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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-05-1960 página 58
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-05-1960 página 58

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LAS ESPINAS DE LA CORONA mó los c o d o s en las rodillas y se apretó la cabeza con las manos. ¡Qué barullo de pensamiento! ¡Qué lucha entre la desesperación y la esperanza, entre la n e g a c i ó n y la creencia, entre la firmeza y la duda, entre la confianza y el escepticismo! ¡Qué mortificante martilleo de recuerdos, de anhelos, de ideas obsesionantes! Le dolían las sienes. Le zumbaban los oídos. Le sonaban dentro de la cabeza palabras que no pronunciaba, Y siempre, vuelta a lo mismo: él no quiso hacer daño. La cosa no podía ser más sencilla ni más inocente... Era una mañana de domingo, y se dijo: Voy a ver si mato unos pájaros para la comida. Cogió la escopeta y salió a las afueras del pueblo. La gente estaba en misa. No ha; bía nadie por ninguna parte. Sobre un vallado de piedra, una buena bandada de gorriones. Disparó en el instante mismo en que una mujer asomaba la catoez del Otro lado del vallado. La alcanzaron algunos perdigones. La mujer curó pronto de las heridas. Pero en el pueblo dieron en decir que había tratado de matarla porque no sé qué rencillas había habido hace años entre su familia y la de la mujer aquélla, la tía Blasa la del horno. Y luego el juez, y los abogados, y los fiscales, y todos se empeñaron en que aquello era un homicidio frustrado, y ¡a la cárcel! Y en la cárcel llevaba ya no sé cuántos meses, que a Andrés le parecían no sé cuántos años. Se levantaba Andrés del camastro y volvía a. sentarse y a hundirse en sus obsesionantes pensamientos y en sus mortificantes recuerdos. ¿Y por qué iba a querer él matar a aquella mujer, que casi ni sabia quién era? ¿Y por qué no lo veían tan claramente los jueces, y los fiscales, y los abogados? Las palabras del capellán aquella tarde en el patio. Los sufrimientos de Cristo. La maldad de los hambres. Las habladurías de los pueblos. Que los malos se hagan buenos. ¿Y por qué los buenos tenemos que hacernos malos? ¿Pero quiénes son los buenos y quiénes son los malos? De él decían todos en el pueblo que era un buen hombre. ¿Quién? ¿Andrés el de la Moruga? ¡Un bendito! ¡Incapaz de hacer mal a nadie! Y lu o declaraban contra él. Sí; que si el abuelo de Andrés tuvo im pleito, hace muchos años, con el padre de la tía Blasa la del horno. Que si desde entonces esas dos familias no se podían ver... ¿Quién es capaz de entender a la gente? Y quien paga, paga. Y se iba el recuerdo a su mujer, a su pobre mujer y sus cuatro hijos, todos pequeños, t o d o s sufriendo, padeciendo hambre, soportando malintencionadas miradas, palabras a medio decir, frases hipócritas de falsa compasión... Todos pagamos la equivocación o la maldad de las gentes. Rendido en esta luCha interior, se tumbó en el camastro. Intentó dormirse. No era fácil. Su mujer, que no tenía culpa de nada y padecía por todos, por él, por sus hijos, por ella misma, que tenía que trabajar en el campo para ganar el pan de sus hijos... El ipan nuestro de cada día... Él no podía ganarlo. Tenía que ganarlo su mujer. Como lo tuvo que ganar su madre cuando él era pequeño. Aunque aquello era distinto. Su padre estaba siempre enfermo y no podía trabajar. Su m a d r e iba al campo todos los días, cuando no era a espigar, era a coger legumbre, o a escardar, o a vendimiar... El mismo, cuando todavía era muy pequeño, se pasaba el día en el prado cuidando las vacas del señorito Luis y aún se traía t o d a s las tardes un brazado de leña para que su madre hiciera la cena. El sueño le iba ganando. Y así, medio dormido, medio en