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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-01-1960 página 63
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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-01-1960 página 63

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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v (írV- vr 4; Otros, por el contrario, proferían liorribles blasfemias a la hora de dejar este mundo y ofendían a Aquel ante cuya presetj ia serian juzgados para toda una eternidad. Siempre me extraña este distinto proceder de unos a otros ante la hora de la muerte, y el Sefioí quiso que experimentase un día la curiosidad de ver el rostro d Uno de aquellos condenados. ¡Bendito sea Dios! Contemplando las facciones de aquel adolescente, empavorecido ante la muerte y sobrenaturalmente temeroso de Dios, noté en mi interior un extraño movimiento de fe; un dolor profundo al darme cuenta de mi miseria. Pensé mucho desde entonces, no en aquellos hombres, sino en sus almas; en las almas que yo separaba de sus cuerpos con el vil instrumento de mi oficio. Me invadió una inquietante desazón y un fervientisimo deseo de implorar para aquellos desgraciados la infinita misericordia del Señor, al mismo tiempo que se llenaba todo mi ser del profundo afán de dedicar mi vida sólo a Dios. Abandoné aquel cargo de verdugo, mas no el recuerdo de aquellos desgraciados muertos por mí en atas de una justicia terrena. Constantemente los tengo presentes. Me los imagino penando en la eternidad. El Señor se apiadó de mí, concediéndome la gracia de hacerme ver el camino. Elegí la Orden Ga juchina porque me atraían la humildad de la misma y la grandiosa caridad de nuestro padre San Francisco. ¿Quién más qué yo, nn indigno verdugo, necesita practicar la caridad con sus semejantes? ¿Quién sino yo, que he deshecho con mis manos tantas vidas creadas por Dios Núes- tro Señor? A los Votos normales de la Ord ii añadí, en lo más profundo; de mi ser, una dedicación perpetua, un voto más: le pedí 1 Señor que me permitiese expiar con mi cuerpo y en mis sufrimientos cuanto fuese necesario para aliviar la pena imipuesta a una siquiera de las almas de aquellos a quienes yo había ajusticiado. Ai llegar aquí debo implorar, nuevamente, él perdón divino si mi necia vanidad me hace suponer ¡w ¡el Cristo Crucificado, ante quien renuevo diariamente esta promesa, pone sus divinog ojos en este indigno pecador para sos-

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