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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-04-1960 página 9
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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-04-1960 página 9

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Entré la guerra y la paz LA SOMBrtA DE NAPOLEÓN PERO SIN EL EMPERADOR Por Manuel Aznar L A mano cruzada sobre el pecho, profunda la m i rada, inquieto el paso, se ha proyectado otra vez sobre los cielos ingleses la sombra de Napoleón. íEl primer ministro británico acaba de denunciar el peligro. Miren ¡por dónde los propósitds y las cabalas de los políticos y de los economistas de Alemania, Bélgica, Italia, Luxemlburgo, Holanda y Piuncia vienen a recordar a los ingleses los proyectoá napoleónicos de aislamiento y bloqueo de Inglaterra. Mac Millan se lo dijo a Eisenhower hace pocos días; Eisenhower se lo contaría al secretario Herter; éste a un subsecretario, que a su vez haría partícipe del secreto a un director general; y así rodó la noticia de escatón en escalón hasta dar en las oficinas del Washington Post que la publicó sin tardanza, con lo que el pelativo misterio de las reacciones inglesas contra seis países importantes del Continente em- ópeo se fué ai traste para convertirse en piedra de esbándalo y en tema de vociferación. ¿De qué se trata? r j E S C E que se resolvió en Roma la creación del Mercado Común Europeo, Inglaterra mira de t r a vés ese audaz propósito. No le gusta; no le conviene; le inquieta; le alarma y desazona. Algunas de las cláusulas del Tratado Romano- -concretamehte las relativas a la exportación e importación de productos agrícolas- -conturbarían profundamente, ái Londi- es las aceptara, todo el complejo mecanismo de las relaciones entre la Gran Bretaña y los paisefe de la CommonwealtOi. (Pero no se t r a t a solamente de esto. No estamos ante problemas de carácter exclusivamente económico. Como siempre, la política interviene muy principalmente, pues si hasta entre los pucheros anda el Señor como decía Santa Teresa, ya es sabido que las pasiones políticas gustan mucho de mezclarse también en todas las actividades imaginables, de tejas abajo; y así las vemos presentes en los buques que van y vienen, en los cargamentos que salen y llegan, en las aventuras de la especiería, en los, m eroados del estaño, del café, del cobre, de ios diamantes o de las esmeraldas... España sabe algo de esto. En su histórico ser se advierten las cicatrices de numerosas y mem: orables heridas que sufrió cuando luchaba contra los piratas. Un día, creyendo todos nosotros- ¡grave error! que las discrepancias entre Inglatei- ra y los Seis países continentales del Mercado Común estaban r e ducidas al ámbito mercantil y financiero, nos vimos sorprendidos por cierta declaración de u n inglés de muchas campanillas. Creo que fué el ministro Maudling quien dijo: íd unidad económica de las naciones europeas traerá ineTítablemente, como última consecuencia, la unidad política. Y no sé si rechazó concretamenste ese final posible o probable, pero recuerdo bien que dio a entender con claridad inequívoca cómo el Reino unido de la Gran Bretaña quería conservar en todo instante su libertad de acción y de propósito, pues sería cosa contraria a su genio y a sus conveniencias dar dé bruces en una ordenación política europea de tipo unitario. He aquí la verdadera madre del cordero dicho sea sin desdeñar la importancia de los razonamientos puramente económicos que se vienen haciendo sobre las cláusulas y las contracláusulas de éste o de aquel Tratado. La perspectiva dé una verdadera unidad política de Europa ha levantado siempre tempestades de airada reacción en el pueblo inglés; con Hitler, con Napoleón, con Luis XIV o con Felipe II. ¡Abajo el Continente Unido! es un grito que el inglés h a lanzado muchas veces al viento. No se trata de ninguna novedad. Ni ¡Hemos de asombramos ahora por el hecho dé que ante los avances del. Mercado Común Europeo, el primer ministro Mac Millan recuerde ante Eisenhower lo que Inglaterra hizo y deshizo para acabar cori los proyectos continentales de Napoleón. Un corresponsal agrega: Mac Millan no ha vacilado en pronunciar el ndmbre de Rusia. Se quiere insinuar asi que frente al panorama de una Europa única, bien trabada y acordada, no dudarían los inglese. en procurar un acuerdo con Rusia, para que una vez más pereciesen los supuestos intentos antibritánico. S bajo el peso del Oriente eslavo y de una parte de Occidente. Confiemos en que la amenaza no vaya más allá de las palabras; y en que la sangre no llegue al río. ü L caso es que u n día de 1958, la Gran Bretaña re solvió no vivir cíuzada de brazos ante el advenimiento del Mercado Común Europeo. Le pareció discreto y prudente hacer algo para qué los acontecimientos económicos no la encontraran desprevenida y desarmada. Creó, í ues, frente a la Comunidad del Tratado de Roma una nueva Asociación para agrupar en ella al mayor número posible de países de Europa que no estuvieran comprometidos en el Mercado Común. Así nació la llamada Zona de Libre Intercambio que firmó sus protocolos nupciales e n Estocolmo.

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