BLANCO Y NEGRO MADRID 02-01-1960 página 87

TOROS TAUROMAQUIA DE DOMINGO ORTEGA UNA COSA ES TOREAR Y OTRA JUGAR AL TORO Por Gregorio GORROCHANO A QUEL año de 1931, D o mingo O r t e g a se iba abriendo paso, entre la maraña espesa de lo ya establecido y convencional, con un toreo sobrio, limpio de polvo y paja, cómo queda d grano en la era después de aventado. No está la metáfora muy fuera de lugar, pues de aventar trigo de xina era de Castilla venía Domingo Ortega. No venia precedido de leyenda, ni tenia traza. gitana, aunque el apellido Ortega tenga raices calés. La leyenda y la gracia acompañan al torero andaluz. A Domingo Ortega, se le mire por donde se le mire, no se ve nada más que Castilla. Pero si no traía leyenda, traía una afirmarión: Dominguín tan castellano como Ortega, de la mi ma provincia y vecindad toledana, afirmaba que era el mejor. Y para demostrarlo, él, que le había visto y confiaba en su pronóstico, no le uidó coino a flor de estufa, delicada y propensa a helarse, más de artificio que de realidad, eligiendo el torito arregladito en el mueco- -entonces no había muecois sino toros cuajados (acaso fué una de las épocas en que se corrieron toros de más trapío y respeto) Dominguín no aipoderó a Ortega segiín lo que se entiende hoy por apoderado; Domingnin echó a l ruedo a Domingo Ortega como en u n a gallera e echa al ruedo un gallo a pelear, y apastando por él cuatro mil reales, in tenerlos, pero seguro de ganar. Cuesta trabajo sostener esto. Una tarde, en la corrida de la íPrensa del año citado, Domingo Ortega entró en Madrid; queremos decir que el piíblico de Madrid, convenci do, se lo rindió, como se rendía el público de Madrid. El público de Madrid no se rendía sin condiciones, sino que i m p o nía sus condiciones, y entonces se r e n día en admiración. Costaba trabajo r e n dir al público de Ma: drid, porf ue sabía