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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-10-1935 página 168
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BLANCO Y NEGRO MADRID 13-10-1935 página 168

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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creinta personas más, corría véirtigiiiosa. mente por las carreteras de Europa, dentro ae un autocar que se había comprometido a detenerse el tiempo suficiente para que sus ocupantes pudiesen disparar sus maquinas fotográfiaas ante el castillo de Salzburgo, el lago de Ginebra, el puente, techado de pinturas de Lucerna; el foso de los leooes de Berna; las extrañas casitas de madera policromada de Hildeshein; el ciastillo de Barbarroja, de Nuremberg; Ips picos montañosos del Tirol; el palacio de Mira a r de Trieste; las palomas de Venecia, el lasino de Monteaarlo y las Ramblas barceionesas. Todo en siete días. De mi amigo Gutiérrez había recibido ya cinco postales desde Hendaya, donde suele pasar todo el verano con su familia. Y no es que y crea que el stíl de media noche tenga nada que rer, ni que desconozca que es mucho más iníeresante una foca amaestrada que una foca íalvaje, ni que las piedras viejas me conmuevan, ni apruebe esos viajes cinematográficos con que hoy se tienta a la pobre gente que no tiene tiempo o dinero o sabiduría oara ver bien el mundo, pero cada vez que censaba en esos amigos o recibía una postal ie Gutiérrez en h. que, a vuelta de alabarme su vida en el extranjero, terminaba hipócritamente, pero nada como el país de ano; haces bien en no salir de él; esta Hendaya es un pandemónium... tenía la clara r triste percepción de mi insignificancia, de mi pequenez. Porque la verdad es que yo tuve siempre tan poco dinero que ni aun oude ir a Figueira da Foz en los tiempos en lue el escudo no llegaba a valer un real. ¡Salir al extranjero... asomarse a Eurooa cotillear por los bulevares de París- menos aún: tomar chocolate en los soportales de Bayona... menos a ú n ver correr el agua de nieve de los arroyos en los estrechos valles de Andorra... ¡Cuánto suspiraba yo por ello! Sí, pero... eí dinero... el m. aldito dinero... Otro año más a una playita de Guipúzcoa. Y gracias. Y aguantar que en las disputas de m: i tertulia me digan Pérez y Gómez y López y Gutiérrez: ¡Tú qué vas á saber, si no has salido auaca de este agujero! En tal ocasión, no obstante, los hados me reservaban una venturosa sorpresa. Pocos días después de mi llegada comencé a darme cuenta de que algo raro había en la atmósfera. Y, al fin, la verdad se arrancó su Siltimo velo ante mis propios ojos: yo era un extranjero en Aguirregoitia. Creí soñar. Por doce pesetas diarias que pagaba en una fonda donde no daban mal de comer, no me parecía tener derecho a situación de tanto privilegio. Desconfié, natu raímente. ¿Por qué iba yo a ser extranj ero en Aguirregoitia! Todo el pueblecito estaba lleno de veraneantes de Castilla, de la Rioja, de Aragón. Y todos eran, como 5 0, extranjeros. Se indignaban. Hablaban de las aiil y una razones geográficas, históricas y políticas que se oponían a aquella concep- ción aldeana y primitiva de la páíría Pevá el hecho ganaba en extensión y tenía manifestaciones agudas. El pobre señor Santaló bronco jefe de la minoría parlamentaria de la Esquerra, en cuyo cráneo el viento que entra por un oído en ios días de temporal sale ipor el otro sin haber encontrado el obstáculo de la masa gris, se hs bía trasladado desde Baroelonia a no sé qué ciudad vasca, con su extenso vocabulario de interjecciones. Un diputado naciolista éuskaro llegó a asomar su brazo al través de una reja, desde el interior de una casa, para darle un coscorrón separatista a un guardia que estaba de espalda. Se repartían hojas impresas, redactadas en francés, apelando al mundo civilizado. Los que se enriquecieron o simplemente vivieron de la monstruosa protección que España dispensó, a costa de España, a la siderurgia y la metalurgia vascongada, cuyos productos, a pesar de todo, no podían competir con los del extranjero y casi costaban tanto como ellos; los que pusieron por las nubes en toda la nación el precio de ese elemento vital de la industria, que es el hierro, hablaban de la explotación, de la tiranía, del vergonzoso vasallaje en que los tenía el Estado español. Y nos cobran las viguetas- -casi lo único que saben hacer- -como sí fuesen de oro. La ficción era demasiado burda para que un mediano observador creyese en ella. Pero los veraneantes de Aguirregoitia son gente sencilla y se disgustaron terriblemente. Un día en que pasó cerca de la playa, a la hora de mayor concurrencia, una manifestación separatista, los aragoneses, los castellanos, los andaluces, salieron del mar, abandonaron las orillas y marcharon, ardiendo en fervorosa inquietud, a protestar frente al Ayuntamiento, llevando una bandera tricolor con ellos. Al día siguiente, en la tienda de modas propiedad de un concejal nacionalista, apareció este letrero: ¿Cómo está su m- aillot? Es seguro que si tiene que salir precipitadamente del agua para formar en una manifestación españolista, le dolerá comprobar que luce poco. Una cosa es bañarse y otra ir por las calles en- mfíillot dando gritos. Un buen maillot dignifica las causas. Compre otro maillot. Tenemos gran surtido de los últimos modelos. Y en el almacén de telas de un separatista: Llevar una sola bandera es pobre. A usted no debe bastarle ir detrás de una bandera. Lleve la suya. Todo e! mundo está en la obligación de llevar una de muchos metros. En esta casa hay inagotables existencias de percales rojos, amarillos y morados, a precios razonables. Aquellos bañistas, pese a todo, no sabían llevar a tono las cosas. Hicieron apresuradamente sus equipajes y se marcharon, jurando no volver. Yo no. i Qué más quería? Mi sueño se había realizado al fin. Sin grandes dispendios

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