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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-09-1935 página 93
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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-09-1935 página 93

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
  • Página93
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L final de la ancha y larga avenida, en la que por su propia aristocracia y soledad- -árboles, hoteles, estatuas, p l a z o l e t a s iba ya disminuyendo el Tiuíido y el bdllioio de la ciudad, perdiendo intensidad la apretada circulación del centro y surgiendo de) asfalto y de la plebeyez urbana la serenidad callada del parque, se encontraba el jardín Era un jardín en óvalo, y sus alamedas enarenadas, naciendo al nivel de la avenida, iban elevándose poco a poco, en un declive suave, pero continuado, que terminaba ya en lo alto, en un paseo flanqueado de antiguos y altos castaños de Indias. Desde aquel paseo se dominaba todo el jardín, que no era muy extenso, y al pie del mismo, la larga avenida que moría allí, después de nacer en pleno centro de la ciudad, Era un jardín romántico y melancólico, antiguo y casi siempre sólo. Sus alamedas, en cuesta leve hacia el paseo de los castaños, abrían caminos amarillos entre la hierba fresca, en donde surgían, de cuando en cuando, florecillas humildes, altos pinos senoriales y algunos cipreses obscuros. Tenía abajo, cuando el desnivel todavía no se había iniciado, un minúsculo y claro estanque de aguas quietas y transparentes, que era como el espejo inmóvil del jardín, al que asomaban su frente lejana los árboles altivos. eos minutos de la fiebre urbana y de la agloEn la estentórea de los sin embargo, hameración ciudadj en la que, hombres, existiese tantos jardines y tantos paroues, tranbía aquel lugar de recogimiento y de era el quilidad y que, por vez primera jardín aquelelcomo un remanso de pazy y por de casualidad lo descubría, imposible desorientaespiritualidad; parecía quedaba ojos á podo, como si de repente, ante sus que y entre sus manos el corazón de la ciudad se hubiese detenido en su marcha alocada. Ni iban nunca los niños a aquel jardín y los mismos pájaros que lo habitaban parecían pájaros graves, circunspectos, ya viejecitos, que no gritaban desaforadamente en los amaneceres, pero que se reunían en grupitos apretados al sol, como si charlaran las bélulas y las abejas; pero nunca hubo ni un mirlo silbador, ni un grillo escandaloso, ni tan siquiera, en el estanque, un sapito que g r i t a r a por la noche... Quietud, silencio, calma... Y, ¡oh, eso sí! fragancias de hierba mojada, aromas frescos de tierra húmeda, olor a estanque entre árboles y flores... Había un solo guarda para todo el jardin. Y el mismo para la noche y para el día, pues vivía allí mismo, en una caseta de madera. Sólo en el mundo, con sus cincucnta años encima, había obtenido el que le dejaran vivir allí, y prestar así un servicio continuo e ininterrumpido. Había llegado al jardín veinte años antes y en él se quedó y allí se le pasó casi la vida. Conocía el jardín piedra a piedra, flor a flor, árbol a árbol, hierba a hierba... Sin darse apenas cuenta dé día, lo consideraba como algo suyo, como algo que le perteneciera y que nadie, nunca, le podría quitar ni discutir siquiera... Lo cuidaba amorosamente y se sentía a la vez señor del jardín y esclavo de él... AI amanecer de cada día, cuando aún la gente dormía en la ciudad, él iba, aquí y allá, con su manga remendada, haciendo surgir de la tierra un chorro fresco de agua clara, que distribuía sabiamente sobre la hierba y sobre las flores, haciéndolo caer en Luego, menuda, en finas gotas, en chorros lluvia toda la mañana, trajinando, trapródisros, según él entendía. hacer él jardín jinando... Daba mucho (lue Y entonces era para aauel hombre sólo. en j un guarda el único momento del díaPero que elquehacer tan dulce, tan. bueno, tan bello. canción canturreaba, quizá estimulado ptír la ¡Y eran tan agua y por el renacery del hierba, las flodel agradecidas la tierra la jardín. res! ¡Y los árboles estaban tan hermosos y fuertes y el estanque tan limpio y la arena tan rubia... Al mediodía, el hombre dejaba de mirar hacia la tierra, para ver por dónde iba el sol; entonces se metía en la caseta y almorzaba algo que le habían subido de una taberna cercana. Después, el jardinero desaoarecía al ponerse el hombre su bandolera en voz baja entre ellos... En la primavera de guarda, de cuero con una placa amarilla

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