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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-11-1935 página 67
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-11-1935 página 67

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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seguir a un ejército que no combatía. Fuei on sus palabras. El teniente de hcrsaglieri, que las oyó; protestó enérgicamente contra ellas. Nos explicó que e. sta frase del yanqui no es nueva y que los enemigos de Italia la vienen pronunciando desde hace más de un siglo. En las guerras de la independencia hubo para los italianos algunos episodios dolorosos y humillantes, y allá por el año de 1821, cuando la revolución napolitana se suicidó vergonzosamente en los combates de Rieti y Antrodoco, el cínico rej burlón, Fernando IV, monarca de Ñapóles y Sicilia, en ocasión en que proyectaban reformar el uni- forme del ejército borbónico, exclamó refiriéndose a los italianos: Vestili come vuoi, fuggirasnno sempre Vístelos como quieras, que de todas maneras huirán siempre Al tenientito de bersaglieri se le llenaban de sangre los ojos recordando la frase; pero continuaba citando otras, para reforzar de imparcialidad su defensa, y para refutarlas. La casual expresión del yanqui, pronunciada en francés, Une armee qui ne se bat pas había sido pronunciada el 26 de marzo de 1849, después de la batalla de Novara, y consta en los Documentos de la Guerra Santa de Italia, por el general austríaco Adalberto Chrzanouski, quien le dijo al político italiano Felipe Caronti que había firmado un honroso armisticio, Qui, tres honorable... avec une armee qui ne se bat pas Aun siguió el teniente narrando victorias y derrotas italianas, que yo no recuerdo y fuera prolijo enumerarte, y durante dos horas estuvo citando opiniones, entre ellas una de Garibaldi, que tenía una gran fe en sus guerreros; La planta uomo nasce in Italia, non seconda a nessuno La planta hombre, que nace en Italia, no va en zaga a ninguna) y otra de Napoleón I, que predecía Los italianos serán un día los primeros soldados de Europa para acabar hablando del desastre de Caporetto, del cual culpaba al Comando Supremo, y de la rehabilitación del Ejército de su país, y por íiltimo de una, para él, autorizadísima opinión de Benito Aíussolini, que peleó en las trincheras de la Gran Guerra y dijo después, en una entrevista con Ludwig: Yo pude comprobar entonces que el italiano es un gran soldado No- -concluyó el teniente- no puede afirmarse, porque es una calumnia, que los italianos no se batan; los que no se baten son los abisinios, que no se deciden a presentar batalla, y no hacen más que ceder; cuenten ustedes los kilómetros que en poco más de un mes hemos conquistado reparen en que a nuestro paso, firme y seguro, sólo encíjjitramos banderas blancas, ejércitos i tribus que se nos someten, írayéndonos, en señal de paz, la cruz copta, y verán cómo son ellos, y no nosotros, los que no quieren batirse. Nosotros queremos pelear y vencer Así nos iba diciendo, y estábamos muy lejos de Makalé, y de repente vibró una corneta lejana su sonido amarillo en la paz azul del aire, y el tenientito, desenvainando su espada, y con una buena voz de barítono que yo no le conocía, se puso a cantar a pleno pulmón aquella famosa frase de Los Puritanos de Bellini: Suoni la tromba e, intrépido, io pugneró da farie y echó a correr decidido hacia la cumbre. Flameaban al so! las plumas de capón de su sombrero, y más parecía en su rápida ascensión un pájaro ue volaba que un soldado que corría. Nosotros no le imitamos, como a nuestras espaldas, a unos quinientos metros, pasaba una caravana de soldados indígenas, afectos a Italia, que iba hacia Marrar, agitamos nuestros pañuelos, gritando, y nos unimos a ella. Y aquí me tienes. Esto ya es otra cosa. Harrar está lleno de tiendas blancas- -pienso en las palomas de la plaza de San Marcos de Venecia- y hay, con los soldados, muchos periodistas, fotógrafos y operadores cinematográficos. Entre ellos apareció la francesita, y me dijo, a guisa de salutación, un ole con acento francés, que me evocó inmediatamente una absurda representación de Carmen en la Opera Cómica de París. Lo pasamos relativamente bien, y sabemos todo lo que ocurre, que no es mucho saber, porque no ocurre nada, sino que los italianos avanzan sin encontrar casi i esistencia. Dormimos más (L- día: los aeroplanos zumban en lo alto, y de las tiendas, como un trémolo de acompañamiento orquestal, parte un coro de roníjuidos que es como la base y el apoyo del gemir de los pájaros de hierro. Los aviones van y vienen toda la jornada; dos veces, en que se trató de un corto vuelo de reconocimiento, nos embarcamos el yanqui y yo. No vimos nada; campamentos de abisinios, con sus albornoces Illancos y sus caras negras, tan chiquitos desde lo alto, que parecían montones de cerillas esparcidas en la arena. La tierra, moteada de verdura a trechos, y lo verde se ve negro, parece un inmenso papel secante salpicado de tinta. El sol es como ima lupa colosal que juega a deslumhrarnos y quemarnos. En el campamento de Harrar fraternizamos todos- -somos internacionales lejos de la Sociedad de Naciones- pero se forman grupos y tertulias. C on nosotros están siempre la francesita y un reportero piamontés, que se ha traído una gran, remesa de botellines de vermut de Torino, que es la capital de su región. Tiene una escopeta de dos cañones, es buen tirador y caza todos los días unos paj arillos cuyo nombre ignoramos, que después fríe y nos sirve con una masa de harina; es lo (jue ellos Uanjan polenta alV iiccelleífo El vermut nos hace devorar los pájaros, y el guiso nos sabe a gloria. Este piamontés es un hombre gordo y ventrudo, que frisa en los cincuenta años; Í 3 ajo, pero ancho de hombros, robusto y saludable; es decir, lo parece; pero a mí se me antoja que lo parece, precisamente, porque no debe de andar muy normal de presión arterial, y se le arrebola el rostro como a todos los hipertensos. La cara roja, brillante y porosa, es como la corteza de una mandarina. Tiene la palabi a fácil y la voz cristalina, hiriente y cortante. Sabe de todo;

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