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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-01-1960 página 58
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BLANCO Y NEGRO MADRID 09-01-1960 página 58

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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EL VERDUGO CUENTO por Eduardo de Castro PASTOR bastante bien, pero me parece poco apropiado. En los pocos días que llevaba en el convento fray Gerardo se habían hecflio proverbiales tanto su jovialidad como sn apetito. Mientras seguía con la vista el nivel de las patatas se hacía preguntas impacientes: ¿Cómo me las arreglaré por ahí? ¿Será demasiado para mí? Me gustaría poder disponer de una iglesia propia, aunque fuese pequeñita. Vaya por Dios; ahora tiene que b e sar la mano que le da de comer. Este Diego acabará mal 3 e la cabeza. Como no le pongan freno a sus manías, no sé, no sé... Y el ipadre José movía la cabeza al compás de- sus dudas. El superior miró a hurtadillas al l e go: Ya se esta excediendo otra vez con sus fastidiosas rarezas. Tendré que hablarle seriamente- -dio un suspiro- aunque cada vez que debo hacerlo me intimida un poco esa dichosa humildad suya. Diego, ¿no estás de nuevo abusando de tu salud? El fraile bajó la cabeza con la equivalencia de una confesión y el ipadre superior adoptó un tono más severo: -iVo estoy dispuesto a consentirte más rigores que los que impone nuestra Regla y, además, quiero que se acaben tus demostraciones de humildad. No es preciso que me beses la mano en la mesa ni que te humilles delante de los demás padres. Ambos estaban en la celda del superior. Fray Diego dijo: -Ya limitó mis privaciones, padre. ¿Debo hacerlo más? El padre, un poco a su pesar, se sintió conmovido por el temeroso anhelo del lego, y cruzando las manos sobre el pecho conteiúpló su figura, Con los hombros ligeramente cargados, fray Diego acentuaba aún más su natural humildad. Toda su persona desprendía un aire deírústica vsjez que, sin embargo, no impedía apreciar la corrección de sus facciones, marcadas por los años y el sufrimiento. Su amplia frente, rizada de arrugas, se i n clinaba al snelo, donde posaba los ojos. A sus sesenta años, su cerquillo era N F RAY Diego tenia la oara resplandeciente de emoción. La amplia barba le colgaba íobre las sarmentosas manos, de secos y afilados d e dos. Tenía los ojos hundidos y fijos en el Cristo y sus labios musitaban fervorosamente. Un leve bisbiseo sonó a su lado: -Vamos; venga, fray Diego. El lego se apoyó con na mano en el respaldo de un banco y siguió contemplando durante un instante los pies del Crucificado. Después, trabajosamente, ascendió las empinadas escalerillas detrás de las gruesas sandalias del padre Jerónimo. Los cuatro padres del convento se hallaban sentados a la larga mesa del refectorio. Fray Diego fué ipasando entre ellos una fuente. ¿No quiere servirse un poco iiiá su caridad? El padre superior miró al lego y, denegando con la cabeza, alargó la mano para tomar el plato que éste le entregaba. Fray Diego era siempre el líltimo. Su desportillado plato era servido por el propio superior, quien lo liabia exigido así, desde hacia algún tiempo, al ver la parquedad de la ración que e asignaba el propio lego. El padre Jerónimo carraspeó y l e vantó la vista de su plato. Hizo un gesto ligeramente burlón al padre Gerardo, que se sentaba frente a él, y a m bos miraron cómo fray Diego besaba la mano del superior. El padre Gerardo llevaba poco tiempo en el convento. Era un capuihino joven y fuerte que esperaba impaciente la obediencia para trasladarse a América. ¿Siempre hace lo mismo? -murmuró volviéndose hacia el vetusto padre José. ¡Hum! contestó éste. Siguieron comiendo en silencio, cada cual embebido en sus pensamientos. El padre Jerónimo daba vueltas en ii imaginación a la plática que tendría que pronunciar a jaella tarde: Yo creo- -se decía a sí mismo- -que debo recalcar bien la cuestión de los Sacramentos, Eso del asno y la cebada queda 11- U S T n A C. I O Jí K S DE M O T A t, B A N VALEDERO PARA EL CONCURSO DE CUENTOS MDN TAL-

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