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BLANCO Y NEGRO MADRID 01-12-1935 página 57
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BLANCO Y NEGRO MADRID 01-12-1935 página 57

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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mentos, pues el Papa no posee más que un vagón de ferrocarril (que se guarda en la estación central de Roma, con el vagón del Rey de Italia) pero no disjwne de locomotora ni de furgón. Su Santidad podría pedírselo todo, prestado, al Gobierno italiano, a cuya red ferroviaria está unido el ferrocarril del Vaticano, pero ya llegará el día en que un Papa ultraníoderno pida sus propias locomotoras y sus propios trenes para recorrer el mundo, repitiendo así lo que sus antecesores hicieron en siglos pasados por carretera y montados en muías blancas o empleando carruajes del Estado. L l tpen Tantasma. Todas las mañanas se limp a y se prepara la estación del Papa como si fuera inminente la llegada o la salida de algún tren; limpian las plataformas, reconocen el balastro, examinan las agujas y las señales eléctricas, barren la sala de espera y las rampas, y, cuando queda hecho todo eso, envían un parte al gobernador para comunicarle que la estación está lista y el jefe de ella espera. Esto viene haciéndose todas las mañanas desde hace varios años y continuará sabe Dios hasta cuándo, a pesar de que no se haya presentado alli, ni tal vez se presente nunca, ningún viajero. Pero ¿quién puede decir gue el día menos pensado no suene el silbido de la primera locomotora y despierte a los habitantes de la Ciudad Vaticana, señalando así una fecha trascendental en la historia del más conservador de todos los Soberanos? Otro testigo extraño en el Estado papal es el de guarda de las águilas el cual tiene que dar de comer dos veces al día a las tres águilas que por expreso deseo del Papa se conservan en la inmensa jaula construida en el sitio más alto de la colina del Vaticano. Las águilas, emblema de inteligencia y de poder, son los únicos animales salvajes que viven a la sombra de San Pedro. A Pío X I le gustan mucho, 3 con frecuencia se detiene ante la jaula para contemplar sus vuelos cortos o sus actitudes majestuosas. Para él, probablemente, tales reyes del aire no son sólo símbolo de poder, sino imagen viva de días pasados- -acaso días más felices y menos atareados- en que él podía trepar hasta sus nidos de los Alpes y admirar sus vuelos en el espacio, en lo más aI o del cielo, entre las bellas montañas natales que él tuvo que abandonar para siempre... L a p a d i o del V a l i c a n o No lejos de la jaula de las águilas hállase la estación de telegrafía sin hilos, pequeña, pero potente emisora de ondas cortas, hecha por Marconi para el Papa y que Su Santidad utiliza para enviar sus mensajes a los católicos de todo el mundo y para algunas de sus comunicaciones de Estado. El trabajo en la estación empieza por la mañana temprano y prosigue hasta muy avanzada la noclie. La radío es un medio insuperable de comunicación para el moderno Papado. Es tan importante, que sólo merced a su instalación ha podido el Vaticano estar en contacto con las misiones más lejanas del mundo y extender así la importante acción de la Santa Sede. Haber podido enviar su voz y su bendición personal al través del espacio, confortando espirituaimente a millones de católicos que de no ser así no hubiesen podido oírle, ha sido para el Santo Padre un acontecimiento que le ha conmovido hasta lo más profundo de su alma y ha proporcionado al mismo tiempo júbilo unánime a los creyentes del Universo. El Papa suele deterse en la estación de radio para pedir que le expliquen algo de las misteriosas ondas y para escuchar los mensajes que recibe el padre Gianfranceschi, director de la estación de radio del Vaticano. De esta manera, de un lado al otro del minúsculo territorio, se trabaja en el Estado del Vaticano, activamente, pero sin estrépito, tan sin estrépito, que el visitante que pasa por los desanimados bulevares, en los cuales no existe el tráfico casi, no puede figurarse que en el interior de los edificios esté en marcha el gran mecanismo y centenares de hombres cuiden de su funcionamiento para que no tenga tropiezos ni interrupciones. De pronto retumba un cañonazo en el aire; es el disparo que se hace diariamente, a mediodía, en el Gianículo, para enterar a Roma de que acaban de dar las doce. Es el momento oficial del almuerzo para cientos de familias de romanos y para los habitantes de la Ciudad Vaticana. Al cañonazo contesta desde las alturas de San Pedro el trueno de las tres campanas gigantescas, que lanzan a los aires sus alegres notas. En el Vaticano interrumpe su trabajo todo el mundo. Sólo el Papa- y algunos de sus dignatarios más inmediatos- -siguen trabajando ya en sus audiencias privadas, ya en las públicas. Todos los demás vuelven a sus casas o cruzan la frontera hacia Roma, donde les espera el almuerzo. En pocos minutos queda la Ciudad desierta; el gran mecanismo se ha parado, para no reanudar la marclia hasta las tres de la tarde. ISste es el intervalo que el Papa aprovecha para su diario paseo. Se envía un aviso a su garage; ya está preparado el automóvil. Mientras todos los ciudadanos del Vaticano comen o descansan, el Papa, que acaba de poner fin a la última audiencia, va a respirar el ambiente de sus jardines antes de almorzar. Es el único momento del día en que el gran Soberano puede disfrutar tranquilamente, sin que le moleste nadie, en las cuarenta (poco más o menos) hectáreas del Estado. M. Vettmati.

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