BLANCO Y NEGRO MADRID 22-09-1935 página 98

su altnita inmácula y estremecida, es otro de los reg- alos que ños ofrece el Levante nuestro, para que nunca ya podamos separarnos de su claridad y dé su gracia. Y salimos a aprehender los detalles de este lugar joven y bello, como un héroe helénico tumbado al sol en un momento de descanso. Primero, nos saturamos de visión marinera. La playa de San Sebastián, con sus blancas y humildes casitas ai fondo, conserva todavía un encanto de ingenua estampa de antaño, mientras que el Paseo Marítimo, con su respaldo de villas espléndidas, ofrece una sensación de reposado mundanismo, de gentes de las grandes urbes que viniéronse aquí para sosiego de sus nervios, atoianentados por la fiebre dinámica de los negocios... Moradas de reposo frente al mar incomparable, libre, sin perspectivas íimitadoras. Cerca, el jueg; o gracioso de un remolino de espumas; un reguero de sol, que se deshace en ajorcas de lumbre. Lejos, todo el fuego solar, que hierve V rebrilla como un crisol enorme de oro fundido. Ebrios de luz, nos adentramos en el pueblo. En el mercado, en las callejas cercanas a los campos, las escenas populares captan nuestra atención, ávida sienrpre de sano y fuerte Idealísimo. En labios del pueblo, sin la falsa y ampulosa oratoria de los mítines reivindicatoríos, la parla vernácula adquiere delicados matices, se satura y sublima de giros chocantes y graciosos. Aquí arde el fuego ísagrado y tradicional en llama serena c inextinguible, consiguiendo a manos llenas el resij) eto emocionado de otras llamas que se alzan, fervorosas y eternas, en el ara sacrosanta de la Patria... ¡Alma de Cataluña! Desde este rincón popular donde las voces están llenas de ti, un hombre que no ha nacido en Cataluña ni en Castilla, pero que os ama a las dos con recatado y sabroso deleite, te saluda. Y al hacerlo, escuchando el plüriforme ritmo de la divina tierra hi. sipánica, siente la indivisible armonía de la sagrada canción de España. ...Lleno de inquieto amor, ven i; a recalar en Maricel. Una luz blanca, levemente azulada, envuelve, el silencio de esta plazuela de San Juan; luz albiazul por la que adivinamos- -a pesar de! silencio- -que allí detiiás está e! mar co n su rumor de olas, molido cri. stal, cuando roziin las prietas arenas de la playa... Si, ¡wrquc esta luz mal podría ser otra que lumbre de Levante, de costil de cegadores reflejos, de mar de temblores de oro, donde las albas velas tienen, soi) re el horizonte, una frágil transparencJa de ámbar. Rincón de la calma donde el más nirnio detalle revela complacida gracia de artista. Las columnas de la calleja que sale UN rlNTOKESCO A. SI ECTO 1 K LA J I. AT. A