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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-1960 página 18
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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-1960 página 18

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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AG A D I R Al temblor siguió e l un instante antes había sido su hogar y a la sazón era sepultura de los seres más queridos. JORNIABAS ALUCINANTES Pasados los primeros momentos en, que cada uno de los que sobrevivieron tuvo u n instante la impresión de que aquello era el fin del mundo, y después la presunta e inquietante certeza de que el mundo había concluido, dejándole a él sólo con el silencio, como único testigo del cataclismo, y pasadas las primeras horas de confusión, desorden y éxodo, vino la organización de la búsqueda y rescate de heridos y cadáveres, e n un descomunal montón de escombros, de cerca de dos kilómetros cuadrados. Y vinieron también las medidas de seguridad sanitarias y militares; la lucha contra la posible gestación de una epidemia y la lucha contra la rapiña de algunos desalmados que removieron escombros, no e n misión de auxilio, sino con criminales propósitos de lucro. -Desde luego, los que así se comportaron, purgaron allí mismo el delito, y allí quedaron enterrados, entre las víctimas del terremoto. El aspecto de la ciudad, pasados tres, cuatro, cinco, seis, días, era alucinante. La fumigación, iniciada el viernes, proseguía incesantemente desde tierra y desde el aire. Camiones y avionetas lanzálian chorros de desinfectante, hasta cubrir las ruinas con una espesa nube, que irritaba las vías respiratorias y los ojos. Cuantos trabajaban entre los escombros y quienes hasta allí llegaban en misión militar o informativa- -con excepciones que podrían contar los dedos de una mano, los únicos paisanos que entraron en Agadir, a partir del jueves, fuimos los periodistas- iban provistos de mascarillas protectoras. Muchos, sin embargo, nos veíamos obligados a prescindir de la s a nitaria protección, porque bajo aquel sol, la mascarilla, recalentada por el aliento, abrasaba la cara. El hedor que el jueves se desprendía de las ruinas y se le clavaba a uno en las vías respiratorias, hasta el punto de que, alejado varios kilómetros de aquel desolador escenario, lo seguía percibiendo, se mezclaba el viernes con las penetrantes emanaciones de los desinfectantes, y la suma de ambos hacía todavía más insoportable el ambiente; el sábado y el domingo predominaba ya el olor de l a fumigación, m á s tolerable, a pesar de ser t a n irritante. Desde su cuartel general, instalado en Iznegan, a unos quince kilómetros de Agadir, el príncipe Muley Hassan desplegaba u n a incesante actividad, dirigiendo personalmente todas las operaciones y visitando, tantas veces como fué necesaria su presencia, la ciudad torturada. Por las calles de Agadir- -si es que se puede seguir llamando así a calzadas de cuyos lados h a n desai arec do iBis ediScaciones- -eran perseguidos y muertos a tiros perros y gatos, en u n a cruenta operación de profilaxis. Otro triste espectáculo que agregar a tanto infausto episodio allí presenciado, y mucho más triste aún en el caso de algtmos perros a los que n o era menester perseguir, porque penníuiecían inmóviles aullando lastimeramente encima del montón de escombros bajo el cual yacían sus dueños. Estos pobres animales eran inmolados allí mismo. Cruel, i ro inevitable medida sanitaria. Una de nuestras visitas a la ciudad la realizamos en compañía del canciller de nuestro Consulado, s e ñor Sánchez Trujillo. El estaba en España cuando ocurrió la catástrofe, disfrutando vacaciones, y l a s interrumpió para reintegrarse a su puesto. Al entrar en Agadir, vimos con qué ansiedad miraba a uno y tro lado, y vimOs también cómo una lágrima empañaba su mirada. Al sentirse observado por el p e riodista, se creyó obligado a responder a nuestra muda pregunta: Eramos seis mil europeos aquí, en Agadir, y todos nos conocíamos. Debajo de muchos d e esitos montones de escombros yacen familias enteras de amigos míos... De regreso a la base aeronaval, meditábamos acerca de los relatos personales escuchados sobre la catástrofe. Son tantos, que se desvalorizan unos a otros, siendo todos ellos de infinito valor humano. Así, el caso de aquel pobre hombre que permaneció enterrado h a s t a el día siguiente, oyendo, a muy poca distancia de donde él permanecía aprisionado, impotente para moverse, cómo le llamaba su hijo de nueve años. Poco después del amanecer, dejó de oír la voz del ser adorado. Cuando la presencia del pobre hombre, enterrado superficialmente, fué advertida, él pidió desde su encierro que rescataran antes al hijo e indicó el lugar aproximado donde debían remover los escombros. El muchacho estaba mueiito. El hombre, que n o padecía lesiones físicas, fué conducido a u n hospital, gravemente herido en su espíritu. El caso de aquel matrimonio francés enterrados ambos bajo dos pisos, y en quienes mantuvieron laesperanza los ladridos de su perro, que hasta ellos llegaban desde el exterior. Antes de que amaneciese, el animal había logrado atraer hacia el lugar a u n equipo de socorro. Marido y esi osa fueron puestos a salvo, ligeramente lesionada ella en una pierna. Y el de aquel hombre que, sentado a la puerta de sus casa, vio cómo el edificio se derruRiEl aba, sepultando a su esposa y a sus hijos, y corría alocado de u n lado a otro, llamando a la muerte. Y el de aquel maftrimonio hospedado en el Hotel Saada, que había cenado en casa de unos amigos, y fué sorprendido por el terremoto de regreso a su alojamiento en automóvil, en. un punto desde el cual vieron cómo el edificio se ií iW íM. mwM éi AGADIR JSidMífñi c i iua i m:

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