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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-02-1960 página 81
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BLANCO Y NEGRO MADRID 06-02-1960 página 81

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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LETR A S OTRAS VOCES, OTROS TIEMPOS EXTRANJERAS ÍSR 1- T: ÍVG; A líÜRARlA V- ví. to que Giuseppe Tomasi de LamP ídusa, el autor, murió sin que se tupiese que había dejado sta obra, que ahora apasiona al público italiano y empieza a interesar al. de otros países. La conmoción no es sólo de lectores corrientes. Escritores tan avezados: como Alberto Moravia, y Eugenio Móntale han quedado también sorprendidos y admirados ante esta novela. El ga topardo es un símbolo heráldico, de la familia Salina. Se trata de. un animal que en castellano se llama leopardo jaspeado y en latín leoparduB marmoratus especie de- pantera del tamaño de un gato doméstico. Pero si este animal, Según parece, es fácil de amansar, no sucede lo mismo con don Pabrizio. Salina. Cuando llega a ceder, es más por astucia que por inclinación. Su hlstoi ía es la de un original un poco dannunziano, con algo de stendhaliano, pero (basta de parecidos) de una extraordinaria originalidad. Es muy posible que este personaje se parezca al autior, duque de Palma y príncipe de Lampedusa, que murió en 1957, habiendo escrito durante el último año de su vida esta obra que le ha dado tardía y considerable fama. Se advierte que la novela está escrita por un poeta, pero por un poeta que maneja con pericia instrumentos narrativos. Sus personajes, llenos de vida, están como envueltos en aura poética. La capacidad ds evocación lírica de Lam- pedusa recuerda- -en mejor- -algunos tonos de las olvidadas novelas de Klemir Bourges. Hay en el aire una melancolía de aroma antiguo, que parece presente en esas vidas sometidas a los trastornos de una época eñ la. que lo romántico era vida, y no literatura. Vida es, y no simple literatura, la que vemos pasar por est? libro que cerramos, al final, con aV r dü melancolía por alejarnos d: esas figuras, y sobre todo del protagonista, cuya humanidad es- vaiiada y con fusa, pero con una solidez eií la que lo voluble se hac coino adorno de ¡a fiereza, aunque t ta sea del tamaño de un gatopardo. José María SOÜVIRON Giusevpe Tomasi de Lampedusa: El gatopardo Traducción de Fernando Gutiérrez. Editorial Noguer, Barcelona. N medio ide la litsratuira neorealista, miserabílista y- populariista, esta novela evocadora, retrospectiva y amablemente dura, ha caído como una bomba; como una suave toomba napolitana, hecha de cristal y papel e iluminada por dentro, quie ai estallar. dejara un grato desparramo de raro psrfoime, selecto en su misma emanación de cosa conocida ipara deleite de lectores cansados de aquellos olores que suelen predominar en la narrativa italiana co ntemporánea, y no sólo en ella: oloV a cuarto cerrado, a pipí de gato (no pardo) a ropa sucia y a cocina recalentada. No se trata, no, porque eso tampoco nos llamaría favorablemente la atención, de una historia nobiliaria, aunque su autor sea un arist ócrata, sino de una novela que tiene toda la modernidad necesaria para ser un buen éxito de ahora, y la nostalgia pertinente para que, al hablar del príncipe de Lampsdusa, algunos c r i t i e o s hayan traído, a colación los nombres de Stendhal y de Proust. Más cerca del primero nos parece estar la historia del Gatopardo. Es una historia familiar y pruebierina, en una ciudad meridional de Italia; tan meridional que ni siquiera está en el continente, sino en la isla que parece. en los mapas ser golpeada por la bota peninsular. Las cosas suceden en Sicilia, allá por. los años de iS 60, cuando Garibaldi empezaba la invasión del mediodía italiano ya ocupado en mucha parte por una quinta columna que aquí vemos, actuar con precisión improvisada. Humanísima lección, en la qué el argumento va deslizándose- con una lentitud que nos permite ver la transformación de una sociedad, de una vida nacional y de un sentido de la historia, todo ello con una especie de alegría irónica y compasiva. Los arisr ¡ócratás implacables empiezan a entrar a duras penas en el nuevo sentido do. la democracia garibaídina. U n o s, por conveniencia, E i otros por obligación, los más porque la amenaza revolucionaria no es tan grave ni tan atribuladom como pudieron tetóer unos años antes del cambio. Junto a éstos, los convencides, los jóvenes que desdeñan sus prerrogativas y excelencias, p a r a comibatlr ¡por una nueva nación; y en tomo, los recién nacidos aristócratas futuros, los que ya anuncian, al adueñarse de los resortes administrativas, la constitución de nuevas familias poderosas. Frente a don Pabrizio, el señor cargado de historia y de historietas, se alza, con uíbana prepotencia, don Calogero, el alcalde gaiibaldino. Terminan en tendléndose hasta donde es posible, pues si el noble admira la sagacidad y desprecia la codicia del nuevo rico y nuevo poderoso, éste no puede sino admirar al dueño de- los territorios donde está enclavada su alcaldía, su feudo recién, nacido. Para que la desavenencia se vaya tornando en creciente toleraneia, intervienen los amores de Tancredi, el gallardo sobrino de los Salina con la bella, hija del alcalde. Entre ellos, -negándose con una entereza pintoi esca a saber lo que sucede, está el pobre hidalgo don Clccío, pelotillero y gallardo a la vez. Un cuadro sabroso y vivaz, pintado con una maestría sorprendente; tanto más soi rendents cuan-

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