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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-05-1960 página 69
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BLANCO Y NEGRO MADRID 14-05-1960 página 69

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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Bl humorista no se atrevió a decir soy yo Ni el presidente se atrevió a decir es este señor Además, no había tiempo que perder. ¡Vamos! ¡Aprisa! No podré hablar pensaba el humorista, mientras el presidente le arrastraba por el mismo camino de callejas y esquinas en sentido contrario, Llegaron al Centró Cultural, en mal estado los dos, a la una y cuarto. Por el camino más corto el de las callejas, del Centro al teatro y del teatro al Centro sólo un atleta entrenado habría puesto menos de diez minutos largos. Aquella segunda vez, en el loca del Centro había un conserje. Yo me he quedado dijo- Estaba llenísimo. Pero han sabido que la charla era en el teatro, y se han Ido iodos allí. ¿Qué hacemos? -preguntó el humorista por tercera vez. -Volver al teatro. ¡Aprisa! lEsto, cuando lo cuente- -pensó el humorista- ssrá muy divertido, Entonces, mientras lo vivía, no lo era. La tercera vez el presidente llevó al humorista por la calle Mayor, la más ancha, y luego por el paseo. Pensó que aquel era el camino que habían seguido los asistentes, y quiso evitar el peligro de cruzarse con ellos otra vez. Fué una previsión sensata. A mitad de camino los dos grupos se encontraron frente a frente. El grupo formado por el humorista y el presidente, que se dirigían del Centro de Cultura al Teatro Municipal, y el grupo, ya disminuido en los trasiegos, de los asistentes, que se dirigían del Teatro Municipal ál Centro de Cultura. Los dos grupos se encontraron en la plaza de la Independencia de Avellanejo, donde si la independencia local hubiese tenido un héroe, estaría la estatua. ¡Por fin! ¡Salvados! gritó el presidente, cuando los vio venir, capitaneados por el vocal ponente de conferencias. Y detuvo a la multitud apresurada con un gesto de ambas manos levantadas. ¡Aquí está! ¡ÍEs este señor! El humorista saludó y sonaron algunos aplausos El humorista se vio rodeado de cerca. Todos querían. al menos, verle. A tocarle, estrechándole la mano sólo se atrevieron los ihiemteos de la Junta Directiva y el representante munioipal. Y entonces fué el presidente el que preguntó: ¿Qué hacemos? Y en seguida consultó el reloj. -Casi la una y media. Faltaban siete minutos. En el ánimo de todos pesaba mucho la hora. En Avellanejo, los domingos, se come a las dos, y antes se va a la pastelería a comprar el hojaldre. Ya nadie consideraba oportuna la celebración de la charla. Pero el presidente era feliz. En su conciencia daba su misión por cumplida y el acto cultural por celebrado, Muimuró: -A esa hora... Y luego, en voz baja, al humorista: -Les dice unas palabras aquí mismo y así queda bien. í El humorista no se hizo rogar. Pensalja en las mil pesetas prometidas. Apoyándose en el brazo del presidente subió a un banco de piedra y esperó que terminaran los aplausos, aquella segunda vez más nutridos. ¡Amigos míos! dijo- No sabéis cuánto siento

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