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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-05-1960 página 63
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-05-1960 página 63

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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i- i i f a- ¡Por favor, abran, venffo herido! -era la voz desfalleciente de un hombre q te siiplicaba- ¡Por Dios, se lo ruego! -insistieron. Había cerrado el balcón y encendido la luz. Se vistió rápido y ordenó a mi madre: Levántate, Luisa; harás falta. Mi madre se abrazó a él angustiada: ¡No debes abrir, Ismacio; ese hombre puede ser... í- ¡No importa lo que sea- -le cortó enérgico- es un hombre herido y tenemos que ayudarle! Y salió, cerrando la puerta del dormitorio... Ella comenzó a vestirse nerviosa y ligera y salió, dejándose U, puerta entreabierta. Estaba solo en la amplia habitación con la luz encendida. Aguantaba la respiración y quería atravesar aquel silencio. Las lunas de un armario me reftejaban con los ojos muy abiertos y asustados. Escuchaba atentamente. Al parecer, nadie más de la casa se había despertado. Oí cómo mi padre quitaba la gruesa barra de hierro del portón de entrada, dejándola caer con un golpe seco. Fué entonces cuando me incorporé como impulsado por un resorte, saltando fuera de la cama (no sé si curioso o lleno de terror) asomándome a la escalera. Iba descalzo. Me senté encogido en uno de los peldaños. Miraba fijamente a través de los hierros de la baranda. Quería ver al hombre herido... Mi padre le había hecho entrar, cerrando de nuevo la puerta. El hombre se apoyó, desfa- lleciente, contra la pared. Xos ojos d l desconocido me descubrieron al levantar su cabeza. Se clavaron en mí, insistentes. Mis padres dirigieron su mirada también. Pero lia angustia del momento hizo que se olvidaran... El hombre vendría a ser como mi padre: de unos cuarenta años, alto delgado y también rubiasea. Su boca, entreabierta, jadeaba reseca. Un sudor frío parecía bañarle suciamente el rostro. ¡Por favor, dé... jne... agua! -pidió dificultosamente, dirigiéndose a mi madre. Mi padre le ayudó a sentarse. Al avanzar cayó de rodillas sobre la estera de esparto. Mi padre le incorporó con dificultad. Yo me había acercado silencioso. Estoy maü... no sé. si podré continuar... ¿Podría curarme... atarme unas... vendas? -JJO haré, pero tranquilícese antes. Tenga confianza- -le respondió mi Padre acariciándole la cabeza. Los grandes ojos oscuros del herido se llenaron de lágrimas. ¿Dónde tiene las heridas? -lEíi esta pierna y en el homhro- -dijo señalándose el derecho e igualmente la pierna. Mi madre había regresado con la jarra y un vaso. Le sirvió el agua. La mano del hombre temblaba, impotente. Tomó el vaso mi padre y se lo acercó. El cristal repiqueteó contra sus dientes y el agua se derramó por su crecida barba. ¿Cómo se ha herido? Preguntó mi madre, temerosa... Los ojos del hombre se llenaron

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