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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-11-1935 página 63
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BLANCO Y NEGRO MADRID 24-11-1935 página 63

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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prosentó la estrella y solicitó del sabio que le permitiese contemplar el cielo a través del telescopio. Siempre había sentido esta curiosidad y nunca la había satisfecho. Y no por falta de ni- ídios, ya que alguna vez la invitaron a asomarse a las grandes ecuatoriales de algunos observatorios, sino porque el vértigo de la vida, las ocupaciones, los trabajos en los estudies, los viajes y millares de incidencias más se lo habían impedido; pero ahora que estaba en plan de i- eposo y que todo el tiempo era suyo, quería aprovechar la oportunidad j levantar los ojos al cielo, si es que el sabio era tan amable que se lo permitía. Mister Smith no hubiese claudicado jamás ante el capricho de ninguna mujer, y menos aún si pr itendía violar el secreto de la estancia que él denominaba antesala del éter pero se trataba de una I? Ítrclla, y, mister Smiíh no se sentía con fuerzas para negarle la entrada, x sí, pues, suavizó su gesto de hombre huraño y cartujo y se dispuso a guiar la curiosidad de la artista a través de los espacios conforme se guía, desde tierra, el avión encadenado a las ondas hertzianas. Para lograrlo marcó puntos de referencia, puntos que hacían el oficio de faros encargados de orientarla en su viaje silencioso; pero la estrella, blanca y rubia, voluble y risueña, frustró sus planes con una pregunta: -Mister Smith, ¿dónde está la luna? -Lo ignoro a estas fechas, señorita. ¿Es que no ha salido aún? Es que los astros no están donde los vemos, sino más exactamente donde no los vemos. -Entonces, si yo quisiera i r e n línea recta hacia una estrella, ¿qué camino debería tomar? -Con toda seguridad, el de la muerte. ¿No llegaría nunca? Sin la voluntad de Dios, nunca, señorita. Acostumbrada la estrella a la frondosidad de su lenguaje mundano, sonoro en fuerza di vacío y audaz en fuerza de irreflexivo, sonrió de la adusta parquedad del sabio y pensó que acaso jugaba con su ignorancia de igual modo que ella jugaba con el corazón de sus admiradores. ¿Y por qué- preguntó, clavando en el sabio la mirada de sus ojos magníficos j turbadores- por qué no puede llegar un día en que la gente se mude de planeta como se muda de hotel? Y el sabio, preso en el resplandor de aquellos ojos que fascinaban a las muchedtimbres, no supo qué responder. Había, indudablemente, muchas razones científicas que alegar, pero de pronto su ciencia acababa de sufrir un eclipse, y su pensamiento, fuerte y libre, satelizado ahora por la hermosura de la estrella, seguía la órbita de su charla frivola y le arrastraba con la fuerza absorbente de esos astros gigantescos, cuya inmensidad se mide por millares de soles. Sació la artista su curiosidad, salió, y la antesala del éter quedó como queda el cielo cuando se obscurece la luna. A partir de entonces el sabio suele interrumpir la escritura de sus cuartillas, porque un pensamiento totalmente ajeno a la astronomía se atraviesa en su frente. Y de noche, cuando se sitúa al pie del anteojo para acudir a las misteriosas citas de los astros, y cuando los persigue a lo largo de esas pistas espantosas, donde las distancias se miden por años de luz y donde las velocidades se cuentan por millares de kilómetros, el sabio, tan saturado de soledad alta e infinita, siente la soledad del vacío gravitando sobre los polos helados de su corazón y de su alma. Por ella apartó los ojos del firmamento para posarlos breve espacio de tiempo en la tierra, y por ella quedó traspasado de un inefable sentimiento dj melancolía. El recuerdo de su figura, blanca y estilizada como un rayo de luna, y la luz de sus ojos, astros engarzados en la noche de sus ojeras, quedará, flotando sobre su vida de igual modo que el vapor tembloroso y fosforescente de las grandes nebulosas. Y él la mirará cuando pase, y la contemplará como se contemplan las estrellas, con un ansia inmensa de alcanzarlas, pero con la tristeza de saber que jamás serán nuestras, porque están más allá de nuestras fuerzas y hasta de nuestras propia quimeras. ¡Pobre sabio! Da pena ver cómo su atención se corta, cómo su pensamiento se extravía y cómo su mano, en vez de concluir la frase astronómica empezada, cambia de rumbo y escribe el nombre de k estrella. Su espíritu, imperturbable ante la majestad del espacio, perdió la serenidad y el equilibrio. Ya, cuando contempla la nochcj no sabe si el astro que descubre es un astro o es un destello de la mirada que le clavó la estrella. Seguirá la obra, y al nuevo sol que sus cálculos anuncian le dará el nombre de la esttrella, y á ¿es e modo sus nombres, siempre dispersos en la tierra, vivirán estrechamente unidos en el espacio, en los libros y en los labios de los hombres. Emilio Méndez de ía Torre. (DIBUJO DB MASBEKGER)

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