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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-1960 página 20
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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-1960 página 20

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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AG ADI R Tumba abierta de veinte mil hombres aeruardaban tumo de embargue para la evacuación. Al día siguiente vimos al cónsul, señor Morales, gestionando el hallazgo de los españoles que pudieran quedar acampados sin conocer las posibilidades de auxilio que allí tenían. El lado español de la catástrofe ha sido muy cruento. Según los datos que nos facilitó el propio cónsul, cerca del 70 por 100 de la colonia española, compuesta por unas 1.200 personas, ha sido baja, puesto que entre heridos, muertos y desaparecidos, se calculaba domingo que había unos 800, y se daba un número aproximado de 400 a 500 muertos. Cinco días después de ocurrir la catástrofe, quedaban i or los campamentos próximos unos 150 españoles, que no quisieron ser evacuados por no alejarse de los que hasta ahora fueron sus medios de vida y sus bienes. A consecuencia de los pequeños terremotos registrados el viernes y el sábado, algunos de estos 150 acudieron el domingo al Consulado, pidiendo ser evacuados, y los que así lo hicieron, salieron de la base aérea el mismo domingo. Oei lado español de la catástrofe, cae también la ayuda prestada por fuerzas españolas, tanto en tierra como por tít aire y desde el mar. Y en esa ayuda tuvieron puestos de vanguardia el Ala de Transporte del Ejército del Aire, con base en Getafe, que trasladó material y personal desde Madrid, y una vez en África, d e l e g ó incesante actividad en el traslado de victimas a Babat, Casablanca y Marraquech, y en el de tropas marroquíes desde IJxda a Agadir; y las fuerzas navales situadas en la base de Canarias, mandadas por el comandante de la fragata Magallanes capitán de fragata don Enrique Bolandl. Fuerzas de marinería desembarcadas colaboraron en las tareas de descombro, y la barcaza de desembarco K- 2 realizó el traslado a tierra del material pesado transportado por los barcos de guerra norteamericanos, ingleses y franceses. A bordo del Magallanes llegó también un equipo quirúrgico mixto de Marina y Tierra, al frente del cual iban capitán médico de ta Armada, don Emilio Tomé, y el alférez de la milicia universitaria, don Cesáreo Rodríguez Sánchez, con quienes colaboró también el médico de a bordo, teniente don Manuel Sánchez Beardo. AMBIENTE Y CIRCXffíSTANCIAS Naturalmente, no fuimos a Agadir iiara relatar nuestra propia odisea profesional; pero acaso no estén de más algunas referencias a ella, por lo que pueden contribuir a exi c r 1 ambiente y las circunstancias. Ya hemos hablado de la babel mOitar en que la base aeronaval francesa se había convertido. Los primeros españoles que nosotros vimos en el extenso muestrario de uniformes, fueron de aviadores. Era la tripulación de un D- C 4 que aquella noche había de pernoctar en la pista de aparcamiento. La componían el comandante Santos- Suárez, el capitán Urbina, el brigada Pastor y un sargento CIQTO nombre lia naufragado en el piélago de notas con que regresamos. El comandante, al ver que nos disponíamos los dos redactores de BLANCO Y NEGRO a preparar nuestro lecho en el suelo, al aire Ubre, con uims colchonetas que nos había factUtodo el cónsul, nos ofreció el avión como alojamienito, puesto que era casi seguro que no saldría aquella noche. Allí nos fuimos a dormir, contra promesa de que si el avión partía, seríamos despertados o arrojados al suelo dormidos, en caso de que ofreciésemos resistencia a salir del sueño (era una previsión muy discreta, iiorque nuestro agotamiento prometía un sueño profundísimo, para las pocas horas que íbamos a disfrutar de descanso) La segunda noche tuvimos mejor alojamiento, porque conseguimos del comandante de la fragata Magallanes ir a bordo, donde se nos agasajó y se nos instaló en un camarote de oflciales, alojamiento que rebasaba en muchísimos codos las modestísimas aspiraciones que en aquel ambiente de campaña podíamos abrigar. La verdad es que si fuimos aquella noche al buque, no fué por las ventajas personales quie aquello nos reportó, sino porque nos brindaba una oportunidad de contempiiar y retratar otro ángulo- -el marinero- -de la catástrofe. Era la noche en que a las nueve y veinticinco se había sentido un terremoto en la zona de Agadir- -el primero de los cuatro regtetrados durante nuestra estancia- y cuando subimos a bordo, los oficiales que allí habían quedado nos anunciaron que también ellos lo habían advertido con efecto semejante al de una carga de profundidad que hubiese estallado a distancia. A primera hora de la mañana siguiente, regresamos al puerto de Agadir, lo que nos permitió presenciar la oportunistma actuación del lanchen de desembarco K- 2 única unidad de su especie allí presente, y que participó en la descarga de muchos buques extranjeros, ya que no podían aproximarse al puerto, porque se tenia la certeza de que el fondo había sufrido transformaciones, pero no se conocía el alcance de ellas. Comimos y cenamos, unas veces a mediodía, a media tarde, a primera hora de la noche o de madrugada; unas veces, en el campo; otras, en el suelo, ante el pabellón del Consulado, y otras- -cuando llegábamos a tiempo- en el pabellón de oficiales de la base francesa, merced a las grandes facilidades que se dieron a todos los españoles que teníamos allí alguna misión. Conocimos a tres oflciales españoles agregados a las Reales Fuerzas Marroquíes- -el capitán Vázquez y los tenientes Núñez y Flor MÍ- a quienes debemos ayudas, que en algunos momentos fueron decisivas para el desarrollo de nuestra misión informativa. Conocimos también a un periodista ruso, llamado Bassili, de la Agencia Tass, que llegó a la base de Agadir, desde C sablanca, en un avión español y acompañado por periodistas españoles. Finalmente, cuando el pia. zo exigido por las necesidades de cierre de este número de ELANCO Y NEGRO estaba a punto de expirar, volamos en un avión español, con los tenientes coroneles Doltz y París, hasta Rabat. Colgados en el aeródromo a las diez de la noche, sin medio de locomoción para trasladarnos a la ciudad, el ministro encargado de los asuntos comerciales áe la Embajada, don Femando Sebastián de Erice, que había acudido para recoger a algunas personas de te, representación, se ofreció para volver a trasladarnos, y no nos abandonó hasta dejarnos instalados en un hotel. El mismo nos llevó al día siguiente en automóvil hasta Tánger, desde donde él regreso prosiguió por los medios normales ai alcance de cualquier viajero. M. M. -Ch,

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