de saber que el libro BsUoo, por su tamaño, precio y peso, ipor su abundancia de información... Le solté todo el rollo de un tirón, sin darme tiempo para respirar! Pero no rfareció quedar muy impresionado. Bueno, y tú ¿qué? -le pregunté después algo retadoramíente. -IYa estoy apuntado; me llamarán un dlía de estos iliara tomarme las. medidas de la ehaquetlUa y pantalones. -Yo creí que vestirías de frac... ¡Vete al infierno! -iO; mo se entere tu padre que vas a trabajar de camarero! -Nc. me preocupa; tengo que empezar a ganarme la vida alguna vez. Escucíha- -le dije- todo esto está miuy bien; pero como menciones este asunto a alguien del pueblo no cuentes conmigo p ara nada más. ¿Te da vergüenza que se enteren que trabajas? ¡Vete lal infierno! durante varios días estuve asistiendo a las conferencias que aquel señcr catalán nos daba sobre el modo de vender libros a domicilio. Entre tanto, Pepe supo la desagradable noticia de que su presunta plaza de camarero había sido dada a una persona más apta. Alguno Con recomendación comentó resignadamente. Continuando su búsqueda, dio con un tal señor Padilla, contratista, del cual esperaba sacar un emplee de peón de albafiil. Le vi tan interesado ante la nueva perspectiva que casi parecía ser capaz de no cobrar ni un céntimo con tal de empujar la carretilla y amasar yeso. Por fin, me llegó a mí el día en que había de debutar como vendedor de la editorial Belloc, de Barc 3lo na. Nos habíamos repartido los sectores de actuación, y a má me corespondió. una parte de Madrid en que la gente jíasa por bien leída. Aquella mañana me asaltaron las siguientes preguntas: ¿Y qué ocurre si mientras estoy echando papeles por debajo de la puerta ésta se abre y aparece alguien de la casa? ¿Saldrá una señora gritando histéricamente, creyendo que soy un ladrón? ¿Se me abalanzará ai cuello uno de esos fieros guardianes? ¿O quizá un lobo? Nc es ninguna tontería; en casa de un amigo mío tienen un lobo semismasstrads; lo sueltan de vez en cuando, cuando no tiene hambre... ¿Me daríjn tal vez con la puerta en las narices? ¿O saldi- ía, quizá, una de esas doncellas pizpiretas diciendo usted es idiota Fuera lo que fuese, el caso es que el corazón empezó a latirme con vlelenciá y algunas otras visceras dieron síntomas dte trastorno. iMis temores tuvieron confirmación en la primera casa que visité, aunque no en la misma forma que yo había imaginado. Fui cogido con las manos en la masa por una señera de traza atlética, huraña, que salió de las sombras de la escaliera. Era la portera. Le expliqué, aipresuradamente, el objeto de mi presencia en la casa y el contenido de mi voluminoso y sospechoso paquete de muestras. -3 í- jcomenti! con soma aquí vienen los de las aspiradoras, los de los seguros, las rifas, qué sé yo. No n es dejan vivir. Tengo orden tajante de no dejar a ningimo subir las escaleras. -Cues usted ¡perdone... Hice ademán de ia me; pero ella no estaba dispuesta a dejarmie escapar asi como así. Déjeitíe que le dé un consejo, joven; usted parece que no está aún corrompido, abandone estas granujerías y búsiuesé. un empleo honrado y decente. I ebi sonrojarme, porque entonces ella se ensañó. ¿A que su familia no sabe nada de esto? ¡A que íio! ¡A que lo adivino! ¡Ve usted! No me quedó más solución que huir, balbuciendo unas palabras de saludo y excusa. ¡Pero había aprendido una lección: había que evitar a las porteras. Así, en la próxima casa, monté en el ascensor hasta el último piso y allí comencé el raparte, de papeles. Luego fui a tomar el aperitivo para cimiplir correctamente con las normas de la casa Belloc, de Barcelona; quizá también para etíharle un poco de gas al ánimo. Llegó, por fin, la hora H que yo me había fijado con rigurosidad germánica. La puerta es-

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