vela, Andrés fué cayendo dulcemente en los recuerdos de su infancia. Siemipre, en las más graves crisis de nuestra vida, el recuerdo de los días de la niñez, por infeliz que ésta f u e r a pone deleite en nuestra alma. Andrés guardaba muy malos recuerdos del pueblo; pero muy gratos de su vida en el prado, con sus vacas mansas y sus chotos retozones, oyendo cantar tórtolas y ruiseñores que escondían sus n i d o s entre los espinos de las zarzas, persiguiendo mariposas y buscando grillos, labrando cayados y admirando el ráipido v u e l o de las golondrinas que sobrevolaban las aguas del regato y bebían en ellas rozándolas apenas con sus picos. ¡Las golondrinas! ¡Las espinas de lai 5 zarzas! ¡Jueves Santo en el pueblo! ¿Qué desagradable episodio traían a la memoria de Andrés en este momento de cansancio, de abatimiento, de tortura? nían tiradores de gomas. Cada temporada entre los c h i c o s tiene su afán. Hay la temporada de las chapas, hay la de los santos de las cajas de cerillas, la de los botones, la de jugar al marro la de la tarusa, la de la peonza, la de los toros... Ahora el furor eran los tiradores de g o m a s. Andrés echó una carrera hasta su casa y en seguida regresó con el suyo, de la más pura artesanía rural. Se ie había hecho él mismo con una rama de negrillo que hacía horquilla. Pronto vieron los d e m á s chicos que Andrés manejaba el tirador estupendamente. ¡Claro! ¡Todo el día de más y en el campo! Sin embargo, por la fuerza de la costumbre, los otros chicos le advirtieron repetidas veces: Ten cuidado, muchacho, no vayas a romper un cristal o a matar una golondrina. -No; si yo tiro a los gorriones nada más. ¡Ah, bueno! A los gorriones, ¡duro con ellos! pero a las golondrinas, no. -B u e n o- -intervino otro chaval- ¿Y qué más da matar una golondrina que un gorrión? Es verdad. Todos los pájaros son de Dios- -añadió otro niño. Pero no es lo mismo- -insistió el primero- Los gorriones se comsn el trigo de los sembrados y las golondrinas se comen los mosquitos, conque mira si hay diferencia. No es por eso. Es porque las golondrinas son aves de Dios. ¡Aves de Dios! ¡Dirás de San José! Pues ni ipor una c o s a ni por otra. Es porque las golondrinas son las aves que le quitan a Jesucristo las espinas de la corona que le pusieron los judíos en las sienes, que le hacían echar sangre. Andrés no intervenía en el diálogo. Estaba atento a ver si algún gorrión se ponía a tiro. El ya había oído muchas veces eso de las golonJueves Santo. El señorito Luis or- drinas y no tenía la menor intención denó que ni el jueves ni el viernes de matarlas. En esto un gorrión se posó en el salieran las vacas al prado. No eran días para ello. Se les daría pienso en borde mismo de una teja del alero y la cuadra. Si se gastaba algo más, Andrés disparó su tirador, pero con tan mala fortuna que dio a una goqué se iba a hacer. Andrés recibió la orden con indi- londrina que había al lado, posada ferencia. Puesto a escoger. Ja verdad en el cable de la luz, y la golondrina es que habría optado por ir, como cayó al suelo muerta. todos los días, con las vacas al pra- ¡Dios! ¡La ha quedado seca! do. El pueblo no le hacía feliz, ni Y todos echaron a correr y desmucho menos. aparecieron de la plaza. El pequeño acontecimiento corrió Muy de mañana se fué a casa del amó. Echó pienso a las vacas. Jugó rápidamente por todo el pueblo con un rato con el perro por el corral. aire de noticia sensacional. A casa Ayudó a la criada a sacar agua del de Andrés llegó antes que éste, y tan pozo. Y marchó a la plaza a matar agrandada y confusa que la tia Juael tiempo. En la plaza se reunió con na se asustó. un grupo de muchatíhos. Todos te- ¿Pero qué has hecho, condena-

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