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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-04-1960 página 31
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BLANCO Y NEGRO MADRID 02-04-1960 página 31

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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grafo, y tras de su puño y letra? La fertilidad de Marañón nos hace preguntarnos qué es el tiempo. Para él, desde luego, parecía tener entidad muy diferente que para el comtín de los mortales. Por eso sxi vida ha podido lograr un descomunal rendimiento, como el de esas tierras que producen sin pausa ni esquilmo cosecha tras cosecha. Pero, además, hay otro motivo por e que resultaría demasiado precipitado estudiar ahora a Marañón: el ambiente pasional que crea la desaparición de personalidades así. El campo magnético de un médico que había prodigado sus extraordinarias facultades en provecho de muchas gentes poderosas, acomodadas o impecunes es ilimitado. Y a ese magnetismo hay que añadir el poder casi mágico de que disfrutaba en la sociedad española en virtud de su pluma. Sobran, pues, motivos para suponer que Gregorio Marañón no podría ser estudiado por ahora más que en la forma que consienta la atmósfera que su muerte estará ya creando en estos momentos. Pero, como en el soneto de Lope a Violante, burla burlando he dicho algo sobre Marañón al expresar mi persuasión de que no es hora de hablar de él libremente. Esta es la firrma que a él le placería, y al decirlo hago su mejor elogio. Porque Marañón fué uno de los pocos españoles a quienes se podía contradecir sin irritarle. Dudo de que txxviese auténtica humildad, virtud peregrina que conquistan a fuerza de trabajo poquísimas criaturas o que Dios regala a algunos predilectos. Lo que sin duda tenía era una elegante y señorial grandeza, capaz de recibir apaciblemente discrepancias y objeciones. Sería mucho pedir a un hombre mimado, acariciado por todo género de halagos, que fuese plenamente humilde. Lo que sí puede exigírsele, en especial si predica comprensión, es que la tenga. Y aquí hay que proclamar que Marañón, espíritu muy ochocentista, conservaba la ya antigua sencillez de hombres como Menéndez Pelayo, Cajal e Hinojosa, tras los cuales triunfaron generaciones enteras de insufrible pedantería. Al escribir comprensión me refiero principal mente a la personal, a la que hace posible el trato y hasta la amistad y el afecto entre almas de dispares y encontradas tendencias. Yo creó con tibieza en lo que se llama, vaga e imprecisamente, tolerancia. Creo poco, por serias razones doctrinales, confirmadas en la aspereza de la vida actual. Marañón ha dejado muchas apologías de ella. El ámbito de esta actitud, que a veces es virtud sublime, suele estar, hoy como ayer, desdibujado. Por de pronto, se tolera el mal, no el bien, lo cual supone acotar rigurosamente sus respectivos campos. Y se tolera en ocasíonbs. Cuando un ser humano en su sano juicio se dice tolerantísimo para todo, o es un hipócrita o sie: refiere a cosas que a él personal mente nada le importa que sean o no respetadas. En cuanto se trate de su peculio o de su prestigio personal, la toljérancia encontrará justificaciones para convertirse! en acérrima intolerancia. La mayor p a r de las veces que Marañón habla de tolerancia se jrefiere a esa moderación del ánimo que facilita y hasta hace grata la vida en común. Por consiguiente, alude, en definitiva, a la biiena crianza. Es dui descubrir, día tras día, que un ingeniero, un escritor, un médico, un abogado desconocen los rudimentos mismos del trato social. No que falten a ellos eventualmente, lo cual, después de todo, es tolerable, sino que demuestren su absoluta indigencia de principios, su barbarie selvática, a menudo enmascarada bajo el oropel de un título académico, de un traje pulcro y bien cortado. Marañón no dimitió jamás su hidalga condición nativa. No era tolerante, claro que no, con nada que a su juicio pidiese intransigencia. Bastaba que alguien menciónase a alguno de sus ídolos con frase simplemente equívoca para que saliese en su defensa con la prontitud y el celo de un escrupuloso vigía del dogma. En sus ensayos verbenean los pasajes donde ejercita la noble pasión de hacer diá tingos y puntualizar acerca de personas, obras o cosas. No se despreocupaba indolentemente de nada ni de nadie que le pareciese a él, a Gregorio Marañón, digno de una gentil salvedad. Pero la crianza, la buena crianza le permitían usar de la energía en la conversación o en los libros con esa cosa tenue que se llama tacto. Sin el tacto y sin las formas de sociabilidad que dominaba, Marañón hubiera perdido parte de su magia, a pesar de su gran saber médico, a pesar de su arte de historiador y de ensayista, a pesar de su prosa, llana y distinguida como él mismo. No es frecuente el caso de que un maestro de la Medicina sepa o quiera conducirse como un prín cipe. Y al concurrir en Marañón este primor, junto a los del talento, la generosidad con tantos enfermos y el buen gusto, su personalidad cuajó en forma subyugadora, a la vez popular y aris. tocrática. Su vida no ha sido patética ni angustiosa, Espon táneamente mundano y diligentísimo, tuvo el doií de la amenidad, sin el cual no hay mundanidad posible. El temperamento apacible aflora en su prosa, de curso sosegado y algo fluvial, pero sin desbordantes crecidas. Estaba protegido por una coraza contra las grandes tribulaciones. No creo que haya llorado mucho fn este valle de lágrimas. Y le digo adiós, esta vez para siempre, con la esperanza de encontrarle, cuando sea, donde me figuro que está.

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