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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-1960 página 17
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BLANCO Y NEGRO MADRID 12-03-1960 página 17

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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iV, tino Rublo y ion Fermín Dfaz, momentos anteé e despegar en Cuatro Vientos (campo del Aero Club) En el centro, el seflop Rublo y Menéndez- Chaeón. A la derecha, m iández- Chaoón, Oarofa- cPelayo y Carlos Luis Alvarez, en la plaza de! Comercloi del barrio de poco después de llegar a Agadir. Teodoro Naranjo hizo esta última fotografía, QUE NUNCA SE CIERRA descargada a la ciudad, nos llevó hasta el tbterior. Lo ierto es que una hora después de hahér vislo Agadir desde el aire estábamos en el entro m l o del barrio de Talbordjt- uno de los méts afectados, habiéndolo sido todos tanto- -sobrecogidos, mieniras I noche empezaba a caer velando el confuso paisaje circundante. Interminables columnas de homtoes f a u s tos- -cubiertos de ipolvo, picos y palas al hombro -desfilaban con aire cansado, cumplida la penosa jornada. Y el silencio, un silencio solemne, infinito, ese silencio 4 tte parece paradójicamente que se oye, triunfaba sobre toda otra sensación, como si fuese un jii ón del silencio que la noche del 29 de febrero siguió al horrísono estruendo del terremoto. PESADILLA Se habían registrado en Agadir, en el tran nirso de una semana, otros dos pequeños terremotos antes de ocurrir el que la ha arrasado: el primero el 23 de febrero, a las doce y cuarto de la mañana; el segundo, doce horas antes del que tanto luto ha dejado a su paso. En ninguno de ambos casos los movimlenfos habían afectado a las edificaciones, ni habían lle ado a preocupar a nadie. Sólo doKie segundos- -ya queda dicho- -duró el que tanto ha dado que hablar y que sentir. ¡Cuántas cosas ocurrieron en tan poco tiempo! ¡Cuánta familia aniquilada en medio de un h MTÍsono estruendo procedente de las entrañas de la tierra y al que se sumaba el causado por tantos edificios desplomados! Aquel ruido infernal, que parecía anuncio del fin del mundo- nos decía un superviviente- -no lo podremos olvidar nunca, porque lo tenemos metMo en el espíritu más que en los oídos. Después sucedió algo más sobrecogedor aún: el silencio, un silencio de ciudad muerta, sobre la que se cernía como un sudario el polvo blanco desprendido al desmoronarse las edificaciones. No se oía nada; parece como que durante algunos minutos- -acaso no fuesen más que segundos, pero no cabe pretender precisiones cronológicas de quienes vivieron aquellos horrores- -los supervivientes escuchaban anhelando oir algo, aunque fuese un lamento o un grito de horror; pero algo que a cada uno le permitiese saber que no estaba él solo vivo entre todos sus convecinos muertos. varios- -cobioidencia trágicamente curiosa- -nos han confesado que en los primeros instantes lamentar m no haber perecido. Los que mejor y más pronto reaccionaron se aprestaron inmediatamente a auxiliar a alguien, conscientes de que su auxilio era menester, pero sin saber a ciencia cierta a quién debían auxiliar ni dónde, en medio de aquel caos, podia ser su ayuda más eficaz. Otros permanecieron algún tiempo inactivos, sentados en aictltud pasiva junto a los rest 9 s de lo que MANUEL MENENDEZ- CHAtON Y ALVARO GARCÍA- PE LAYO

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