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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-11-1959 página 58
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BLANCO Y NEGRO MADRID 21-11-1959 página 58

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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m LA S I TOlrara nn instante, aunque fuera de refilón, hacia el pabre espejo colgado de la pared, se asustaría Eulalia al observar cómo se había acentuado la natural palidez de su rostro hasta convertirse, gris y densa, en un livor de cadáver. Pero realmente no veía nada ahora. No veía nada ni pensaba en nada que no fueran aquellas piedras duras y desiguales de allá abajo. La obsesionaban. La llamaban con una voz bronca y negra que era difícil resistir. Volvió a airercarse a la ventana y miró al patio otra vez. Cinco pisos. Vertic lmente cinco pisos. Y abajo las piedras, luras y de- iiguales, esperándola... Pero, total, un salto y nada más. Ni dolor siquiera, de seguro. Reaccionó momentáneamente y paseó los ojos enloquecidos por la estancia. Los posó con delirio primero y después con blandura sobre los viejos trastos polvorientos: Sobre el retrato, el tapete, el espejo desazogado y el fanal, con unas misteriosas ramas dentro, colocado pomposamente en el centro de la desvencijada cómoda. Y sobre el SUICIDA Crucifijo colgado de un clavo encima de la cama leshecha. Su madre la arrodillaba delante de El todas las noches y después de persignarla llevándole la mano, le hacía repetir unas oraciones que ella había olvidado ya. Porque todo esto estaba muy lejos... Volvió a mirar hacia abajo con fijeza altlcinada. Pero ahora no veía el patio con sus charcos negros, sus papeles, sus trapos y sus restos de latas herrumbrosas. Veía un corral en el que picoteaban, escarbando el suelo en busca de un alimento inexistente, unas cuantas gallinas a las que conocía y distinguía una a una por sus nombres. I Uego, la voz del abuelo y su brazo airado empujando a nna mujer gimiente: ¡Largo, largo de aquí! ¡En mi casa no quiero perdidas! Y una voz vencida, que casi no tenía interés en protestar: -Se equivoca, padre. Se equivoca... Ve su propio pie menudo aporreando una y otra vez las canillas del viejo. Y siente sobre el rostro, como lo sinDE TEODORO CUENTO por Flora VALDES tió entonces, el mazazo de u n bofetón que la atolondra. La llegada a Madrid. Su perplejidad y su asomibro ante todo. La negra lucha de su madre al principio y la ilusión con que poco después fué llevando hasta el cuarto, la cama, l a cómoda, el espejo, adquiridor en casa del prendero de abajo. Verás, vamos a vivir como unas marquesas... Sonreía aquel día mientras le ataba el pelo con un lazo azul. Como unas marquesas en cu. into encuentre yo dos casas más para asistir los tnartes y los jueves y consiga meterte en un colegio de esos que dan la comida al mediodía... Pero, en lugar de las casas y el colegio con la comida del mediodía, llegaron la enfermedad, el hospital, la muerte... Después, cuando se quedó sola, liabía venido au tía Flora del pueblo. Y todo había sido distinto. Y peor. Mucho peor. Eran de pesadilla los recuerdos que Eulalia conservaba de los últimos tiem- ILUSTRACIONES TIELGADO VALEDERO PARA EL CONCURSO DE CUENTOS

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