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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-09-1935 página 12
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BLANCO Y NEGRO MADRID 29-09-1935 página 12

  • EdiciónBLANCO Y NEGRO, MADRID
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No, señor; no soy un sablista pTofe sional- -la aristocracia de la mendicidad- ni mucho menos un pedigüeño del estada llano. Si me ve usted aqui a cuento de haber sido encontrado en la calle con la mano extendida como un monumento a la indigencia, no es por naturaleza, es, sencillamente, por las circunstancias. Si recuerda el aforismo de Le Bon no me juz ará mal. Es imposible juzgar los sentimientos do un ser por su conducta en un caso determinado. El hombre de una circunstancia no es el de todas las circunstancias Yo, señor mío, no soy, más que un desgraciado, un desaju- stadó del ambiente que no poseyó a su tiempo el secreto de adoptar sus necesidades a sus medios. Si no temiera hacerle reír y habida cuenta de las causas de mi desgracia, concretaría aún más la definición de mi persona con esta frase: Yo soy tina víctima de la ondulación permanente. ¿Se ríe usted? Hace mal Vale tanto su carcajada- -también inadaptada- -como la que podría lanzar cualquier insensato ante las víctimas de un accidente de aviación o de unas experiencias en un laboratorio. Todos- -rías víctimas y yo- -somos los mártires del progreso, j Ah, sí, señor, mío! Las conquistas de la Humanidad cuestan bajas y yo soy una de ellas. No me mire, no! Está usted hablando con un transeúnte heroico de la vida que al cruzar la calzada ha sido arrollado por el torrente avasallador de la civilización V de la cultura. -Hace mal en volver a reírse. Le contaré mi desgracia. Allá por los años en que escribían ¡sonetos a la Virgen los que son hoy feroces comunistas, cuando el españolismo de D. Alejandro Lerroux hacía explosión en las ramblas barcelonesas y el arte de Enrique Chicote nacía como un nuevo astro, yo invertí mis modestos ahorros en la instalación de una fábrica de horquillas de acero para el peinado de las señoras. ¿Empieza usted ya a vislumbrar mi tragedia? La fábrica se titulaba Duro y a la cabeza ¡No empuje, haga el favor! Yo vivía feliz. Era la época de la bandolina, de los rizados de canutillo y de aquellos moños encaramados a la coronilla como casetas de guardafreno en furgón de cola. ¡Ay! La arquitectura capilar vivía todo su esplendor y por ende su elemento auxiliar más indis pensable: ¡la horquilla! Yo las hacía invisibles, que eran como espíritus flotantes de otras orquillas muertas; las hacía visibles, que se empleaban para los más diversos usos: para hacerse anteojos los niños, para rascarse los, oídos los maj- ores, para abrocharse los botones de aquellas botas... Pero, sobre todo, para penetrar como pinchos de consumero en aquellos monumentos pilosos y quedarse allí clavadas, lo mismo, que fl echas indicadoras, PERFUME EL Q U E M A S EL O U E EL Q U E EMIR MAS MAS GUSTA VISTE PE RS I S T E

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